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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El PCE y su aislamiento

EL INFORME de Santiago. Carrillo al Comité Central del PCE, reunido en Madrid el último fin de semana, ha levantado acta notarial de la marginación a que su partido viene siendo sometido.Tal vez lo más notable de esa marginación de los comunistas es que se haya producido después de una etapa nada breve y muy crucial, los casi dos años que duró la anterior legislatura, durante la cual UCD y PCE convergieron para emparedar y bloquear al PSOE. Como es sabido, las elecciones locales de abril de 1979 y el pacto municipal de la izquierda hicieron cambiar el panorama de signo.

Los centristas comenzaron a negociar con los socialistas los términos de un consenso restringido, con la idea de facilitar la aprobación de las leyes orgánicas del desarrollo constitucional. Y los comunistas, perdidos los contactos con el presidente Suárez y rota la luna de miel con UCD, comprendieron que el mantenimiento de los pactos municipales con el PSOE era la única forma de alcanzar cierta presencia institucional en los centros de poder.

Sin embargo, esta feliz y rentable bigamia del PSOE hizo crisis con ocasión de los acuerdos CEOE-UGT, del Estatuto de los Trabajadores y del acuerdo-marco. La estrategia sindical era un asunto demasiado importante para el PCE como para aceptar de buen grado que los socialistas prefirieran el posibilismo del acuerdo con los centristas al frente de clase propuesto por los comunistas. En ese momento, la dirección del PCE arremetió contra la alianza UCD-PSOE.

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En su informe al Comité Central, Santiago Carrillo ha lanzado un jarro de agua fría sobre los cuadros y militantes que se habían reencontrado a sí mismos en el endurecimiento del último otoño y que contemplaron con apenas disimulada complacencia la oportunidad de declarar la guerra abierta no ya sólo al Gobierno, sino también al PSOE. A la amargura todavía no restañada de los resultados electorales de 1977, que situaron en una cota muy baja la implantación parlamentaria del PCE y consagraron como fuerza hegemónica de la izquierda al PSOE, y a la sensación de haber sido utilizados primero y traicionados después por UCD, se une el éxito obtenido en las urnas por los comunistas portugueses, orientados por una estrategia típica de la III Internacional, el endurecimiento sectario de los comunistas franceses, que han iniciado la voladura controlada del «eurocomunismo», y el regreso al maniqueísmo, paranoia y rigidez de la «guerra fría» en el mundo entero. Los sectores del PCE sensibilizados a este nuevo clima, agravado además por el crecimiento del paro y los efectos de la crisis sobre los salarios reales, aceptan, complacidos, la posibilidad de refugiarse en los cuarteles de invierno y de rechazar a los socialistas, como traidores o como «vendidos», hacia el campo del enemigo. Y, sin embargo, Santiago Carrillo opina que la ruptura por el PCF de la unidad de la izquierda en Francia ha sido «la mayor derrota que ha sufrido la clase obrera europea en los últimos años».

Las advertencias dirigidas por Santiago CarrilIo contra ese deslizamiento hacia la radicalización de un sector de sus bases toman como blanco el resurgimiento de un prosovietismo agresivo, en el orden internacional, y de un antisocialismo agresivo, en el orden interno, dentro del PCE. Su análisis de la ocupación de Afganistán y del acaso Sajarov» no deja ningún resquicio para la exculpación de la Unión Soviética y hace explícito e inequívoco su total desacuerdo con los sectores que, dentro del PCE, aprueban esas medidas como consecuencia no sólo de «actitudes tradicionales» de los viejos militantes, sino también de la «circulación organizada y dirigida» de una propaganda cuyo origen es -aunque Santiago Carrillo no llegue a decirlo con sus letras- la propia Unión Soviética.

Todavía más notable es la llamada de atención de Santiago Carrillo al enjuiciar el enfrentamiento con el PSOE a propósito del Estatuto de los Trabajadores y del acuerdo-marco. «Creo que debemos tener claro que lo sucedido en relación con estos temas, si no es un éxito para el PSOE y la UGT, tampoco lo es para el Partido Comunista ni para Comisiones Obreras». Tal vez para evitar la dureza de las palabras «fracaso» o «revés», el señor Carrillo utiliza un feo e infrecuente galicismo: «Yo diría, por el contrario, que es un insuceso serio. »

Los resultados de este insuceso, cabe añadir, no son exclusivamente el enfrentamiento con los ugetistas y la eventual derrota de CCOO en algunos sectores industriales, sino que desbordan la dimensión sindical para desembocar en el nivel político: ruptura del pacto municipal con los socialistas, mayor aislamiento del propio PCE, ascenso en su seno de las tendencias hostiles al eurocomunismo, reproducción dentro de nuestras fronteras del clima de «guerra fría» y rígido endurecimiento de todas las posiciones en una democracia apenas estabilizada. Que Carrillo ve estos peligros y quiere evitarlos parece una conclusión válida de la lectura de su informe al Comité Central.

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