La industria editorial francesa crece porque se adapta a la nueva cultura
Este año se han editado 4.000 títulos de libros de bolsillo, los más vendidos
Los franceses gastan más en cigarrillos que en libros, pero la anécdota no impide el progreso lento, aunque constante, de la producción y de la lectura en Francia. «Pan cotidiano o tesoro cultural, cada libro es un episodio en la historia de la conciencia humana. La permanencia del libro es un hecho y el futuro del libro francés se inscribe en el futuro del libro mundial», anotaba, sobre la cuestión, el profesor universitario, escritor y periodista, Robert Escarpit, considerado como uno de los dos especialistas más eminentes de este país en bibliología, la disciplina que se desarrolla de manera creciente y que investiga los componentes de la vida y de la continuidad del libro.Algunos datos esenciales pueden configurar la situación del libro en Francia. El número global de títulos editados durante el año 1977 (es la última estadística que se conoce) se elevó a 25.823. El año anterior habían aparecido 2.000 títulos menos. La literatura ocupa desde siempre el primer puesto (8.934 títulos), pero este año los libros escolares, que venían en segundo lugar, dejaron el puesto a los libros dedicados a la juventud (4.464 títulos). El número total de ejemplares vendidos, de los títulos editados ascendió a 351.311.023. La cifra total de negocios de librería, el mismo año, llegó a 4.000 millones y medio de francos (70.000 millones de pesetas). El aumento de venta, durante los últimos cinco años, fue de un 13% de media anual.
A la hora de la venta global de ejemplares, la literatura continúa ocupando el primer lugar, con el 23% de la cifra de negocios, seguida de los diccionarios y enciclopedias, con el 20%.
El libro de bolsillo, de algunos años a esta parte, constituye un «producto» en progresión constante. En este año, los editores franceses lanzaron 4.000 títulos en libros de bolsillo. Toda esta mercancía, en Francia, está producida por 416 casas editoras y unas 25.000 librerías repartidas por todo el país. Como todo el sistema político-administrativo francés, la edición ha dado lugar a lo que se califica del «estado-editor». En efecto, de las editoriales ya censadas, unas 336 están concentradas en París. Y diecisiete de ellas realizan el 80% del negocio editorial. Esta industria cultural emplea a 13.843 personas, de las que el 72% pertenecen a la dirección, a los cuadros y empleados.
Otro capítulo definitorio de la «feria» cotidiana del libro en Francia se refiere al aspecto cuantitativo y sociológico de la lectura. Mientras el 94% de los ciudadanos franceses mayores de veinte años afirman que, regularmente, dedican algún tiempo a la lectura de diarios, revistas, libros o periódicos diversos, sólo el 50% del censo francés lee libros con regularidad. Este dato se mantiene constante, según las estadísticas, desde hace más de quince años. Y ¿quién lee en Francia? Sin este dominio sociológico de la lectura, las constantes tradicionales también se mantienen: desinterés de la mayoría de los franceses por los libros, los cuadros y empleados leen infinitamente más que los obreros y, todavía más, que los agricultores; más lectura en las grandes ciudades que en las pequeñas aglomeraciones, y más lectores jóvenes que ancianos.
Al margen del negocio editorial, las 762 bibliotecas municipales que existen en Francia contribuyen de manera creciente a la progresión, lenta, de la lectura de libros. Unos veintidós millones de franceses encuentran «alimento» en estos establecimientos, de los que la Biblioteca Nacional, en París, es la expresión suprema: siete millones de volúmenes impresos, 250.000 colecciones de periódicos, 250.000 volúmenes manuscritos (los 5.000 griegos representan la más rica colección del mundo), doce millones de grabados, dos millones de fotografías, un millón de partituras y 800.000 mapas acreditan a esta biblioteca como a una de las más prestigiosas del planeta.
Como en el resto del mundo, y sobre todo de los países industrializados, el libro, en Francia, que durante siglos fue casi el único depositario y el único vehículo de todas las culturas, hoy se encuentra confrontado a la «cultura de masas» reflejada por los media (la radio, la TV y el cine particularmente). Es una cuestión de actualidad constante, abordada de mil maneras diferentes, sin respuesta contundente y que, en todo caso, promueve ya la readaptación de lo que, hasta no hace mucho, ha podido calificarse de supremacía de la cultura del libro.
Por fin, el protagonista de tanto papel: el escritor. La concepción romántica del escritor, válida culturalmente, ha sido arrasada en el dominio de las relaciones económicas. Sobre esta cuestión, el novelista y jurado del Goncourt, el más célebre premio literario de los 1.600 que se reparten cada año en Francia, Armand Lanoux, reflexiona en los siguientes términos: «Frente a algunos escritores avezados en materia de negocios, la inmensa mayoría está compuesta de inadaptados de alérgicos a toda organización. Por otra parte, muy pocos escritores pueden vivir, en Francia, de su profesión. El trabajo paralelo continúa vigente. Este se debe al reducido mercado francófono. Un escritor americano o ruso vive mucho mejor que un francés.»
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