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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El golpe

DECIA MANUEL Azaña que era peligroso poner en la Villa y Corte en circulación una tontería, porque en Madrid las tonterías arraigan mejor que las acacias. No hay en la frase -que tiene vigencia y un espeso poso de verdad- desdoro para los madrileños y sí desdén por las comidillas capitalinas tan a menudo alejadas de la realidad.La sociología, cuando aborde el estudio de estos cuatro años de transición democrática, tendrá que analizar lo que se podría denominar el síndrome del golpe, que parece aquejar seriamente a buena parte de la sociedad española, a lo que parece, convencida de que las asonadas, los cuartelazos, todo el ruido de sables que caracterizó nuestro siglo XIX, sigue siendo posible en la España de las postrimerías del XX, como si este país fuera equiparable a las repúblicas bananas de Latinoamérica, o la interrelación política y estratégica no fuera un hecho indiscutible en la vida cotidiana de Occidente.

En este sentido puede parafrasearse a Azaña y asegurar que resulta peligroso poner en circulación un rumor de golpe militar en Madrid, porque muchos ciudadanos lo dan por bueno y se descuelgan febrilmente los teléfonos en cuanto se ve circular una columna militar, o la jurisdicción castrense remite a un castillo a un oficial encontrado en falta a sus deberes, o se producen corrimientos en el escalafón de los jefes.

El síndrome del golpe, a falta de su correspondiente estudio sociológico, tiene sus referencias auténticas -como todo síndrome- y no pocos elementos de aprehensión, que también deben analizarse y corregirse. La institución militar ha entrado en una fase de cambio y de adecuación a la nueva situación política que produce tensiones y malestares no superiores a los sufridos por otros estamentos profesionales. Sería ridículo ocultar que en nuestros Ejércitos existen jefes y oficiales que no han asimilado intelectualmente el cambio de régimen o que lo acatan antes por disciplina que por convencimiento, o que malinterpretan el mandato constitucional sobre las Fuerzas Armadas como garantes de la Constitución, atribuyéndose un equivocado papel de jueces del máximo texto legal. Las Fuerzas Armadas, en efecto, son el último baluarte defensivo constitucional (baluarte contra una violencia anticonstitucional, no contra una reforma de la carta de derechos y deberes), pero su intervención, su garantía última, será siempre decidida por los intérpretes personales o institucionales de la Constitución, nunca por sus propios guardianes.

Es un hecho comprobado que en algunos cuartos de banderas se producen tertulias al filo de los acontecimientos políticos que resultarían graves de no mediar la disciplina y buen entendimiento del mando. Pero elevar a la categoría golpista comentarios exaltados, fruto antes del apasionamiento irreflexivo que de la conspiración organizada, resulta excesivo e irreal.

La posibilidad de una intervención militar que interfiera el proceso político debe ser descartada. En las Fuerzas Armadas españolas no se cuestiona la figura del Rey (motor del cambio político y jefe supremo de los Ejércitos): un golpe militar, que siempre lo sería contra la Constitución refrendada por el pueblo. iría contracorriente de los esquemas políticos que imperan en Europa occidental, y además es falso que una parte sustancial de nuestra oficialidad se encuentre en esa tesitura de dudas políticas. A la postre, esta especulación militar debe y puede reputarse de tontería forzada por la artificial hilación de actitudes individuales y aisladas más próximas a la incontinencia verbal y a la irreflexión, que a la urdimbre conspirativa.

Acaso los poderes públicos tengan su parte alicuota de culpa por haber tolerado que aquella «Operación Galaxia» que, al margen de su significación y alcance auténticos, sí movilizó resortes precautorios en las más altas instancias de la nación, aún no haya sido suficientemente aclarada, permitiéndose su interesada frivolización. Porque una cosa es que no sea factible el golpe y otra que se tolere o bromee con su caldo de cultivo.

El caso es que en España no se concitan ninguno de los condicionantes elementales para que fragüe golpe alguno, y que debemos todos acostumbrarnos a recibir las noticias sobre escalafones o sanciones militares con la misma óptica de otros países occidentales. Desde el cese fulminante del general MacArthur como virrey del Japón y jefe supremo de las fuerzas de las Naciones Unidas en Corea hasta la disolución de unidades paracaidistas francesas en Argelia, tras el fracasado golpe de Salan, hay toda una teoría de prevalecimiento de la autoridad civil sobre la militar en Occidente, que ha provocado lógicas tensiones sin que el síndrome del golpe haya anidado en las conciencias de los ciudadanos que se dan sus propios gobiernos por procedimientos democráticos. El Ejército español tiene sus problemas, pero el Ejército español no es un problema para España.

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