Jesse Bishop murió en la cámara de gas
Jesse Bishop, un convicto de asesinato con un largo historial delictivo que le hizo pasar casi la mitad de su vida en prisión, fue ejecutado ayer en la cámara de gas del estado norteamericano de Nevada, después de que se negara rotundamente a apelar contra la sentencia o a pedir la conmutación de la misma. Bishop, de 46 años de edad, dio pruebas de gran entereza durante las últimas horas de su vida y llegó incluso a sonreír desde la cámara de gas a los catorce testigos que presenciaron la ejecución desde una habitación contigua. Desde Washington, informa Juan G. Yuste.
Jesse Bishop, que se había negado a recibir al capellán de la prisión y había manifestado que «no creo en Dios ni tengo ninguna religión», declaró al alcaide de la cárcel de Carson City que su muerte era sólo «un paso más en el camino que he seguido toda mi vida».Los esfuerzos de las organizaciones contrarias a la pena capital resultaron inútiles, en buena parte a causa del propio Bishop, que criticaba despectivamente a aquellos «cobardes» que no aceptan la responsabilidad de sus acciones.
Mientras el gobernador del estado de Nevada, Robert List, quien tenía poder para detener la ejecución, comentaba ayer que «la sentencia se ha cumplido y Jesse Bishop ha pagado su deuda con la sociedad», un portavoz de la Unión Americana de Libertades Civiles, opuesta a la pena de muerte, declaraba que la muerte de Bishop ha demostrado, una vez más, que «el asesinato de un ser humano es una solución inaceptable para un problema social».
La ejecución de Bishop es la tercera que se registra en Estados Unidos en los últimos doce años y la segunda ocurrida este año. Gary Gilmore fue fusilado en Utah, a principios de 1977, después que expresara su preferencia de «morir como un hombre», antes que estar toda la vida en la cárcel. En mayo de este año, John Spenkelink fue ejecutado en la silla eléctrica en el estado de Florida. Más de quinientos condenados a muerte esperan su ejecución en las cárceles de Estados Unidos, donde transcurrió una década sin que se cumpliese ninguna pena capital, pero donde se han producido tres ejecuciones en poco más de dos años.
Jesse Bishop fue condenado a muerte por un asesinato cometido en Las Vegas, durante un atraco a mano armada, en diciembre de 1977. Al asaltar un casino para conseguir dinero destinado a la compra de heroina, droga de la que era adicto, Bishop disparó contra un cliente del casino, David Bahard, que pasaba allí su luna de miel; lo mató en el acto. El botín del atraco fue de 278 dólares (unas 14.000 pesetas).
De sus 46 años de vida, Jesse Bishop pasó una veintena en prisión. Su carrera delictiva comenzó a los quince años y se interrumpió brevemente cuando, a los diecisiete, se enroló como paracaidista y fue enviado a la guerra de Corea. Bishop fue herido y condecorado en la guerra, de la que volvió con una excelente hoja de servicios y... el hábito de la heroina.
Su adición a la droga hizo que fuera expulsado del Ejército, tras pasar dos años en una cárcel militar. Desde entonces, Jesse Bishop frecuentó las cárceles y siguió una carrera de contrabandista de narcóticos y pistolero. Uno de los jueces que lo condenó a muerte dijo ayer que Bishop le había confesado que había participado en dieciocho asesinatos, relacionados con las drogas, por los que no fue nunca detenido ni inculpado.
Cuando alguno de los abogados que intentaron salvar la vida a Bishop sugirió el recurrir al brillante historial militar del reo, éste se opuso radicalmente, porque sería «un insulto» a los caídos en combate.
El condenado a muerte, que había declarado hace unas semanas a los periódicos que sabría morir como un hombre y que se jactaba de que mientras estuvo en libertad gozó de las mujeres más bellas, los coches último modelo y la droga que quiso, murió poco después de medianoche, en la prisión de Carson City, capital del estado de Nevada.
Varios periodistas figuraban entre los testigos de la ejecución, la primera que se produce en dieciocho años en la cámara de gas de Nevada, y contaron con detalles espeluznantes el transcurso de la misma. El reo vestía pantalones azules, camiseta blanca y calcetines del mismo color, sin zapatos. Después de ser fuertemente atado a una silla metálica, Bishop miró fijamente a los ojos de los testigos que seguían los preparativos de la ejecución tras unas ventanas, les sonrió e hizo, con el dedo pulgar hacia el suelo, un gesto significativo.
Tres funcionarios de la prisión, ocultos a los testigos y al reo, accionaron otros tantos botones, pero sólo uno de ellos accionó realmente el dispositivo que dejó caer pastillas de cianuro potásico en un recipiente con ácido. De este modo, los funcionarios no saben quién de ellos ejecutó a Bishop.
Al producirse la reacción quínilca, gases letales comenzaron a invadir la cámara de ejecución. Según los testigos, Bishop inhaló rápidamente, como en un intento de acabar cuanto antes. La cabeza se le cayó sobre el pecho en varias ocasiones, su cara se fue tomando rojiza, su cuerpo comenzó a contraerse y la saliva a caer por las comisuras de la boca. Unas cortinas verdes ahorraron el resto del macabro espectáculo a los testigos, uno de los cuales se desvaneció brevemente. Diez minutos después de que las pastillas de cianuro cayeran en el depósito de ácido y el gas comenzara a salir bajo la silla a la que estaba atado Bishop, el médico de la prisión le declaraba oficialmente cadáver.
Los testigos dicen que su pantalón estaba mojado y sus manos crispadas. Un portavoz de la familia, que no quiso ser identificado, declaró que «fue un hombre hasta el final», y el alcalde de la prisión reconoció lo adecuado del apodo de «hombre de hielo» que él mismo había puesto a Bishop.
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