Madrid también esperó al "Skylab"
«¿Ha oído usted que mañana cae el Skylab?», era la pregunta obligada a los ciudadanos madrileños en la víspera del día H. «Creo que sinceramente el que un aparato de esta naturaleza caiga es un gran atentado a la humanidad», afirmaba, contundente, un hombre de unos cincuenta años, a la vez que ofrecía una respuesta airada quien prosiguió diciendo: «Esto encierra un riesgo del que son responsables las grandes potencias que tiran estos artefactos y que no saben controlarlos para que caigan en un determinado lugar. ¡Claro que creo que hay un peligro real! »Es la voz de la calle, el comentario de la opinión pública en la noche que precedió al Skylab. La pregunta periodística activa de nuevo los temores: «Yo creo que aquí no va a caer, desde luego; en Madrid no puede caer», exclama un muchacho de un grupo que juegan junto a unas motos, con gesto de semicerteza mágica. Otras personas consultadas, sin embargo, se sienten más amenazadas. Desde la ironía pasota del viandante en la calle Prim, que afirma que «esto es otro invento fascista», a la serenidad más realista de una joven, quien opina «que no cree que le vaya a caer a ella misma, pero sí que puede caerle a algún ser humano».
Avanzada la mañana, en la sede de la NASA en Madrid no hay casi nadie. Allí se nos informa que, como es sabido, la conexión con el Skylab, como con cualquier otro objeto en órbita, se realiza desde diversas estaciones de seguimiento. Dada la curvatura de la Tierra y el tipo de ondas hertzianas empleadas en la comunicación desde superficie con objetos en órbita, el contacto con éstos sólo es posible en cada momento desde algunas de estas estaciones.
La gente de Madrid aún no sabe que si bien es mínimo el riesgo de que algún trozo de Skylab caiga sobre la ciudad, a ésta le corresponde el orgullo de ser el centro de radiación de una señal salvadora. Los científicos habían confiado en lo que parecía imposible. La estabilización giroscópica, esa preocupación máxima de los constructores de barcos y aviones, lo que supone el equilibrio entre los diversos componentes de los sectores velocidad y aceleración, iba a ser rota en el caso del Skylab desde Madrid-Fresnedillas.
Se acerca la hora D. A las 12.30 vuelve a sobrevolar Madrid.
«Yo le he visto pasar sobre nuestro cielo», asegura, convencido, un joven de más de veinte años, quien añade, ante quien protesta esa posibilidad que «incluso lo ha oído». «Eso no es posible», le responde otro junto a un quiosco, «porque aviones enormes, como los Jumbo, sobrevuelan constantemente las ciudades a apenas 12.000 metros sin ser vistos ni oídos, mientras el Skylab orbita a más de cien kilómetros de altura».
Pero el Skylab ya no estaba tan alto. El final ha empezado.
A las 18.02 se detecta su paso sobre la isla de Ascensión. A las 18.08 se recibe el último contacto. Pocos minutos después otra información más valiosa: pilotos australianos han visto caer trozos del objeto. El centro de Houston da, por fin, un parte. El último sobre la vida del Skylab: sus restos fragmentados cayeron ante las costas de Australia. Instantes después, calma también en Madrid: «No reports of any damage. Nothing from Australiam governement.» «No hay informe alguno sobre daños. Nada, por parte del Gobierno australiano.» Con orgállo americano, una voz da la aventura por terminada.
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