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En Madrid quedan menos de trescientos madroños

Hace escasos días, y durante una visita oficial, el alcalde de Madrid, Enrique Tierno, prometió a su colega de Moscú que regalaría a este Ayuntamiento un madroño, símbolo tradicional (junto al oso) de Madrid. Sin embargo, este arbusto, que hasta hace unos años estaba presente, prácticamente, por toda la ciudad, puede verse ahora en muy pocos lugares. Las causas de esta escasez de madroños -los latinos los llamaron Arbutus unedo-, cuyo fruto aseguran algunos técnicos que tiene facultades alucinógenas, puede tener su origen en la imposibilidad de desarrollarse en medio de la polución de esta ciudad.

Lo cierto es que en estos momentos hay en Madrid poco más de 250 madroños, la mayor parte de ellos canijos y sin el brillo y presencia con que crecen en los bosques. Frente al Museo del Prado, a lo largo del paseo y hasta la Castellana, hay una larga fila de madroños polvorientos, con aspecto de estar asfixiados y de pedir a gritos que alguien les riegue (necesitan mucha agua) y les lave la cara. En el jardín de la Casita del Príncipe, en el Pardo, hay otros dos ejemplares, que están en mejores condiciones que los anteriores, aunque ninguno responde a las características del que, esculpido junto a su inseparable oso, mandó colocar Carlos Arias en la Puerta del Sol. En los viveros municipales tampoco se ha cuidado especialmente la propagación de la especie del madroño.

En el escudo de Madrid, desde el siglo XIII

Que el madroño está recogido en el escudo de Madrid, es algo que conoce todo el mundo. Sin embargo, lo que es ya menos conocido es el origen de este hecho y, más que nada, las características botánicas del madroño.Una de las teorías sobre el origen simbólico del madroño y el oso asegura que hubo un tiempo en que Madrid estaba poblado de osos y que éstos, a la hora de rascarse, se restregaban contra los madroños. Pero hay otras teorías más serias. Por ejemplo, la enciclopedia Larousse dice que, a partir de la primera mitad del siglo XIII, el nombre de Madrid empezó a aparecer vinculado a la denominación de Villa del Oso y el Madroño. Esto sucedió a raíz de un litigio entre el concejo y el clero sobre pastos y montes. El concejo se quedó con los montes y los árboles, y el clero, con los pastos. Para celebrarlo, Madrid puso en su escudo el oso y el madroño.

Lo cierto es que, ya siglos antes, el madroño formaba parte de la flora de la península Ibérica y que, concretamente en Castilla, además de crecer en los bosques, los señores de los castillos adornaban sus jardines con este arbusto por la belleza de su forma, su longevidad (duran cerca de cien años) y porque con sus frutos hacían un fortísimo aguardiente.

Poderes alucinógenos

Hay quien apunta la idea de que una de las razones de la extinción del madroño se debe a que el Ayuntamiento no está interesado en mantenerlo porque su fruto es alucinógeno. Lo cierto es que este arbusto es conocido en Asturias por «borrachín» y que en algunas zonas del norte de Castilla se hace con el fruto del madroño el llamado aguardiente de forestales, de alto poder embriagador cuando se toma en infusión. Como dato está el hecho de que cuando el ganado cabrío se topa con uno de estos árboles y se come sus frutas, coge unas borracheras de tal envergadura que los pastores tienen graves dificultades para poder controlar a las cabras.Ya en el siglo XI, cuentan algunos manuales, en España, la gente comía grandes cantidades de estos frutos a la búsqueda de sensaciones especiales. Había que esperar a que la fruta madurase -en lo que se invierte un año- para poder preparar un aguardiente, fuerte y rojo, que dejaba a los bebedores prácticamente por los suelos. Hasta tal punto eran fuertes los efectos de esta bebida que los latinos le llamaron unedo para advertir de que nunca se tomara más de uno de estos frutos.

Facultades curativas

Sin embargo, el poder embriagador no es el único de este arbusto. Sus hojas (perennemente verdes) y corteza tienen facultades astringentes y antisépticas, sobre todo para el aparato urinario. Antiguamente -e incluso todavía en algunos pueblos- se preparaba una infusión con las hojas para combatir la diarrea y la disentería. Con una media de tres o cuatro tazas al día se conseguía, aseguran, la recuperación del enfermo. También se utilizaba para mitigar la inflamación del aparato urinario contra los cólicos nefríticos.

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