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El Domund de las locas

Antes, esto del Domund lo llevábamos muy bien y muy al día, incluso quienes no creíamos demasiado en los chinitos, en los negritos ni en los inditos, porque no los habíamos visto nunca, y el sexo de los chinos era para nosotros (lo sigue siendo) como el sexo de los ángeles.Ahora, con la aceleración histórica y la marcha que le está metiendo a la Iglesia el papa Wojtyla (aceleración hacia atrás, por lo que ha dicho en las páginas no-amarillas de este periódico el teólogo Hans Küng), el Domund se nos pasa como un rayo, como la vuelta ciclista a España, que es el único espectáculo de multitudes que no se ve.

Claro que tampoco se paga por salir a la carretera a verlo.

Pero el tema es que el domingo (ahora, de todo se dice «el tema»: el tema del terrorismo, el tema del paro, el tema del tema; vamos a morir de un infarto de tema), el domingo por la tarde, iba diciendo, mientras llovía en la calle y en el corazón menestral de los domingueros, mientras yo leía el cirio de las abortistas y modernas en las Salesas, llamaron a la puerta:

-Soy un niño y vengo a lo del Domund.

Le abrí y le di una pasta. Se preguntaba Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio: «¿Quién ha echado a todos los ciegos a la calle, en el día más crudo del año, a vender cupones? » Y me pregunto yo, ahora: ¿quién echa a todos los niños medio bien a la calle, con una hucha, el domingo más crudo y triste del año? Por eso le di una pasta al niño, pues ya digo que no creo en los chinitos ni en los negritos, y no creo porque me pasé la infancia dando sellos de Franco usados a cambio del chinito que yo tenía que salvar, y esta es la fecha que el chinito no me ha llegado.

Ni siquiera me ha enviado mi chinito un biombo chino para regalárselo a un médico, que les gustan tanto.

Vuelto a la información y lectura de las abortistas, que no paran de pedirme firmas, cartas, adhesiones, cosas (y hacen bien), me digo que la Iglesia, ahora que está cambiando tantas cosas, debiera actualizar su Domund, y, en lugar de dedicarlo a salvar almas remotas de teóricos y lejanísimos chinitos o aborígenes de los mares del Sur, almas de flor y balalaika como las que seguramente salen en el Planeta de Vázquez-Montalbán, en lugar de eso, el Domund debiera haberse dedicado este año a salvar las almas, mucho más cercanas, culonas y locas, de las proabortistas y manifestantes, que a Rosa Montero la pegaban los guardias en el culo de Maruja Torres, confundidos, sin duda, de prosa y de glúteo.

Las huchas del Domund, en mi infancia, tenían la cabeza de un amarillo o un negro, con una ranura en la raya del pelo para meter el cuproníquel. Las huchas de hoy debieran presentar la cabeza de Massiel, de Pilar Brabo, de Ana Belén, de Carmen Díez de Rivera, que son las almas que hay que salvar aquí y ahora. Rin, rin, rin:

-Que soy Carmen, que si firmas el invento.

-Date por firmada.

Rin, rín, rin:

-Que soy Rosa, que si firmas la papela.

-Firmada es.

Y así llevo desde el sábado de autos y zorras a hoy que escribo esta crónica, en dulce ajetreo feminista, propugnando el nuevo desorden amoroso, que dicen los sociólogos marginales de París, y la justicia social para el caso tercermundista de las abortadas/lapidadas de Bilbao.

Pero como soy ecléctico, o me estoy haciendo con la edad, pienso al mismo tiempo que todas estas mujeres están condenadas al infierno de Wojtyla y que el próximo Domund, dentro de un año o antes, si hubiere peligro de aborto, debe ser el Domund de las locas, y empiezo ya mismo a coleccionar sellos, recortándolos de las cartas, para dárselos al niño que venga un domingo del 80 y salvar el alma (y a ser posible el cuerpo) de Emma Cohen, de Maria Asquerino, de Ana Belén, de la Massielona y de Rosa, que, como encima escribe, es la que más lo necesita.

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