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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El mejor de los mundos posibles

Con semejante título, el lector quizá se prepare para leer una sátira sobre el Programa Económico del Gobierno. Pero el lector que pensase esto estaría equivocado, como lo estaba Voltaire al ridiculizar al doctor Pangloss. En realidad, el antioptimismo volteriano era el resultado de un optimismo desmesurado. Hoy sabemos que Voltaire estaba equivocado y que el pesimista Burke tenía razón.En este sentido, el título es pertinente y quiere decir lisa y llanamente que el PEG es el mejor de los programas posibles. Esto es sorprendente, ya que en la primavera pasada podía esperarse lo peor. Todo empezó en el Parlamento cuando los tigres de papel de la izquierda acorralaron al ministro de Economía, José Luis Leal. En realidad, fue un happening en el cual se puso indudablemente de manifiesto la ingenuidad política del ministro, que creyó -de buena fe- que sus razones evidentes serían comprendidas por la Cámara. Pero en el Congreso había pocas personas capaces de comprender las razones y el estilo de José Luis Leal. El ministro es uno de estos españoles raros que cultiva lo que los anglosajones llaman el understatement -es decir, que dice cosas importantes sin resaltarlas demasiado-, y que es el lenguaje que se emplea en Europa. En una palabra, que un español europeo se dirigía a un Congreso donde escaseaban los españoles de talante europeo y donde abundaban, además, los incompetentes. Los que tenían obligación de comprender, más que tigres de papel, parecían -tal vez para respetar la disciplina de partido- loros amaestrados repitiendo las monsergas planificadoras, burocráticas y totalitarias de los maestros y maestrillos marxistas expuestas en los manuales y manualitos. Todo era arcaico -como diría el socialista francés Rocard-, cuando no autárquico.

La otra parte de la Cámara, salida en su mayor parte del corporativismo verticalista y planificador del franquismo, reflejaba la nostalgia de la seudoseguridad de los planes indicativos que todo preveían y nada cumplían. Podía esperarse lo peor cuando el propio partido del Gobierno emplazó al Gobierno para que presentase un plan a fecha fija. Por si esto fuera poco, desde sus parapuestos empezaron a hablar los ex ministros. Unos meses después del happening del Parlamento, en junio, el ex ministro de Hacienda, señor Fernández Ordóñez, decía que había «que volver a la planificación económica». Supongo que el lector comprenderá que se podía esperar lo peor cuando una persona con tan alto prestigio intelectual, económico y político pedía la planificación. Parecía que nos dirigíamos al peor de los mundos posibles.

A primeros de agosto, nuestros temores se atenuaron ante la clara y rotunda posición del ministro de Economía, que declaraba a la revista Cambio 16 que el país tenía que saber que no se podía «salir del túnel gracias a un plan económico». Unos días después, el vicepresidente segundo, señor Abril Martorell, en la misma revista, decía que el programa económico que se preparaba se basaba en la creencia de que «solamente una economía más flexible, que asigne un papel creciente al mercado como orientador de las decisiones económicas, tiene una posibilidad mejor de supervivencia y una mayor posibilidad de satisfacer el bienestar y la seguridad que demandan los ciudadanos».

Cuando se presentó el PEG, el 14 de agosto -fecha que debe ser en algún sentido mágica, porque si no, no se explica que se presente nada la víspera de la gran fiesta mayor de las ciudades, pueblos y aldeas de nuestra piel de toro-, se vio claramente que la intención del Gobierno era establecer -desgraciadamente no podemos decir restablecer- la economía de mercado.

En efecto, en el PEG se dice que ante el reto del período en que vivimos, «es criterio básico del Gobierno tratar de aumentar el juego de los mecanismos del mercado, alejando nuestra economía del exceso de intervención (...) y permitiendo que el movimiento de los precios relativos cumplan su papel orientador de las transformaciones de la economía». Con la definición clara de este objetivo, el Gobierno cumple un compromiso que tenía con sus electores, y en nombre de los cuales el Gobierno gobierna y, además, conduce la economía española hacia el modelo económico que la Constitución postula.

Pero, además, existe una razón funcional importante. La economía administrativa o corporativa del pasado es incapaz de hacer frente a los problemas de nuestra integración en un mundo internacional dinámico y competitivo. Una economía moderna como la española es un entretejido de extraordinaria complejidad en la que a diario circula un continuo creciente de información que obliga a tomar continuas decisiones individuales, que sólo los entes económicos que actúan en el mercado son capaces de tomar, y que ningún instrumento de decisión administrativa estáen condiciones de realizar. Ahora bien, no se trata de un puro seudofuncionalismo pragmático. En última instancia, el principal argumento a favor de la economía de mercado no es alcanzar el llamado «óptimo económico». Lo realmente importante es limitar el campo de las decisiones administrativas -la mayoría de las veces, arbitrarias e ineficaces- en el terreno económico, y permitir el librejuego de las decisiones individuales responsables. El PEG trata de arripliar al campo económico el margen de libertades políticas trabajosamente conseguidas, lo cual, además de ampliar el campo de la libertad, la fortalece. La democracia es responsabilidad, y el juego económico no puede escapar a sus reglas.

Paradójicamente, la oposición, en tanto que tiene un programa económico, parece abogar por el refórzamiento de la economía administrativa o corporativa, tal vez como paso previo para cumplir sus objetivos de alcanzar una economía burocrática planificadora. Claro es que el PSOE no ha dicho nada ni presentado programa alternativo. El hecho es disculpable, ya que el PSOE, en los últimos meses, como no tenía bastante con sus 35 años de vacaciones de sus cien anos, de historia -como ha recordado recientemente mi amigo y paisano Vicent Ventura-, se ha tomado unas nuevas vacaciones para preparar su congreso clarificador.

Respecto a El Partido -el PCE-, ha actuado en dos frentes. Primero, Santiago Carrillo publica un artículo cuya «excepción y calidad han sido reconocidas en medios ajenos al nuestro», como dice -con frase feliz- el independiente Mundo Obrero. El artículo tiene, indudablemente, calidad excepcional, por su carácter populista y su frenética convocatoria a la unidad. Refleja tal vez la nostalgia de la célebre HNP. Tal vez también el señor Camacho siente la misma nostalgia cuando nos dice que hay que desdramatizar la huelga general que convoca. En efecto, nada menos dramático que la HNP, al menos para los dirigentes. Todo es ebinprensible si tenemos en cuenta la situación del PCE. El artículo es realmente una plática exhortatoria clerical. Claro es que don Santiago es un clerc. Se trata de impedir «el gremialismo», es decir, la funesta fragmentación; tenemos que unirnos todos contra tres o cuatro malvados al servicio de las multinacionales y sus lacayos. Cuando habla de la empresa recuerda al Fuero de los Españoles y a José Ortega y Gasset, ya que, según dice, superadas, «las puras relaciones de mercado», la empresa debe ser «un proyecto común para superar una coyuntura concreta».

El segundo frente -un término realmente militar- es el de Ramón Tamames. Este sí que no se parece a nadie -nada que ver con los inteligentes economistas del PCI y, menos aún, con Lenin-, como luego veremos. En la primera actuación, la «económica», en su artículo de EL PAÍS se le ve el plumero intelectual demasiado. Es un artículo penoso que no voy a criticar, puesto que ya lo ha hecho clara y rotundamente Luis Gamir en el mismo periódico. En su segunda actuación, la «política», en la entrevista a la revista Interviú, se le ve el plumero político. Abandonando el empirismo leninista, tantas veces puesto a prueba -en el terreno económico, la NEP es una buena muestra-, se lanza al voluntarismo planificador. Lo curioso es -por esto hablábamos antes de términos militares- que justifica y legitima sus propuestas planificadoras, aleccionando a «la inculta derecha española» con el hecho histórico cierto de que la planificación « no la inventó Lenin, sino el estado mayor alemán, en la primera guerra mundial». En resumen: que el diputado por Madrid del PCE señor Tamames propugna una economía de guerra -máxima expresión del despilfarro humano- para salir de la presente crisis económica. Claro que en algo tiene razón Tamames: la economía de guerra es la permanente economía socialista de los países del bloque democrático soviético, en guerra permanente contra sus enemigos externos e internos. Pero nuestro país -afortunadamente y por el momento- no es una dictadura, sino un Estado democrático que pretende vivir en paz. Nuestro Gobierno no es un estado mayor dirigiendo operaciones militares y sacrificándolo todo a un objetivo único. El PEG sólo pretende orientar en libertad la vida económica de sus ciudadanos.

Para terminar, queremos decir dos cosas respecto al PEG. La primera hace referencia al párrafo ya citado del programa. Nos referimos a la afirmación de que el Gobierno tratará de aumentar el juego de los mecanismos de mercado. El Gobierno debe aumentarlo fundamentalmente en su área de responsabilidad directa. Nos referimos, naturalmente, al sector público. La presente situación es incompatible con «el juego de los mecanismos de mercado». Suponemos que el Gobierno no tratará de excusarse con la situación de paro existente. El mantenimiento del empleo o su aumento en el sector público es un mecanismo infernal para crear paro en el sector privado, cuyo peso es mayor en nuestra economía.

La segunda se refiere al criterio de permitir «que el movimiento de los precios relativos cumpla su papel orientador en las transformaciones de la economía». Esto hay que cumplirlo a rajatabla. Desgraciadamente, en los últimos tiempos el tándem Abril-Leal se ha creído que era la famosa «mano invisible», y desde el amanecer a las altas horas de la madrugada estaban preocupados por el precio diario del pollo, la carne, las naranjas y la alfalfa..., con los peligros que esto acarrea. La inflación no es el alza de los precios de las mercaderías. Es otra cosa. Últimamente, el vicepresidente segundo parece obsesionado con la baja de los costes financieros y, como resultado, con los tipos de interés, e inexplicablemente se compromete a bajarlos. Esto es grave, ya que el interés es un precio no manipulable que cumple un importante «papel orientador», como ponían claramente de manifiesto los dos magníficos artículos de Rafael Termes aparecidos en EL PAÍS a principios de diciembre de 1978. Por si faltaba algo, los tipos de interés en el mundo son crecientes en todas partes, y España no puede ser una excepción. Claro que el señor Abril haría bien en dejar que los tipos de interés cumplan el importante papel de «orientar las transformaciones de la economía».

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