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La reina Isabel de Inglaterra sabía que Blunt había espiado para los rusos

En un verdadero «encaje de bolillos» oral, para no mencionar a la reina Isabel II por su nombre, la primera ministra Margaret Thatcher reveló anoche en la Cámara de los Comunes que el palacio de Buckingham fue informado de que el asesor artístico de la soberana había espiado para los rusos, pero que se pidió a la casa real que aquél continuara en su puesto para no alertar a los servicios secretos soviéticos.

Ante una Cámara llena hasta los topes, la señora Thatcher, que la pasada semana tomó la decisión de airear todos los detalles posibles del caso del «cuarto hombre», anunció igualmente que «todos los primeros ministros desde 1967 sabían perfectamente las circunstancias que concurrían en Blunt». Sólo el entonces primer ministro, en 1964, sir Alec Douglas-Home, hoy lord Home, que ocupaba el número diez de Downing Street cuando se produjo la confesión del espía, no fue informado del caso por su ministro del Interior, lord Brooke.Los primeros ministros desde 1967 fueron sir Harold Wilson, Edward Heath y James Callaghan, y los tres ocupaban sus respectivos escaños cuando se produjo la declaración de la primera ministra.

La señora Thatcher defendió la labor de los servicios secretos británicos, que «observaron en todo momento escrupulosamente las normas de procedimiento en estos casos». Y añadió que estaba en contra del establecimiento de una comisión de encuesta sobre el caso, ya que el trabajo de los servicios de seguridad, «por su propia naturaleza, no puede ser expuesto al público ».

La señora Thatcher explicó con detalle que el entonces secretario privado de la reina, sir Michael Adaene, fue invitado a participar en una reunión con el fiscal general y el director de los servicios de seguridad, en la que se le informó que el entonces tasador oficial de la pinacoteca real, sir Anthony Blunt, había sido un espía soviético. Al preguntar sir Michael: «¿Qué acción debía tomar la reina? », se le contestó que ninguna, con el fin de no alertar a los soviéticos. «Palacio siguió el consejo que se le había dado», dijo escuetamente la señora Thatcher. Interrogada en el turno de preguntas sobre ¿qué quería decir lo de palacio?, la primera ministra añadió que no sería más explícita.

La jefa de Gobierno dejó también en claro que Blunt había pasado a los rusos «información altamente perjudicial para los intereses británicos» y dijo que era inconcebible que una persona con el pasado marxista de Blunt hubiera sido reclutado precisamente por los servicios de seguridad.

Por su parte, el portavoz laborista del Interior, Melvyn Rees, ex ministro del Interior en el Gobierno Callaghan, se mostró también contrario al establecimiento de una comisión de encuesta v añadió que los servicios secretos eran vitales para la seguridad.

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El «caso Blunt» ha tenido una consecuencia positiva para la libertad de prensa, ya que el Gobierno se ha visto obligado a retirar un proyecto de ley que preveía la modificación de la sección segunda de la actual ley de secretos oficiales, y que, caso de haberse aprobado, hubiera impedido que este caso saliera a la luz pública.

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