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Retrato de una dama

Hace poco, en estas mismas páginas, se evocaba la memoria de Juana de Arco, la doncella de Orleans, a propósito de los cinco siglos y medio cumplidos desde la liberación de esta ciudad, en recuerdo de su triunfo fugaz y su póstuma gloria.Es cierto que pocas figuras históricas masculinas o femeninas como Napoleón o Juana han cubierto desde su muerte un camino tan fecundo en posibilidades artísticas, culturales, de alta finanza o mercado modesto, desde la gloria imperecedera de los héroes, los elegidos y los santos, hasta el modesto sello o marca de alguna suculencia habitual en toda bien servida mesa. Es curioso también que Francia, cliente máximo, por inventora, del chauvinismo más acabado, no sienta, llegado el momento, la menor preocupación cuando se trata de dar el nombre de su emperador a un coñac y el de su santa y universal heroína a un queso. Por algo los antiguos daban poca importancia al corazón y sí mucha al estómago.

Juana la virgen, como tantas otras jóvenes de su tiempo, francesas o no, oyó cierto día una voz que venía, al parecer, del cielo. Sin embargo, en su caso, el mensaje no se refería a ningún problema místico, moral o doméstico tan al uso entonces. El correo invisible le pidió nada menos que barriera de Francia a los ingleses. Y Juana obedeció, consiguiendo lo que los nobles no lograron. Coronó a Carlos VII en Reims antes deser acusada de bruja y hereje y morir en la hoguera, pues ya se sabe que los hombres no permiten que se les enmiende la plana impunemente.

Entre nosotros, sin contar por más célebre la aventura violenta y monacal de aquel antiguo espadachín llamado en vida Catalina de Erauso, más conocida como la Monja Alférez, existe otra mujer en armas, cuya vida corre en cierto modo paralela a la de la Doncella de Orleans, incluso en lo que al nombre se refiere.

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Pero más que por él o su apellido, también se la conoce por el lugar que la vioi nacer, y así, esta Juana García española, la Dama de Arintero, viene a ser nuestra Juana nacional virgen y mártir a cuenta de las guerras por la unidad de España.

Casi contemporánea de su homónima, llamada para salvar a su país también de un ejército extraño, en este caso el portugués, la voz que puso lanza y adarga en su brazo y puño no vino del más allá, sino del más acá, un tanto a la española, en boca de correos y pregoneros que trataban de alzar tropa y hueste en favor de la reina doña Isabel, en contra de su rival la Beltraneja.

Desde entonces, nos cuenta la leyenda ampliada, refundida y deformada en gavillas de versos torpemente asonantes, el triste desengaño de su madre al no tener hijos varones que enviar a la guerra en representación de la casa, hasta que Juana García se o frece a marchar vestida de hombre tomando parte en los combates a la orilla del Duero, entre Zamora, Toro y Albuera.

Fue por aquellos campos donde se distinguió por su valor, al parecer extraordinario, hasta que en marzo de 1476, según cuenta Juan de Ortega Muñoz, su ardor le traicionó, pues «Al tiempo de tirar la lanza, como iba con gran fuerza, se le desabotonó y abrió su jubón que llevaba, y se le echó de ver el blanco pecho; por presto que acudió con su mano a apretar el jubón con su mano y ansi se comenzaron los soldados a alborotar diciendo: "Mujer hay en la guerra "muchas veces asta que llegó a noticia del Rey. »

Si grande fue la sorpresa de los soldados no debió de ser menos la del monarca don Fernando, dispuesto a conceder cuanto pidiera a dama tan generosa en valor como en dones de la Naturaleza. Y tampoco fue parca en pedir favores la reciente heroína, para sí y los suyos, desde un escudo de armas, a declarar; hidalgos a todos los de su aldea y valle, aparte de otras prebendas capaces de llenar casi por entero el único documento que sobre su vida y muerte se conserva.

Mas, como suele suceder en estos casos, y como acaeció en su día a la Juana francesa, aquellos mismos hombres, sus primeros y devotos paladines, se convirtieron, ante tanto favor, en sus más decididos enemigos. En este caso no hubo hoguera ni tribunal eclesiástico, ni siquiera un obispo Cauchon sobre quien cargar las culpas de su asesinato ante el inútil tribunal de la Historia; pero, al igual que en Francia, la envidia y el interés encendieron los fuegos de la calumnia hasta llegar a denunciarla por desacato al rey, al que, por cierto, sólo debía estar agradecida.

Según unos, fue el mismo rey Fernando, no sólo convencido, sino arrepentido, quien envió a su alcance a sus verdugos; según otros, fueron los mismos nobles quienes le dieron alcance en el viaje de vuelta, pasada ya la capital, a las afueras de León, en un pueblo llamada La Cándana. Allí fue el sacrificio. Por él las mujeres de su región y siglo supieron, sin comprender la razón, que una mujer nunca podría ser igual a un hombre en cuestión de mercedes, aunque en valor llegara a superarle.

La Dama, descubierta, asesinada, glorificada luego, no llegó, sin embargo, a símbolo nacional, aunque sí a heroína popular, como lo prueban los múltiples romances en los que su persona y ,aventura aparecen y esa especie de auto histórico o drama en el que cada año su sacrificio se repite. Aparte de todo ello, hoy por hoy, tan sólo da su nombre a un restaurante. En la aldea donde nació y en el pueblo donde su vida y periplo concluyen trágicamente aparece labrada en piedra, todavía blandiendo su lanza, sobre blanco caballo, penacho al aire, a la sombra de tres pinos. Desde el cerco dorado de su escudo, se diría dispuesta a lidiar una vez más por esa nueva igualdad de la mujer, difícil paso honroso para el hombre, en el que Juana García resultó, quizá sin saberlo, a un tiempo. precursora y pionera.

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