El desencanto sueco
EL «MODELO sueco», que envidió una parte de Europa, creado por el largo gobierno socialdemócrata, se quebró en las elecciones anteriores; no se ha rehecho en las del domingo pasado, aunque el Partido Socialdemócrata siga siendo el primero del país. La coalición o bloque de los partidos llamados «burgueses» -esto es, no socialistas- tiene la mayoría de los escaños. Débil, inestable, pero mayoría.La socialdemocracia es víctima de una paradoja: al elevar el nivel de vida de sus antiguos militantes terminó por convertirlos en acomodados, en pequeños burgueses, que forman ahora parte de la clase a la que arrancaron sus ventajas, y votan con ella: practican más un voto defensivo de clase que un voto político. Rechazan la dureza impositiva que antes les benefició, pretenden una mayor distancia entre sueldos altos y sueldos bajos, puesto que han salido de éstos y se creen con opción a aquéllos. El fenómeno es reducido; fue suficiente para apartar del poder a los socialdemócratas en las elecciones anteriores y, aunque en éstas haya un brevísimo ascenso socialdemócrata -apenas un 0,5%-, les sigue apartando del poder. Es una manera de expresar el inevitable desencanto, que se acentúa por el hecho más espectacular de las elecciones: el corrimiento de votos hacia el conservadurismo dentro del bloque burgués. Ha ganado casi un 5% con relación a las elecciones de 1976. Para Olof Palme -el primer ministro que dio a la socialdemocracia sueca su, imagen internacional más brillante, pero también el que perdió el poder en 1976- este progreso significa la aparición en Suecia de una «derecha agresiva, como en muchos otros países de Europa, empezando por Inglaterra». Aunque la intención de Palme parece ser la de desplazar hacia una tendencia general de Occidente lo que es una cuestión interior, no deja de ser real que ese progreso de la derecha dura forma parte de un contexto amplio y de una respuesta a la crisis: el derechismo coyuntural es una forma de defensa del desclasamiento.
El grupo burgués, sin embargo, no es un frente, no es una unidad. El Partido Centrista -el que más ha perdido en estas elecciones - y el Liberal tratan de evitar que los conservadores, que forman el segundo partido del país (aunque a gran distancia de la socialdemocracia; con menos de la mitad de votos y de escaños) capitalicen este éxito; tratan de marginarlos en lo posible, y preferirían llegar a un cierto consenso con los socialdemócratas: obtener de ellos, por lo menos, la abstención, para que pueda seguir gobernando el Partido Liberal, con Ola Ullsten, como hasta ahora. Ullsten ha sido ya encargado de las primeras consultas. En todo caso, la delicadeza del equilibrio en las alianzas, compromisos y consensos, y la falta de una mayoría clara, no van a hacer fácil la formación de Gobierno; menos aún que éste pueda gobernar con soltura. Prácticamente la solución más clara se remite a unas próximas elecciones, que no tardarían en celebrarse.
En marzo, el pueblo va a ser llamado a consulta sobre la cuestión de las centrales nucleares. La separación de los partidos es muy compleja en ese tema: socialdemócratas, liberales y conservadores son pronucleares; comunistas y centristas son antinucleares. Las centrales nucleares aparecían, hasta la catástrofe de Harrisburg, como imprescindibles para el progreso económico y social de la nación, contando con la eficacia y la seguridad suecas para ahuyentar la idea de accidentes graves o de repercusiones ecológicas; lo de Harrisburg ha variado el panorama. El referéndum puede provocar una crisis -según sea el Gobierno que ahora se nombre y su comportamiento- que produjese la disolución de la Asamblea y la convocatoria de nuevas elecciones. Puede pensarse que la no solución de ahora va a servir para poco más de seis meses.
Pero no es fácil de profetizar lo que suceda después.
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