El servilismode las ciencias sociales
Se veía venir. Más pronto o más tarde, alguien tenía que proporcionarnos una explicación científica acerca de este inequívoco giro hacia la derecha que las élites gobernantes y los electores del mundo occidental están adoptando. Porque, a pesar de todos los errores históricos, a pesar de todas las incongruencias de la ciencia racional, hay mucha gente que prefiere el diagnóstico del experto al sermón del carismático. Aunque, hoy como ayer, los expertos, los científicos sociales, están diciendo más o menos las mismas cosas que los brujos y los eclesiásticos y todos.a una tratan de convencernos de que las cosas son como son y no hay que darle más vueltas. La recesión económica ha recalentado conservadurismos de uno y otro signo. No es de extrañar. Cuando hay menos a repartir, todos nos hacemos más egoístas. Cuando decrecen nuestras energías, asumimos menos riesgos.El problema es que hace apenas diez años, los científicos sociales del mundo occidental, prácticamente los mismos que hoy se arrugan ante el impacto de la crisis, decían que la promesa de un futuro, tecnológica y humanamente armonioso, estaba a la vuelta de la esquina. Los grandes bloques políticos iban a competir en generosidad respecto al desarrollo del Tercer Mundo y las burocracias satisfarían un montón de demandas de redistribución del poder y la riqueza, de expansión de los derechos humanos. Prácticamente nadie discutía que la democracia política iba a ser continuada por la democracia económica y que cuando los jóvenes revolucionarios del 68 llegaran a cuarentones estaríamos en el mejor de los mundos, con el consenso y la aceptación, claro está, de los dirigentes de la industrialización hegemónica.
Las cosas no han ocurrido así. Casi al contrario, y hasta los chinos han comprendido que las realidades geopolíticas son más sólidas que la indoctrinación colectiva y que por mucho que avance la tecnología, la ética y la organización de los intercambios no parecen estar coordinados con ella.
¿Y qué dicen ahora los científicos sociales? El profesor P. Steinfels acaba de publicar un libro acerca de los sociólogos norteamericanos, que en los años sesenta eran liberales y progres y ahora se han hecho neoconservadores, Algunos de ellos han asistido, como yo, al congreso de sociología celebrado en Boston la última semana de agosto.
En público y en privado, Patrick Moyniham, Natham Gleizer y tantos otros nos han advertido estos días que las cosas no son tan fáciles, que hay quelener mucho cuidado con la manipulación social y todos o casi todos insisten en la conveniencia de dejar hacer a las instituciones y a los grupos no estatales. Para mí y para algunos otros colegas de esos días, la actitud de, los neoconservadores es una de tantas pruebas históricas de que la racionalización científica del comportamiento colectivo es, entre otras cosas, un ejercicio de legitimación y que lo que ahora se traen entre manos estos expertos no es tanto un análisis de la crísiÍs, sino una justificación pro bono suo de la reacción de la clase dirigente ante los inequívocos progresos que han hecho los pueblos y los sectores sociales anteriormente discriminados, los cuales, obviamente, quieren seguir progresando en su empeño. Sólo los que han conseguido algo piden más, nos repetía una socióloga al subrayar que no es nada extraño que el feminismo juegue sus cartas más fuertes en una sociedad como la americana, donde la mujer ha alcanzado ya muchas metas y no, por ejemplo, en Turquía o Irán.
La sociología norteamericana, como nos recordaba el desaparecido Pancho Marsal, se ha pasado la vida creando hipótesis para la hegemonía de un modelo de industrialización que ahora está doblemente asfixiado por la limitación de sus energías y por los logros intelectuales y sociales de sus grupos tributarios.
Es probable que la argumentación más eficaz para desencadenar la reacción conservadora y de paso justificar el frenazo a la redistribución del poder que se estaba operando sea atacar al Estado. Es un argumento doblemente eficaz: porque las burocracias públicas tienen mecanismos de corrección menos sensibles que las privadas y, por tanto, se les nolan más los fallos, y porque el argumento antiestatal casa bastante bien con la tradición liberal que suele acompañar al progreso en el tema de la justicia. En Estados Unidos, por otra parte, no existe la tradición. europea de la burocracia napoleónica. El Gobierno federal tuvo que improvisar gentes y modos para administrar los programas de bienestar y control de las relaciones laborales que se aprobaron en la época de Johnson. El sentimiento general es antiburocrático y la gente más lista y más aventúrera suele estar preferentemente en el mundo de los negocios. El poder. político, para la tradición anglojajona, no es sino un apéndice de la clase dirigente, del que ésta se beneficia sin mayor desdoro porque, como dice el refrán, lo que es bueno paya la General Motors es también bueno para el país.
Enzarzarse en discusiones sobre este asunto es bastante inútil. Pero una devaluación del Estado a estas alturas suena a recuperación del poder por los mismos, que lo controlaban antes férreamente y ahora se asustan de la amplitud y los vuelos de la participación popular en los mecanismos de redistribupión política y social.
Mejor o peor, más lento o más rápido, el Estado moderno es lo único que tenemos a mano para terciar en las luchas de interés, para arbitrar, para compensar y, sobre todo, para encarrilar un mínimo sentido de justicia en la dinámica social. Nuestros colegas, los neoconservadores, siguen queriendo vender esa dudosa mercancía que consiste en con fundir motivación individual con bien común. Claro está que todos funcionamos mejor cuando el resultado de nuestro esfuerzo es gratificante, pero ésto no tiene nada que ver con la ordenación equilibrada de la convivencia. La hipótesis de la libre empresa, de la iniciativa privada como el más eficaz instrumento de progreso económico y social, es una de las banalidades más necias que se pueden sostener a la vista de las comprobaciones empíricas. No hay un solo período de la historia en que el poder político no haya configurado, dirigido o alterado los pactos mercantiles. en benefi cio de algún grupo en particular.
La idea de la mano oculta del mercado como misteriosa pero eficaz reguladora de la actividad económica suena a teología. De hecho recuerda la doctrina de la gracia santificante en cuya virtud, como tantos aprendimos de pequeños, las cosas que uno hace en gracia de Dios son de más valor que las que se hacen sin ella, incluido el ganar dinero.
A mí me molesta bastante la discusión de las tesis de principio, porque no suele servir más que para eludir las cuestiones concretas. Me temo que los neoconservadores hagan ese ruido retórico. más que nada para no tratar de la educación, de la vivienda, del sistema fiscal y tantos otros temas donde la recesión económica vuelve a marcar con trazos gruesos la separacion entre clases sociales y países ricos y pobres.
Pero el gran triunfador, el nuevo mesías de las ciencias sociales es, desde hace unos pocos años, un entomologo de Harvard, Edward Wilson, creador de la nueva síntesis, la sociobiología. En el congreso del año pasado, Wilson estuvo a punto de ser expulsado de una sala por un grupo de coléricas feministas que protestaban por sus ideas reaccionarias sobre el sexo. Margaret Mead, la gran veterana y símbolo encarnado de la sociología progre , le protegió en nombre de la neutralidad de la ciencia.
Edward Wilson es un experto en evolución biológica, algunos dicen que es el segundo Darwin, y tiene ideas muy claras acerca del comportamiento animal y humano. El cree que la programación genética, la naturaleza de cada especie, recibe influencias del medio ambiente pero sólo para mejor adaptarse a él y sobrevivir dentro de sus básicos condicionantes biológicos. Su tesis es que la cultura, ese invento humano hecho posiblepor el lenguaje y la transferencia cada vez más codificada de la información, altera sustancialmente la naturaleza del homo sapiens pero lo hace muy lentamente, mucho más de lo que desean los utópicos. Wilson dice que el hombre del siglo XX es todavía básicamente el mismo cazador almacenista de hace medio millón de años y quehay que darle tiempo para que siga evolucionando hacia comportamientos más racionales, menos instintivos.
Wilson sostiene que la perenne escasez ha funcionado hasta ahora como motor básico del comportamiento egoísta cara a la supervivencia y que el altruismo es un mecanismo funcional de los grupos primaríos, de modo que es muy raro que alguien se sacrifique o se muestre generoso con los que no siente como muy próximos. La solidaridad en gran escala forma parte de ese progreso hacia la racionalidad, que para Wilson es lento, de modo que la ley de la selva está todavía muy vigente y más vale que nos demos cuenta de ello para no llevarnos grandes chascos.
El impacto de estas ideas en los programas compensatorios, en las políticas de transferencia puede conducir al radicalismo al permitir que se puedan sostener con el mismo fundamento dos actitudes contradictorias: que como las cosas son así hay que presionar a la contra y que más vale desentenderse puesto que a su debido tiempo todo ocurrirá tal y como está previsto en las leyes evolutivas.
La doctrina Wilson, copiosamente difundida, furiosamente defendida y atacada, no ha podido llegar en mejor momento para cooperar a la legitimación conservadora de la crisis. Los sociobiólogos están de moda, protegidos además por su constante referencia a una ciencia, la biología, más empírica, más respetable que la sociología literaria y humanista.
Todo el mundo te recomienda ahora hacer microsociología y así como hace unos años los progres nos sentíamos gratificados haciendo de alguna manera causa común con los perdedores de la industrialización y las minorías. de todas las dictaduras, hoy hemos abandonado mayoritariamente esas causas perdidas y tratamos de encontrarnos cómodos en la cultura del narcisismo descrita por Lasch y Amando de Miguel, donde de lo que se trata es de que la clase media se mire el ombligo y se recete psicología, romanticismo, vacaciones, buena cocina y mucho trajín intersubjetivo. Yo mismo me he pasado los últimos tres años estudiando, publicando y proponiendo remedios al desempleo juvenil y ahora, convencido de la inutilidad del empeño, estoy escribiendo un hermoso ensayo sobre la sociología del sexo.
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