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Reportaje:

Rumasa compró ayer el museo de botellas de Perico Chicote

Rumasa confirmó ayer la adquisición del museo de botellas de Perico Chicote, vendido por los herederos de éste en una cantidad que ninguna de las partes ha querido concretar. Chicote afirmó repetidas veces que su museo sería, a su muerte, propiedad de los madrileños, pero parece que no reflejó este deseo en su testamento. Cierta sensación de mala conciencia se apreciaba ayer en las declaraciones de uno de los herederos, José Chicote, quien, a las siete de la tarde -la compra-venta se realizó al mediodía- afirmaba confusamente que se había enterado de la misma por la prensa.

La esposa de José Chicote, poco antes de las doce de la mañana, afirmaba que no sabía absolutamente nada de la operación de venta, y se mostró muy afectada por los rumores. «Tenemos un berrinche tremendo», fueron sus palabras concretas. Preguntada sobre si en el testamento de Perico Chicote figuraba alguna cláusula en la que se contemplara que el museo debía pasar a propiedad de los madrileños, a través del Ayuntamiento, la respuesta fue que el testamento dejaba todos los bienes, a repartir, entre sus cuatro sobrinos, José, Pedro, Matilde y María.A las siete de la tarde, José Chicote confirmaba que su tío había hecho esa promesa muchas veces a lo largo de su vida, llevado por su amor a Madrid, pero que no llegó a figurar nunca en ningún documento legal.

Las dificultades económicas parecen haber sido la causa de la venta. José Chicote, que se encarga de la gestión del bar desde el momento en que la enfermedad de su tío, diabetes, le apartó a la fuerza de la marcha directa del negocio, explicó: «La personalidad de mi tío era irrepetible, y, al faltar él, que constituía la auténtica atracción del bar, éste comenzó a flojear. Desde que sufrió una crisis muy fuerte en su dolencia, en 1975, prácticamente no podía ni moverse, hasta el momento de su muerte, el día de Navidad de 1977. Los jóvenes ya no vienen por aquí, y los escasos clientes que hacen su tertulia no dan para la subsistencia.»

A las siete de la tarde, en plena Gran Vía madrileña, el bar Chicote está frecuentado por una cuarentena de personas, ancianas en su gran mayoría, que hablan pausadamente alrededor de algunos cafés y una jarra de agua. Los camareros, algunos de los cuales llevan allí más de cuarenta años sin interrupción, confirman la decadencia de uno de los bares que, hasta hace pocos años, era visita obligada de un sector de los vips de la política, el arte o el espectáculo.

El museo, formado por más de 8.000 botellas -nunca se ha sabido su número exacto- está cerrado desde hace ya unos días, y las llaves, en propiedad de Rumasa. Entre sus mejores ejemplares se encuentra una urna de la época romana, con un poso solidificado de vino en su interior, contemporánea de los emperadores Adriano y Trajano; varias donadas por Pablo VI, PíoXII y Alfonso XII; otra de cerámica, pintada por Picasso, arropadas entre varios miles más de botellas de todos los países y épocas.

Según Rumasa, sin embargo, es a partir de ahora cuando el museo de Chicote podrá ser visitado por todos los madrileños. La intención de la entidad es trasladarlo a un local en condiciones, abierto al público. Conservará su nombre, se nombrará un patronato que se encargue de su conservación y administración, y el museo será un centro de actividades relacionadas con las raíces castizas madrileñas, que durante toda su vida personificó Perico Chicote.

Su sobrino cuenta una anécdota protagonizada por su tío, en los ya lejanos años cincuenta, cuando en la Gran Vía se podía aparcar sin problemas y la puerta del bar estaba guarnecida por floristas y abrecoches. Un camarero quiso echarlos en una ocasión, porque molestaban a los clientes. El viejo Chicote le sujetó: «Cuando a las puertas no haya floristas ni abrecoches, es que esto se habrá acabado.» Parece que ese momento ha llegado ya.

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