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Francis Ford Coppola: "Soy un «croupier» del cine"

Juan Cruz

En esta ocasión, con Apocalypse, el diamante costó más de 2.000 millones de pesetas. «Pero yo no veo ningún dinero. Pasa ante mí como una cinta sin fin. Parezco un croupier del cine. De vez en cuando me dejan caer algún cheque y me dicen: "Toma, para tus hijos", y yo sigo filmando.» Ahora dirigirá una historia de amor. Los que vean en noviembre en España Apocalyse Now, se preguntarán que demonios se dispone a hacer este brillante cineasta, comparado por algunos con el Fellini.En un viejo hotel del antiguo Saigón, un capitán del Ejército americano, borracho y alucinado, se enfrenta al espejo de su cuarto de baño, lo mira con odio y grita: ¡Mierda! Al unísono, golpea con todas sus fuerzas el cristal y se queda con la mano ensangrentada, aunque su rostro sigue ausente y crispado.

Los únicos datos ficticios de esta historia son el hotel, la ciudad y el empleo del protagonista, que no era un capitán del Ejército estadounidense en Vietnam, sino un actor de igual nacionalidad llamado Martin Sheen.

Después de casi un año de rodaje de la película Apocalypse Now, que comienza con aquella escena, era normal que Martin Sheen reaccionara así ante su propia imagen. Tampoco sorprendió que luego sufriera un ataque cardiaco.

El director del filme, Francis Ford Coppola, que está estos días en Madrid, comprende la violenta reacción de Sheen y asegura que él pudo haberse golpeado ante un espejo alguna vez durante ese rodaje, sino fuera que él, descendiente de italianos, nuevo filósofo del cine americano, un ser amable y barbudo, es una persona de pocos prontos violentos.

Más de una vez -«dos veces, exactamente»- estuvo a punto Coppola de abandonar su ambicioso proyecto cinematográfico, que le costó más de treinta millones de dólares (más de 2.000 millones de pesetas) y que se filmó en Filipinas, en medio de las más espeluznantes privaciones que puedan imaginarse, desde el punto de vista de la industria del cine y de la propia vida humana.

Coppola tuvo que improvisar una ciudad entera, dotarla de luz, de agua y de cualquier otro servicio, para hacer que los bosques filipinos recordaran la jungla y las localidades en las que se desarrolló la guerra sobre la que reflexiona Coppola. Alguna vez, un tifón destrozaba las instalaciones y había que renovarlas mientras la vida salvaje afectaba radicalmente a la mente y al físico de los actores y del personal empeñado en la empresa. Coppola recuerda ahora que todos le miraban para encontrar en él un liderazgo. Y él simulaba saber el camino, aunque realmente «no tenía ni idea de adónde me dirigía con el filme».

Todos los días, por otra parte, los helicópteros usados para verificar el montaje teatral de esta espectacular película, tenían que ser pintados, despintados y vueltos a decorar para atender a las dos funciones que se reclamaban de los aparatos: por el día los usaba el Ejército filipino para combatir la guerrilla. Por la noche, durante dos horas, eran helicópteros de alquiler que combatían en la guerra de Vietnam.

No es la guerra el tema de la película de Coppola. Los millones de dólares que se gastó para tan impresionante montaje son una inversión que, según él, le ha permitido reflexionar sobre la relatividad del bien y del mal. Nietzsche es, en este caso, el filósofo que más cercano está a su teoría. Desde el punto de vista literario, Joseph Conrad surca todo Apocalypse Now. Y una buena porción del T. S. Eliot de El hombre hueco.

Con esos materiales tan diversos y contrapuestos, Francis Ford Coppola construyó, según él, una epopeya en la que trata de demostrarse «que nada es bueno ni malo definitivamente. Lo que el hombre hace es sacar de sí su carácter malvado, sin que de ese ejercicio esté ausente, por otra parte, el carácter bondadoso de su naturaleza», afirma Coppola.

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