Crisis de Estado en Italia
EL FRACASADO intento del socialista italiano Bettino Craxi para formar Gobierno en su país, provocado por el paso de los comunistas a la oposición pura y simple y por la intransigencia de la Democracia Cristiana en abandonar un poder que ha detentado de forma casi exclusiva durante los últimos 34 años, coloca de nuevo al vecino país ante una grave crisis institucional. Quizá la más grave desde la segunda guerra mundial. Muchos comentaristas comienzan ya a preguntarse si sigue siendo válido un esquema constitucional como el italiano, que parece haber agotado inútilmente hasta los más rebuscados recursos del siempre fértil genio político de aquel país.Con la convocatoria de elecciones el pasado mes de junio, había entrado en vía muerta la última de las soluciones arbitradas, obra casi póstuma del asesinado dirigente democristiano Aldo Moro. Durante poco más de un año, Giulio Andreotti pudo encabezar un Gobierno democristiano minoritario sobre la base de un pacto de mayoría parlamentaria en el que entraban todas las fuerzas del llamado «arco constitucional, comunistas incluidos. Pero ya durante la campaña electoral, y sobre todo una vez conocidos los resultados, dos nuevos factores vinieron a dar al traste con ese método. De un lado, el descrédito, dentro de la DC, de la tendencia continuadora de la política de Aldo Moro, convergente con la práctica comunista del compromiso histórico, del que el último Gobierno de Andreotti era un frágil remedo. La secretaría general de Benigno Zaccanigni, cabeza de fila de esa tendencia, se dejó las plumas en esta última crisis. Por otra parte hay que considerar la fuerte contestación interna, dentro del Partido Comunista, a la continuación de una práctica de colaboración con la DC, cuyo desgaste, materializado en la pérdida de votos en los comicios de junio, no compensaba, de acuerdo con la línea crítica del partido, las hipotéticas ventajas de una corresponsabilidad en las tareas del gobierno.
Agotada esta vía, el anciano presidente de la República, Sandro Pertini, socialista, vio en el joven secretario general de su partido, Bettino Craxi, la posibilidad de cortar el nudo gordiano. Con sólo un 10% de la representación parlamentaria, la tarea de Craxi estaba dirigida sobre todo a establecer una especie de arbitraje entre los dos grandes partidos con el objeto de encontrar una solución inédita a la enfermedad ya crónica de la política italiana. De los comunistas obtuvo el compromiso de una oposición responsable a un Gobierno formado por socialistas, democristianos y los pequeños partidos Liberal, Republicano y Socialdemócrata. Estas tres últimas formaciones dieron también su apoyo, aun con ciertas reservas, a Craxi. Faltaba el gigante democristiano, crispado por la división en innumerables tendencias y huérfano por vez primera de un liderazgo indiscutible. Primero se pidió a Craxi un programa concreto de gobierno antes de dar, una respuesta definitiva. Entregado éste por el dirigente socialista, la respuesta democristiana fue que el programa era confuso. Los partidarios de un acuerdo con los socialistas, nostálgicos del centro-sinistra que estabilizó el país durante los últimos años de la década de los sesenta, fueron derrotados a la postre por quienes pensaban que era demasiado para un partido que cuenta con sólo el 10 % de votos detentar la presidencia de la República, la jefatura del Gobierno y la presidencia de la Corte Constitucional. Al cabo, la resistencia a abandonar un poder no compartido durante casi cuatro décadas pesó más que ningún otro argumento en la respuesta negativa de la Democracia Cristiana a Craxi.
Después de quince días de expectación la crisis sigue, pues, abierta. Pero la solución es ahora quizá más difícil que nunca. La DC necesita los votos socialistas si quiere formar Gobierno, y no es fácil que la irritación del PSI por la negativa democristiana a su líder se disipe en cuestión de semanas. Y los comunistas, aun estando abiertos a una solución institucional que implique su participación, directa o indirecta, en las tareas de gobierno, según se decidió en la última reunión de su comité central, no parecen querer asumir muchos compromisos a corto plazo.
La crisis gubernamental da paso así a una crisis de Estado que justifica que se alcen voces pidiendo una reforma urgente de la Constitución y una nueva definición del equilibrio de poderes en Italia, con la evocación concreta de una salida presidencialista. Y el vacío de poder se prolongaría peligrosamente si fracasa el intento, que se atribuye al veterano líder democristiano Amintore Fanfani, de conseguir un Gobierno-puente hasta el próximo otoño, en que está convocado el congreso de la DC. Fanfani, que podría ser encargado mañana por el presidente Pertini de intentar la formación de ese Gobierno, trataría de ganar tiempo hasta esa fecha, a la espera de mejorar posiciones dentro de su partido y de que se desvanezca la irritación socialista, para intentar un centro-sinistra renovado. Pero Fanfani es, a la postre, el regreso a los orígenes, un comodín del pasado. Y ese Gobierno -puente, caso de formarse, no lograría finalmente sino aplazar de nuevo la vergonzante situación en la que los grandes partidos italianos han encerrado la política de su país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.