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Reportaje:

Julio González, prototipo de genio español ignorado

El escultor Julio González era impulsivo y dócil, colmadamente pobre y generoso con porfía. Enarbolaba la hoz y el martillo, pero, en la soledad de la noche, leía reverentemente la Biblia. A veces. el enojo lo transformaba en gritos. mas luego se volvía silencioso, durante inacabables semanas, para expiar aquellas culpas que su imaginación urdía.Ese perfil contradictorio me lo pintaba. en catalán antiguo. Lola González. la fiel hermana del escultor. Y detallaba anécdotas, mil gestos emotivos del artista genial. Ella y su hermana Pilar trabajaban como humildes fregonas en París, procurándole a Julio la ayuda necesaria en sus cuantiosos gastos de escultor.

La vida de los González estuvo marcada por la carencia, y de contínuo abierta al drama a través de sucesos triviales. La desaparición del hermano mayor. Juan. dejó sumido al futuro escultor en una densa, y enfermiza desesperanza. No obstante, continuará insistiendo en un quehacer pictórico que delata la muy clara influencia de Puvis de Chavannes. Al correr del tiempo, inmerso ya de lleno en las propuestas espaciales del cubismo, halla el camino idóneo para avanzar con rapidez. La soldadura autógena. aprendida por medio del trabajo en las fábricas Renault, fue una técnica nueva empleada por él a lo ancho y largo de ese fértil camino que va a servir de base a la escultura contemporánea.

De Marie Thèrese, esposa y modelo amada, nos quedan unos ojos recortados en púas, quemados por la llama mecánica. Y también una dulce sonrisa que brota en los dibujos.

En la casa de Julio González no abundaban las risas. Tan sólo alguna vez: por ejemplo, cuando alrededor de la mesa para invitados, preparada por Lola y Pilar, se sentaban Brancusi, Modigliani o Picasso.

Basculaba Julio González entre la abstracción y las formas realistas, extrayendo de la Naturaleza los tesoros que le eran precisos a su espíritu creador para que nacieran prototipos como Los cactos, El torno y la Montserrat.

El día de la muerte de Julio, Marie Thèrese mendiga unas monedas que sufraguen los gastos del entierro de su marido; pero le son negadas. Emocionado, Pablo Picasso pinta. al regresar del cementerio, un lienzo titulado Homenaje a Julio González: cráneo de toro, sobre un fondo de colores violáceos.

Roberta, la última de la dinastía de los González, nació -lo que fue considerado un pecado- de una madre casi anónima. Y fue criada con áspero zumo de cebolla en una inclusa de París. Recibió los honores y riquezas que la sociedad ofrecía a deshora al genio de su padre. Sin embargo, más tarde fue internada en una casa de reposo, tras ser culpada de locura. Apasionada locura, la suya: de amor pleno a su prójimo y a las frágiles flores.

Murió sóla, en medio de un trigal amarillo, abrasada por el sol del verano, abandonada, sin fuerzas ya para acusar a nadie y comprobando incluso la sordera terrible de ese Dios tan suyo al que, a escondidas, ella reverenciaba.

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