Los "Kibbutzim" israelíes, objetivo de viaje para muchos españoles
Provocado o espontáneo, lo israelí, lo judío, despierta un interés creciente. Hay españoles, principalmente jóvenes y estudiantes o postgraduados, que viajan a Israel desde hace años, en especial a los kibbutzim, donde tratan de conectar en estas granjas-familias colectivas con la tradición judía y el moderno Estado de Israel. Algunos de ellos han facilitado datos de sus experiencias a Jesús de las Heras.Dentro del sector español especialmente interesado por un mayor y mejor conocimiento de lo judío existe un estrato compuesto principalmente por población estudiantil o posgraduada que, desde hace ya algunos años, viaja a Israel.
«No se trata del turista- peregrino que acude a besar la Tierra Santa y todas esas connotaciones», como precisa un estudioso, sino de quienes se interesan específicamente por el pueblo de Israel.
Una de las peculiaridades es el kibbutz, especie de poblado-familia de vida comunitaria, que, además de suponer una vía interesante de conectar directamente con una parte de Israel, proporciona un tipo concreto de experiencia de vida comunal (entendida en un amplio sentido socialista) que constituye un evidente foco de atracción para la juventud.«Pero un kibbutz no es como una comuna, no, ni como un pueblo. Se parece más a una gran familia. Allí todos se llaman haverim, compañeros», dice Jesús María Liaflo, profesor español de literatura hebrea bíblica en la Universidad Complutense y en la actualidad retirado de la dneencia.Israel atrae desde hace varios años a un número «considerable» de españoles, según diversas fuentes consultadas. Con la particularidad de que viajar a este país obedece más a cuestiones especiales de interés personal que a motivaciones de exclusivo esparcimiento.En resumen, parece notable el movimiento de españoles que, bien individualmente, bien en grupo, se llegan hasta Israel, principalmente a través de los kibbutzim.Jesús María Liaflo estuvo en un kibbutz en 1964. Tenía entonces 49 años y debió ser de los primeros españoles visitantes. «Desde los quince años siempre he tenido un interés, que no sé definir, por los temas judíos y las Sagradas Escrituras. Luego, mi conocimiento del hebreo bíblico me impulsó a hacerlo más vivo y aprender el hebreo moderno.»Durante los seis meses que el profesor Liaño estuvo en el kibbutz de Hazorea, «al pie del monte Carmelo, en la Galilea», fue el únicocatólico del kibbutz, además de su esposa.
Otro español, más joven, también católico y profesor de lengua y literatura hebrea en la Universidad Pontificia de Salamanca, acudió a un kibbutz en 1968, junto a otros tres compañeros, todos ellos estudiantes entonces al borde de sus licenciaturas. Carlos Carrete estuvo tres meses, durante el verano. Luego, becado por la Universidad israelí, vivió en Israel dos cursos, en 1972 y 1973, para preparar la tesis doctoral. Y ha vuelto algunas otras veces con motivo de congresos o estudios específicos. «Yo estuve en el kibbutz de Kissufim, en el desierto del Neguev, y vi de visita algunos otros, más ricos, mejores».
En 1974, un joven estudiante, hoy- profesor de EGB, Valentín Núñez, organizó un grupo de unos veinte compañeros universitarios de la Complutense «para que nos saliera más barato » y estuvieron un mes en el kibbutz de Amir, «al norte del país, en el Golán, en la frontera». Núñez precisa: «Posiblemente fue el primer grupo de españoles no judíos que visitaba en bloque un kibbutz.»
Esta expedición se hizo a través de una agencia de viajes. Son varias las que mantienen contactos con Israel.
«Yo sé de otros muchos que han ido después», asegura Valentín Núñez, que, de pronto, recuerda la anécdota de una de las jóvenes de su grupo: «Se casó con un judío del kibbutz y se quedó allí. Ella era de Toledo; creo que había terminado medicina.»
Los papeles, en Lisboa
«El papeleo para poder entrar en Israel me lo facilitó, a través de la embajada israelí en Lisboa, el que era entonces jefe de la comunidad judía, Max Mazim. El pasaporte español excluía entonces la posibilidad de ir a ese país», recuerda Jesús María Liaño. « Una vez allí, en Tel-Aviv, me puse en contacto con la oficina que lleva lo de los kibbutzim y me adjudicaron uno. »
Valentín Núñez recorrió otro camino, aunque también pasaba por Lisboa. «Tenía interés por conocer aquello. Lo que no tenía era dinero. Un profesor de hebreo que conocí en el Centro de Estudios Judeo-Cristiano me puso en contacto con la agencia Day, en Madrid, en la calle del General Orgaz. Ellos se encargaron de contactar con el kibbutz, los visados, los billetes, todo. Creo que todavía se hacía por Lisboa. El viaje de ¡da y vuelta nos costó a cada uno 18.000 pesetas. No era caro.»
Carlos Carrete y sus tres amigos fueron en vuelo charter por medio de «aquella organización internacional estudiantil o juvenil que tenía aquel carnet verde y blanco ». «Yo creo», añade, «que hoy día ya se puede ir directamente a Israel y arreglar allí mismo los trámites legales de entrada, aunque posiblemente convenga llevarlos ya, más cómodo, a pesar de que siga siendo necesario recurrir a Portugal u otra embajada. En cualquier caso es mejor llegar sin improvisaciones. Gestionarlo antes en una embajada israelí, o en los departamentos de hebreo de la Complutense, en Barcelona, Granada o Salamanca. De la Pontifical salen casi todos los años varios alumnos becados para estar allí unos nueve meses. En los kibbutz no gustan demasiado de los visitantes de un mes, porque gran parte sólo pretende pasar unas vacaciones baratas a cambio de algo de trabajo. »
«Efectivamente, existen dificultades para ir a un kibbutz», confirman en la agencia de viajes DAY.
Ricos, pobres y religiosos
«Hay que iniciar los trámites con un año de antelación. Es cuestión de cupo. En esta agencia sólo hemos vuelto a organizar otro viaje colectivo a kibbutzim. Individualmente, sí; es más fácil. »
«Hay muchas clases de kibbutzim -, explica Carlos Carrete. «Al menos, tres grandes grupos: el kibbutz rico, como el de la Galilea, que cuántas veces impone los precios agrícolas en el mercado de Israel: tienen ya poco del espíritu kibbutziano y se han convertido en grandes granjas industrializadas; el precario, en el desierto, y, como no tienen una economía fuerte, se refugian más en el espíritu auténticamente kibbutziano; y el religioso, para el judío más ortodoxo.»
«En el que yo estuve, en el desierto del Neguev, quedaban bastantes personas de los primitivos fundadores, con un claro enfrentamiento a la burguesía. Ese espíritu es el del pionero, el de haber establecido en el desierto unos primitivos barracones. También se juega con la leyenda, realidad: en una mano, la pala, y en la otra, el rifle; realmente, algunos kibbutz son auténticas franjas fronterizas. Generalmente, antes de ira trabajar, a dos o tres kilómetros, a recoger fruta, una patrulla de soldados todavía solía ir delante buscando minas, y alguna explosionó.»
Jesús María Liaño alude a «una idea fundamental que está en todos los kibbutzim, lo agrícola, como sentimiento de llamada para poder aferrarse a la tierra los judíos que regresan a Israel». Efectivamente, Hazorea significa el sembrador, Amir significa espiga, etcétera.
«El kibbutz es una granja socialista, colectiva, como quieras llamarlo», dice Valentín Núñez. «Se da a cada uno lo que necesita y cada uno aporta según sus capacidades. No existe el dinero, vamos, salvo en pequeñas cantidades para los gastos más, como decir, de más movimiento, pero las necesidades básicas quedan cubiertas.»
En el kibbutz, según estos testimonios, se trabaja en turnos de seis horas. Las mujeres corren con las labores menos pesadas. Aunque principalmente agrícolas, van derivando en explotaciones ganaderas o industriales de diverso tipo (ebanistería, plásticos, piscifactorías). El urbanismo más típico del kibbutz se determina en forma de casas bajas para las viviendas y otras similares más amplias para los servicios comunes, diseminadas en un entorno de frondosa vegetación, allí donde el kibbutz ya es más próspero. Los más veteranos cuentan desde principios de siglo. El Estado proporciona tierras y medios a cambio de una especie de canon cuando un grupo de judíos lo solicita para crear un kibbutz. El sistema organizativo se rige por la asamblea, la Siha (conversación), que se desarrolla después de la cena. Los acuerdos son democráticos entre todos los componentes, los adultos del kibbutz. En unos viven unas quince personas o treinta familias, en otros hasta cerca de 2.000 personas. Trabajo, ocio, alimentación y estudio, todo está cubierto. Los niños, desde recién nacidos, viven mixta y colectivamente. Los padres pasan con ellos dos o tres horas al día. Lo positivo o negativo de esto cae dentro de los ámbitos polémicos. El joven que quiere estudiar lo hace y, generalmente, regresa a su k¡bbutz para ejercer. La organización del trabajo se encarga a unos jefes de equipos habitualmente en forma anual y a través de la Siha y el Sadran (oficina de ordenación del trabajo). No hay policía, no hay delincuencia. No hay competitividad. No cabe que alguien transgreda la norma del kibbutz, según vienen a coincidir básicamente estos testigos: si alguien comete una falta no puede seguir en el kibbutz, sencillamente. Para ingresar hace falta estar un año de prueba y saber hebreo. Los que llegan sin saberlo lo aprenden en el Ulpan (escuela acelerada). Sólo los judíos pueden ser miembros del kibbutz. Los demás viven en el Ulpan.
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