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Juan Pablo II condena duramente el aborto en su tradicional mensaje navideno

«La Iglesia no pide otra cosa que poder cooperar con todos los regimenes y los pueblos, de cualquier tendencia e ideología, a la constante elevación de la Humanidad», afirmó ayer el papa Juan Pablo II, en el acostumbrado e importante discurso navideño al colegio de cardenales y a toda la curia romana.

El papa Wojtyla les dijo que los temas «internos» de la Iglesia los abordará a mitad del año próximo, y que en estas Navidades ha preferido tocar los problemas de «toda la Humanidad», porque, afirmó, «veo que no se respeta la sagrada grandeza del hombre».El Papa dijo con cierta solemnidad a los cardenales que la Iglesia tiene «el derecho y el deber» de intervenir en los problemas de la Humanidad, porque, según él, «toca a la Iglesia, por mandato solenme recibido de Cristo, defender la dignidad del hombre». Por eso durante el año pasado hizo diversos viajes en el mundo como pastor universal «en defensa de los derechos del hombre». Según el Papa, sus viajes han sido «absolutamente positivos», porque no sólo han servido para tener contactos con el pueblo de Dios, sino también «con los ilustres representantes de aquellos numerosos Estados, con encuentros ricos de calor humano y social». Y ha añadido que estos encuentros con los potentes de la Tierra «han ayudado mejor que ninguna palabra a un acercamiento real y concreto; más aún, para alejar cada vez más todo género de barreras que dividen a los diversos sistemas».

El Papa ha hecho en su discurso una fotografía de todos los males que sacuden hoy a la Humanidad: guerras, dificultades económicas, violación de los principios del derecho internacional, «complots oscuros y terribles del terrorismo», los cuales, ha añadido el Papa, «si no son una guerra propiamente dicha, son su sucedáneo inicuo y feroz».

Citó también los secuestros y los atracos, y nombró los puntos neurálgicos del conflicto internacional: Oriente Próximo, Africa del Sur e Indochina, recordando que los prófugos «son los verdaderos pobres de hoy en el plano internacional». Ha vuelto a condenar la carrera de armamentos, porque, ha dicho, «prepararse para la guerra significa estar en grado de provocarla»; ha condenado «las sangrantes desigualdades sociales aún existentes», y ha hecho un llamamiento severo a «quienes destruyen los productos por inconcebibles leyes de marcado»; a favor de las «víctirnas blancas», es decir, de todos los que hoy «mueren aún de hambre en el mundo». El Papa ha citado, sobre todo, a los millones de niños inocentes.

A los jóvenes, el Papa les ha puesto en guardia contra la droga, el hedonismo y la violencia; les ha recordado que la Iglesia hoy «conoce un momento de exaltante vitalidad y es centro de orientación y de interés para todo el mundo», y les ha asegurado: «La Iglesia no os traicionará nunca; no os desilusionará; respetará siempre vuestra personalidad humana integral. No tengáis miedo. »

Según el Papa, la formación de la juventud y el remedio a toda la disgregación actual y a las tentaciones de muerte de los jóvenes está en la «familia», que ha defendido como «célula primera y vital de la sociedad».

Según el Papa polaco, «tantas disoluciones morales, como tantos actos de violencia, nacen del desinterés por la familia, convertida hoy en blanco de una coalición de fuerzas disgregadoras que se sirven de todos los medios a su disposición».

Por lo que se refiere a la defensa que la Iglesia hace de los derechos fundamentales del hombre, el Papa ha citado, sobre todo, la libertad religiosa y el derecho a la vida »desde antes de nacer». Wojtyla ha pedido para la Iglesia la libertad de ayudar «a los hermanos y a los sacerdotes en todo el mundo». Ha tenido un pensamiento especial para el «gran pueblo chino», esperando que pronto también allí la Iglesia pueda gozar de «plena libertad religiosa para sus sacerdotes ».

Pero quizá las palabras más duras del Papa ante los cardenales han sido las pronunciadas contra el aborto: «En nombre de Jesús viviente en María», dijo el Papa, «flevado en su seno en mundo indiferente y hostil, en nombre de aquel niño, Dios y hombre, yo suplico solemnemente a los hombres conscientes de la dignidad insuprimible de los aún no nacidos a tomar posición, digna del hombre, para que este período oscuro que amenaza con envolver de tinieblas la conciencia humana pueda finalmente superarse.»

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