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Entrevista:

Díez-Alegría ingresa mañana en la Academia de la Lengua

El teniente general Manuel Díez-Alegría ingresará mañana en la Real Academia de la Lengua, con un discurso que ha titulado El efímero esplendor, y que se refiere a una pléyade de militares de hace un siglo que «eran excepcionales, cultos, con facilidad de expresión y previsión de futuro». Algunas de las cosas que propugnaban esos militares en su tiempo, dijo ayer a EL PAÍS el ex jefe del Alto Estado Mayor, «aún no se han hecho realidad; no consiguieron nada. Ni recompensaron su esfuerzo, ni sirvió éste para la mejora de las instituciones militares». Con respecto a su elección como académico, Manuel Díez-Alegría asegura que entrar en la Academia «es una manera de coronar mi vida».

El teniente general Manuel Díez-Alegría, que hoy asistirá en El Escorial a los funerales y al entierro de Alfonso XIII en el Panteón de los Reyes, estaba ayer bastante cansado de conceder entrevistas, a una prensa que se acerca a él por diversos motivos. El primero de todos, porque el teniente general, que fue jefe del Alto Estado Mayor en momentos trascendentales de la reciente historia de España, sigue manteniendo en su memoria sugerentes aspectos de aquella época cercana. En segundo lugar, porque Manuel Díez-Alegría es un intelectual español que a principios de la década pasada publicó Ejército y sociedad, una reflexión humanista de lo que en términos teóricos generales supone el tema de la Defensa.En ese volumen, que ha conocido dos ediciones, el teniente general Díez-Alegría se revelaba, además, como un profundo conocedor de la literatura española, algunos de cuyos protagonistas -Baroja, Galdós y Valle-Inclán, precisamente- fueron objeto de su análisis. En último lugar, los que se acercan a él encuentran en Manuel Díez-Alegría a un hombre con un agudo sentido del humor, que matiza siempre con el que parece ser un innegable espíritu de mando.

En el penúltimo día de su preparación para ocupar el sillón G de la Academia, el que dejó vacante José María de Cossío, el teniente general Díez-Alegría tuvo que ir al edificio académico, en la calle de Felipe IV, 4, requerido por la televisión. En una sala bien iluminada por los focos, el nuevo inmortal -«un neófito es lo que soy», diría más tarde- tuvo un poco de tiempo para contemplar el retrato del marqués de la Ensenada («de lo mejor que tenemos en la Academia», señalaba el secretario de la entidad, Alonso Zamora Vicente) y declarar que aquel personaje que le miraba desde el cuadro, «es un hombre elegantísimo».

Cuando acabó su cita con la televisión, saludó a los que le acompañaban en la Academia y se fue a repasar el discurso de mañana, que titula El efímero esplendor, que le será respondido por Pedro Laín.

El nuevo académico tuvo ayer tiempo, de todos modos, para responder a esta entrevista de Sol Alameda.

Pregunta. ¿Cómo interpreta su elección para la Real Academia de la Lengua: es una manera de revalorizar a la milicia?

Respuesta. No creo, no creo. Pienso que es, simplemente, continuar una tradición. Porque siempre ha habido en la Academia algún representante de la milicia. El lenguaje militar, el general digamos, y el que se refiere a la defensa y a cuestiones militares, e incluso muchos términos propia mente militares, se emplean constantemente en todos los ámbitos de la sociedad. Fíjese en estrategia, táctica, en la palabra staff, que los civiles ni siquiera se han molestado en traducir y que significa Estado Mayor. Hasta los políticos usan constantemente términos originariamente militares.

P. ¿Su sillón en la Academia es, en cierto modo, un desagravio?

R. La Academia ha sido extraordinariamente -y no digo excesivamente porque sería poner una pega injusta a mis nuevos compañeros-, generosa conmigo. Y tenga en cuenta que se, votó mi nombre por unanimidad, lo que me pone muy contento.

P. ¿Y qué significa para usted ingresar en la Academia?

R. Es una manera de coronar mi vida. No digna; incluso brillante. Y en cierto sentido sí pone un mentís sobre mi fama de réprobo. Mire, es que yo creo que el elemento civil es generoso. Da premios, concede medallas e incluso hace académicos a algunos elementos que piensan que pueden contribuir a algo interesante, como es el lenguaje.

Porque, después de todo, yo trato de temas muy poco conocidos por ellos, como son los didáctico-militares.

P. ¿Han sido más generosos que los propios militares con usted...?

R. Pues sí. Porque en mi cese hubo una falta de lealtad de los de arriba, que debían haberme advertido de lo que pasaba. Y ahora, pues me queda trabajar para la Academia, e intentar, y voy a esforzarme por hacerlo, introducir el lenguaje militar en el lenguaje corriente y luchar contra el predominio de las formas anglosajonas en todo este campo. Como los avances técnicos y los inventos han sido suyos, esto ha traído consigo una avalancha de terminología foránea que hay que adaptar a nuestra propia lengua.

P. ¿Sobre qué tema ha centrado su discurso?

R. Voy a hablar de una escuela literaria-militar, de hace un siglo, más o menos. De unos cuantos representantes de esa pléyade de escritores que sobresalían en las distintas facetas que componen la materia militar. Eran excepcionales, cultos, con facilidad de expresión y previsión de futuro. Y algunas cosas de las que propugnaban en su tiempo, pues resulta que aún no se han hecho realidad. No consiguieron nada. Ni recompensaron su esfuerzo, ni sirvió para la mejora de las instituciones militares.

P. Usted hace una crítica de esta situación, de hace un siglo, pero la traslada a la situación actual, ¿no?

R. Claro que la traslado. Parto de una situación pasada perfectamente igual a la nuestra.

P. ¿Qué relación ha habido en estos últimos cuarenta años entre la cultura y la milicia?

R. Bueno, hay una faceta de la milicia que pertenece a la cultura; que es cultura por derecho propio.

P. Pero ¿no han estado los militares muy alejados de la cultura?

R. Desde hace tiempo, desde la Restauración, por conveniencias políticas tal vez necesarias en aquel tiempo, el Ejército y la sociedad en general han vivido de espaldas. Creo que por culpa de los dos.

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