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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Portugal e Italia: "Gobiernos de tregua" en el sur de Europa

EN PORTUGAL, como en Italia, parecen ya posibles los Gobiernos provisionales: «Gobiernos de tregua», según la expresión italiana. María Lurdes Pintassilgo, con su catolicismo social, tranquiliza a los izquierdistas, desazona al centro-derecha, que teme que no sea todo lo «neutral» que ella desea, y que incluso pudiera durar más de los cien días asignados para que se celebren las elecciones; es decir, que pudiera representar después una opción electoral mediante una alianza con los socialistas de Mario Soares. Si pasa la prueba del Parlamento, será gracias a los socialistas y a los comunistas; pero no es seguro que la pase.Hay más seguridad para el democristiano Cossiga en Italia, y necesitará también el apoyo -la abstención en el voto de investidura equivale a un apoyo- de los socialistas, y tal vez de los comunistas, entre los cuales tiene buenas amistades (es primo hermano de Berlinguer) y con los que tuvo diálogos dramáticos, pero acordes, en un momento especialmente duro de su carrera: siendo ministro del Interior sucedió el secuestro y asesinato de Moro, su jefe y amigo íntimo; a él fueron dirigidas las cartas del detenido, suplicándole que accediera a las solicitudes de sus secuestradores, y él fue quien principalmente se negó a toda negociación. Con un Gobierno formado por miembros de su propio partido, por liberales, por socialdemócratas, Cossiga pretende cubrir la «tregua»: el tiempo preciso hasta que la DC celebre su congreso -está previsto para diciembre-, y en él se definan las líneas principales de su política, que le permitirán -si lo consigue- ofrecer una opción coherente de Gobierno.

Ciertas similitudes aparecen, por tanto, en las formas políticas de Portugal y de Italia. En primer lugar, los Gobiernos formados ofrecen salidas, no soluciones; en segundo lugar, tienen por delante un período limitado de tiempo, en el que tratarán de poner en orden los asuntos del país, para dejar paso a posibles soluciones más estables, que en ninguno de los dos casos se ven con facilidad. Los dos Gobiernos están presididos por católicos militantes, que han tratado siempre de aunar política y religión; los dos tienen una inclinación hacia la izquierda -dentro de sus sectores- y los dos tienen sus posibilidades principales en el apoyo -o la no oposición- de la izquierda. Un eco lejano de todo ello podría buscarse hasta en España, donde todavía el presidente Suárez vive del crédito del «consenso», representa una izquierda dentro de la derecha y busca y encuentra un apoyo considerable dentro de la Iglesia.

Más allá de todo esto, las diferencias entre países son abismales: los indices económicos, los problemas sociales, los intrínsecos de cada país, dibujan para cada uno de ellos una anécdota especial. Pero, con una perspectiva de gran distancia, se ve un fenómeno conjunto que atafte al sur de Europa. Un Sur más pobre que el centro y que el Norte, menos redimido por la riqueza industrial, con años de fascismo en su pasado, con una fuerte penetración religiosa y con ciudadanos poco curtidos en la educación política está sufriendo simultáneamente la crisis económica del mundo occidental con mucho más fuerza que los demás; tiene bloqueadas las salidas de la izquierda, está asistiendo al renacimiento de una extrema derecha -en Portugal acaba de ser legalizado el partido fascista de Kaulza de-Arriaga- y a un fuerte movimiento conservador de las clases medias, que se defienden de ser deselasadas, mientras crece el paro y la presión de las clases no privilegiadas. Sin duda, todo ello merece una reflexión por parte española. No será inútil.

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