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Posturas irreconciliables en el congreso de la DC italiana

Juan Arias

Tendría que terminar hoy el XIV Congreso Nacional de la Democracia Cristiana. Y, sin embargo, todo el congreso está aún en alta mar. Todos los esfuerzos para obtener una línea política unitaria han sido vanos. Tampoco existe la mínima convergencia sobre la elección del nuevo secretario del partido que deberá sustituir a Benigno Zaccagnini, que ha renunciado a presentar su candidatura.

Se puede decir que el partido está dividido en dos mitades casi idénticas. Y lo que lo ha dividido ha sido la piedra lanzada por el secretario Zaccagnini en su relación de apertura en la cuestión comunista. Es decir, su petición de una reunión de todas las fuerzas democráticas para analizar «sin prejuicios» si existen las condiciones necesarias en política internacional, en política interna y en materia de economía para formar un Gobierno de solidaridad nacional que «no excluya al Partido Comunista», que es el segundo partido del país después de la Democracia Cristiana.

Oposición rotunda

A Zaccagnini y a su grupo, que junto con los amigos de Andreotti recogen el 43 % de los votos del congreso, han respondido duramente sus adversarios de partido, quienes han afirmado categóricamente que no existen posibilidades de ningún tipo. Con estas palabras lo definió el líder del poderoso grupo doroteo, el ministro Bisaglia: «El rechazo que nosotros ponemos al Partido Comunista nace de la constatación de las profundas diversidades que existen entre nosotros y los comunistas, del análisis político sobre los objetivos de los comunistas y sobre las aspiraciones de nuestro partido ».Los líderes partidarios de esta tesis han abarrotado las tribunas del congreso de amigos y militantes, que gritan y aplauden cada vez que algún orador remacha que no es posible gobernar con los comunistas.

La tensión es muy grande. Ayer saltaron los nervios a algunos congresistas y volaron los primeros puñetazos en el palco de la presidencia. El presidente de los diputados democristianos se enzarzó a bofetadas con el representante de la región de Calabria. El congreso les abucheó. Otro motivo de tensión es la elección del nuevo secretario. Según el reglamento, debería elegirlo el congreso, pero los representantes de los diversos grupos, después de haber constatado que no existe una convergencia de línea política, han presentado ayer una moción pidiendo que se cambie el estatuto para que pueda ser elegido después del congreso por el Consejo Nacional, y no emotivamente por el congreso, en un momento de tal tensión y desconcierto. La propuesta fue recibida con gritos de protesta, y a la hora de escribir esta crónica se estaban recogiendo firmas para que la moción se pudiera votar con voto «secreto». Es la demostración de la revuelta de la base contra los líderes históricos y la evidencia de un malhumor general de los delegados por no haber podido llegar en este congreso a un acuerdo sobre la línea política.

Los adversarios de la línea de la actual secretaría han respondido a Zaccagnini que es inútil cualquier tipo de análisis para comprobar si existen los elementos necesarios para poder asociar los comunistas al Gobierno del país. Y esto porque, a pesar de que los comunistas «se han convertido en muchas cosas a la política democristiana», como afirmó con cierta ironía el ex ministro de Asuntos Exteriores Forlani, uno de los principales candidatos a la sucesión de Zaccagnini, la distancia sobre la visión de la sociedad entre ambos partidos permanece enormemente abierta. Y añadió que lo había declarado el mismo Berlinguer, secretario del Partido Comunista, cuando interrogado sobre cuál hubiera sido la postura de su partido sobre el ingreso de Italia en el sistema monetario europeo, había respondido categóricamente: «Si los comunistas hubiésemos estado en el Gobierno hubiésemos provocado la crisis.»

Una mano a los contrarios a la hipótesis de un Gobierno de solidaridad nacional con los comunistas se la ha dado, con muy Poco gusto, según la opinión de no pocos delegados, el invitado y representante de la Democracia Cristiana alemana, el gigante Helmut Khol, el cual no se limitó -como los demás invitados- a un saludo de cortesía y a escuchar, sino que lanzó todo un discurso que acabó con estas palabras: «Queridos amigos, permitidme que os diga con mucha sinceridad nuestro punto de vista de democristianos alemanes: hoy, menos que nunca, nos resulta increíble en Europa que un partido democristiano pueda compartir responsabilidades de gobierno con un partido cuyas bases ideológicas son idénticas a las de los brutales invasores de Afganistán, de los opresores de Europa oriental, de los opresores de una parte de mi patria. »

La verdad es que el congreso lo aplaudió en pie frenéticamente. Y fue este aplauso lo que, según algunos observadores, reveló -mejor que tantos otros discursos- que el subconsciente del mundo democristiano está aún muy lejos de los esfuerzos de apertura demostrados por los seguidores de Zaccagnini, que siguen diciendo, como lo hizo ayer el responsable de la política internacional del partido, Luigi Granelli: «El Partido Comunista, con sus doce millones de votos, no lo ha inventado Moro, ni podemos nosotros borrarlo de la geografía política del país.» Y añadió: «Cuando se cierren las puertas de este congreso, en la calle nos encontraremos con los mismos problemas: terrorismo, inflación galopante, desempleo, "guerra fría" y la imposibilidad de formar un nuevo Gobierno sin la colaboración de la izquierda y el bochorno de volver a convocar de nuevo a los electores.»

Mientras tanto, se esperan con atención las intervenciones de Andreotti, que, al parecer, aspira a la presidencia del partido, y de Fanfani, que aspira a recoger a una mayoría del congreso hacia las posiciones de derechas, para intentar, no se sabe con qué éxito, volver al Gobierno con los socialistas, aislando a los comunistas, o con la frase que ya se ha hecho ritual y litúrgica en este congreso: «Por ahora no existen las condiciones para gobernar con ellos.»

Fue precisamente la ausencia de esta frase en los 162 folios de la relación de Zaccagnini, lo que ha desencadenado el terremoto que está viviendo este congreso nacional de la Democracia Cristiana, que estaba llamado a ser «histórico», precisamente porque debía plantearse, como así ha sido, sin poder ya aplazarla, la famosa «cuestión comunista italiana».

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