Los paisanos de Tito recuerdan su infancia
«Tengo miedo de que los nacionalistas levanten la cabeza a la muerte de Tito», declaró ayer a EL PAIS un anciano de 85 años que hace más de setenta jugaba al fútbol con Josip Broz en las calles de su aldea natal, Kumrovec.
Alois Ulama, 85 años, dos menos que el presidente yugoslavo, sigue en su radio de transistores la enfermedad de su amigo de la infancia. Ayer, por falta de pilas, que había mandado comprar a su hija, no conocía todavía el último parte médico: la salud del mariscal continúa estacionaria. Se realizan esfuerzos intensivos para detener la degradación de la función renal, informaron los doctores que le cuidan en Liubliana.Kurrirovec, a 62 kilómetros de Zagreb y a unos 450 de Belgrado, es una aldea de sesenta casas y trescientos vecinos, plantada en un paisaje que recuerda un poco al del País Vasco. Este pueblo de Croacia, junto a la frontera con Eslovenia, ya ha entrado en la historia de la moderna Yugoslavia. En una pequeña casa de madera con un terreno equivalente a «lo que cultiva una yunta en una mañana» nació el 7 de mayo de 1892 Josip Broz. La cuna de tablero oscuro, con balancín, en la que se crió el futuro presidente, el séptimo de quince hijos, se conserva en la casa hoy convertida en museo. Sobre ella, una imagen en relieve con las figuras coloreadas de la Sagrada Familia. Los Broz eran fervorosos católicos.
El propio Tito fue un buen monaguillo en la parroquia de Kumrovec. «Sin embargo, antes de la guerra, cuanto Tito era el jefe de los comunistas yugoslavos, el párroco calificó desde el púlpito al futuro presidente de "anticristo". Su madre estaba en la iglesia y la abandonó muy apenada», recuerda su amigo Ulama; «ella se lo contóla Tito, y éste le tranquilizó diciéndole que no tenía importancia. »
Sentados en la cocina de su casa -a doscientos metros del lugar de Tito-, Alois Ulama, enfermo de Parkinson, recuerda a su compañero de los años mozos. «Ya de pequeño Josip (aún no había aceptado el pseudónimo de Tito) era el jefe de la banda. Solíamos ir a bañarnos en el río. En aquella época, los dos lo pasamos bastante mal. »
Para evitarlo y que comiera bien, los padreg de Tito enviaban a su hijo a Trebee, un pueblo esloveno próximo, a casa de su abuela materna. Esta fue la causa de los problemas escolares que tuvo Tito en su infancia, porque con sus frecuentes estancias en Trebce conoce mejor el esloveno y tenía dificultades con el croata, idioma en el que seguía sus estudios.
«Hay políticos listos en Yugoslavia», admite Ulama, «pero cuando Tito muera ya no tendremos otro como él.» Su anciano compañero recuerdo todavía con ojos brillantes el historial de Tito con las mujeres. «Una vez vino al pueblo y me presentó a la rusa (su primera mujer). Era muy guapa. También conocí a la última, Jovanka, pero se metió en política, y esto Tito no lo aguantó. »
Kumrovec vive de la agricultura (principalmente maíz) y de la ganadería. La aldea, hoy de pequeños campesinos propietarios que, poco a poco, han ido sustituyendo las viejas casas de madera, típicas del imperio austrohúngaro, por viviendas confortables de piedra con buena calefacción, cuenta también con una lujosa escuela de formación política para los jóvenes cuadros de la Liga Comunista. Sin embargo, el pueblo no ha sido convertido en un santuario del titismo.
Un policía hace guardia frente a la casa-museo de Tito, donde se conservan desde sus notas escolares hasta su primera ficha policíaca, de 1928, cuando fue detenido por sus actividades comunistas en Zagreb. También pueden verse las hojas impresas por los nazis que ofrecían una recompensa de 100.000 marcos del III Reich por la captura de Tito, «vivo o muerto ».
En Kumrovec, como en toda Yugoslavia, la gente habla del presidente como si ya fuera un personaje de los libros de historia, no el hombre que continúa luchando con la muerte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.