Más de cien sacerdotes han contraído matrimonio civil en los úItimos meses
Figuran todavía como sacerdotes en las estadísticas eclesiásticas y son ciudadanos casados para el Estado español. Amparándose en la Constitución española, su opción matrimonial ofrece una doble paradoja: son una firme clientela del matrimonio civil en un país en que no se ha perdido aún la costumbre de casarse por la Iglesia, y han logrado que sea realidad la existencia de curas casados. Según sus propias fuentes, su número se acerca al centenar. Pero su boda civil no es una provocación ni una ruptura. Es sólo una solución personal a la actual negativa del Papa a firmar secularizaciones.
Hace sólo unos días, Rafael Valverde y Juan Manuel de Miguel regresaron a Madrid con sus respectivas esposas, tras una corta luna de miel en Mallorca. No sólo habían coincidido en elegir el lugar de su viaje de bodas. Los dos se habían casado en Madrid a finales de diciembre y los dos siguen siendo sacerdotes. Los dos, como medio millar largo de curas españoles y más de 6.000 sacerdotes de todo el mundo, han esperado en vano a que Juan Pablo II firmara su secularización. Los dos, como otros tantos compañeros pendientes de secularización, han contraído matrimonio civil.Son ya más de cien los curas españoles que han celebrado su boda civil. Sólo en Madrid hay veintiocho sacerdotes casados. Y cifras similares se contabilizan en determinados núcleos de población, como Asturias y las provincias del Norte, Cataluña, provincias andaluzas de Córdoba, Granada, Cádiz y Málaga, Aragón y región levantina, junto a cifras menores en Castilla y Extremadura. Un centenar de matrimonios calculados por lo bajo, al no incluir a los sacerdotes rurales casados en secreto y a algunos miembros de órdenes religiosas no localizados. En cualquier caso, este porcentaje puede doblarse en los próximos meses, ya que son muchos los que en estos momentos tramitan los requisitos legales para presentarse ante el juez. «Entre el dilema de casarte por lo civil o no casarte hasta no se sabe cuándo, la elección es clara» dice uno de los afectados.
La mayor parte de los clérigos no se plantea el matrimonio como una provocación a la jerarquía. La boda en el juzgado ha sido una alternativa personal y espontánea. Una soluci ón en la que los españoles no son pioneros. ya que en los demás países democráticos y en los que hay separación entre la Iglesia y el Estado muchos sacerdotes pendientes de secularización también han decidido casarse.
En nuestro país, esta práctica se generalizó tras la aprobación de la Constitución, aunque algunos ya vislumbraron esta vía cuando dejó de exigirse la renuncia a la fe como requisito indispensable para contraer matrimonio civil. Al amparo de la reciente aconfesionalidad del Estado y de la no discriminación entre españoles por razones religiosas, Manuel Gutiérrez Blasco, Abilio García, Ramón Galisteo, Saturnino García, Pedro Crespo, Diego Aguilar y muchos otros pasaron por el juzgado con sus futuras compañeras. Curiosamente, a Manuel Gutiérrez Blasco, comunista y teniente de alcalde de Jerez de la Frontera, le casó un juez militante de UCD. El señorjuez pidió discreción y sobriedad en la ceremonia, pero los compañeros del señor Gutiérrez, algunos de ellos miembros de la Corporación municipal, convirtieron el juzgado en una fiesta, donde ni siquiera las forografías estuvieron vedadas.
Creyentes en su inmensa mayoría, los recién casados suelen festejar su matrimonio con una ceremonia religiosa paralela. Aunque no se sigue el rito del matrimonio religioso ni se celebra una boda al uso, los asistentes participan en una conmemoración eucarística en la que se alude constantemente a la pareja y se anuncia públicamente su amor. La ceremonia religiosa que siguió al matrimonio de Rafael Valverde fue especialmente significativa, por celebrarse en una parroquia de Palomeras (Madrid) y congregar a jóvenes y adultos, que se alegraron con él y le manifestaron que le querían tanto como cuando le tenían de cura. El pasado 22 de diciembre, en una parroquia de Moratalaz, en Madrid, también se celebró un acto comunitario en torno a Juan Manuel de Miguel y su esposa, acompañados de familiares y sacerdotes amigos del novio.
En la situación actual la ceremonia religiosa tiene un carácter consolador y sustitutivo para las familias de los contrayentes, a menudo perplejas por las extrañas circunstancias que rodean la boda de sus hijos. Pero algunos cristianos progresistas consideran estas ceremonias como precursoras ejemplares de las que deberían celebrar los creyentes en una sociedad en la que el matrimonio civil fuera único y obligatorio para todos los ciudadanos. No obstante, el obispo de Córdoba, monseñor Infante, condenó recientemente a cinco curas de su diócesis que el 29 de diciembre intercambiaron anillos con sus compañeras en el transcurso de una misa concelebrada por nueve sacerdotes.
A favor del celibato opcional
Hasta hace poco, sin embargo, el matrimonio civil se hacía en condiciones de semiclandestinidad. Todavía no se ha derogado un convenio entre la Santa Sede y el Estado español en el que se indica que los ordenados in sacris no pueden contraer matrimonio válido. Pero los acuerdos de 1979 entre ambas potestades, que sustituyen al Concordato de 1953, y el inminente desarrollo constitucional hacen imprevisible la injerencia de la jerarquía y el posible respaldo del Gobierno. «No sé si la jerarquía intentará mover los cauces jurídicos canónicos y reivindicar la invalidez de nuestros matrimonios», afirma Ramón Galisteo. «No dudo de que, con tal de cerrar más las puertas, lo harían; pero es un coste tan alto para ellos mismos que pienso que mejor harán en no meneallo y en mantener su tradicional silencio de no darse por enterados.» Lo cierto es que ahora todos pueden casarse por lo civil. Y no sólo los que están pendientes de secularización o los secularizados de hecho, sino también los que reivindican la figura del sacerdote casado, como J. P., cura casado perteneciente al Moceop (Movimiento Pro Celibato Opcional). Una idea de la que son partidarios el 70% de los sacerdotes menores de cincuenta años de todo el país.«Cuando decidí casarme, simplemente ejercí un derecho ciudadano, pregunté qué documentos tenía que acreditar para contraer matrimonio, llevé todos los papeles en regla, y me casaron», explica Abilio García, de 36 años. «No dije que soy cura, porque no voy por la vida diciéndolo, y nunca lo he dicho donde el hecho de serlo podría haber sido un privilegio. Por otra parte, llevo más de un año con el expediente de secularización en Roma, ya que lo tramité en los últimos días del pontificado del papa Luciani, estoy secularizado de hecho desde hace dos años y deseaba legalizar mi compromiso amoroso con mi compañera», sigue diciendo Abilio García. «Yo nunca pensé en una boda con muchas velas, un vestido blanco y una multitud de invitados», dice su compañera, Concepción Yusta. «Así que, para mí, el matrimonio civil es tan serio como el religioso. La única diferencia es que en vez delcasarme ante un cura me casé ante un juez.» Lo cierto es que en un país en el que el matrimonio canónico es una ineludible institución sociológica son precisamente los curas el colectivo que ofrece más clientela al matrimonio civil, hasta el punto de que se estima que cerca del 2% de los matrimonios civiles están siendo protagonizados por clérigos.
El proceso de secularización de Abilio Garcia y de Ramón Galisteo, curas obreros, comenzó en mayo de 1976, cuando, tras un enfrentamiento con la jerarquía, fueron expulsados de sus parroquia de Usera, junto a otros dos com pañeros. El apoyo explícito al movimiento obrero, el uso del micrófono durante las homilías, la creación de comunidades cristia nas progresistas y la posterior mil¡ tancia en la ORT provocaron un desencuentro radical entre «una pastoral al servicio del pueblo y el tradicional compromiso de la Iglesia con las clases dominantes». Tras el cese, «quisieron separarnos y enviarnos fuera. pero no hubo arreglo y no nos dieron ninguna tarea». cuenta Ramón Galisteo. «Entonces nos dejaron con las manos libres para involucrarnos más en el movimiento sindical y político y adquirir responsabilidades que antes habíamos excluido, en razón de las tareas pastorales.»
«Dos años después, ya tramité la petición de secularización, basándome en las contradicciones irresolubles de la estructura eclesiástico en la imposibilidad de ejercer dentro de ella y en el hecho de que estaba saliendo con Concha e íbamos a casarnos», recuerda Abilio García, actual dirigente de SU y trabajador metalúrgico. Parecidos argumentos esgrimió meses después Ramón Galisteo, también del SU, pero su expediente no llegó a Roma. «Hice un borrador con mi historial y presenté los trámites. Pero me llamaron del obispado y Martín Patino, en tono neutral, me dijo que aquellas no eran causas de secularización, que no estaban concediendo secularizaciones, que no era fácil que las fueran a conceder por el momento y que, en el mejor de los casos, «por este historial que tú presentas, no te la dan tampoco». Así que yo, que consideraba irreversible mi situación, me desanimé, comprendí que sólo con hechos de juzgado de primera instancia me la concederían y ya no me presenté para seguir otros tramites. Me casé por lo civil, y me ije: «Cuando abran las puertas presentaré el expediente, y si me quieren secularizar, que me secularicen.» Sin embargo, Ramón Galisteo, de 35 años, denuncia la actual regresión de la Iglesia en este aspecto y se solidariza con los afectados. Y Abillo García puntualiza: «A mí no me molesta esta situación, porque si quieren reclutarme tendrán que traer a mi casa a la fuerza pública, pero apoyo el rriovimiento pro derechos humanos en la Iglesia que se ha generado en estos meses.»
Este movimiento cuenta con más de 1.800 adhesiones y recibe a diario cartas patéticas de curas implicados, según cuenta Fuensanta Cortés. miembro de la comisión organizativa. Pero hace unos días llegó una carta del general de una orden religiosa, con fecha del 15 de diciembre, que explica el pensamiento del Papa al respecto. Al manifestársele la inquietud por el terna en una audiencia especial con generales de institutos religiosos, Juan Pablo II fue claro y contundente. Según dijo, era consciente de la problemática planteada, él mismo había querido provocar este impacto en la opinión pública para hacer ver que la secularización no podía convertirse en un trámite rutinario, y no pensaba firmar ninguna hasta que no se publicaran unas nuevas normas ya aprobadas. Unas normas tan severas, según los expertos, que no frenarán los matrimonios civiles de los clérigos. Lo paradójico es que el celo papal haya provocado lo que con Pablo VI era impensable: la existencia innegable de curas casados dentro de la Iglesia.
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