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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Salmerón y la masonería

Considero necesario puntualizar cierta afirmación vertida por Paco Umbral en su cotidiana colaboración «Spleen de Madrid», concretamente en el artículo titulado «Déle color al difunto», que se publicó hace algunas fechas. Me refiero a aquella en la que se declara la filiación masónica de don Nicolás Salmerón y Alonso (1837-1908), presidente que fue del poder ejecutivo durante la efímera República de 1873 y figura señera del foro y la catedral. Es mi intención hacer constar que semejante atribución, amén de carecer de respaldo autorizado, señala un rasgo marginal, y nunca definitorio, de la tristemente olvidada personalidad de dicho político almeriense. Pienso que las sospechas de su vinculación a la masonería, sociedad, por otra parte, merecedora de todo respeto, se originan en una deficiente asimilación de la compleja personalidad filosófica de don Nicolás. Resulta innegable que el krausismo, cuya jefatura moral detentó nuestro personaje a partir de la muerte de su introductor, don Julián Sanz del Río (1869), contó en sus orígenes con una fuerte carga filomasónica; esto se refleja en el propio título de la obra central del filósofo de Eisemberg: «Urbild der Menschheit, vorzüglich für Freimaurer» («Ideal de la humanidad, dedicado especial mente a los francmasones) y se confirma en el predicamento que inicialmente tuvo entre los componentes de las logias peninsulares. Sin embargo, resultaría tan erróneo como superficial hipotecar a lo antedicho la autonomía doctrinal del movimiento, y más aún, hacer extensiva esta consideración a sus rectores. La clave de la actitud salmeroniana al respecto nos la da Miguel Morayta (1834-1917), Gran Oriente, periodista y correligionario político del llamado «filósofo sin realidad», cuando escribe que éste «simpatizaba con la masonería, pero no le agradaba su secreto ni sus ritos». Y es que, en verdad, resulta difícil imaginarse a un filósofo racionalista como Salmerón asumiendo los complicados, teatrales y, en cierto modo, ingenuos ceremoniales por los que se regían las reuniones de las logias decimonónicas. Lo más probable es que sintiera cierta inclinación hacia los más generales postulados masónicos en cuanto tienen de abstracción del sentimiento religioso que siempre permaneció vivo en su espíritu, pero que nunca llegara a asumir una significación societaria concreta.

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