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"Cantares", de Lauren Postigo, convertido en espectáculo veraniego

En Burgos, los intelectuales asistentes al simposio sobre «Industrias de la cultura» perdieron la noche del viernes la ocasión de hallar una respuesta contundente a muchas, si no a todas, de sus doctas preguntas en torno a la difícil relación de los artistas con su público. A la misma hora que José Luis Gómez redactaba su Informe para academia, en el monasterio de San Juan, Lauren Postigo presentaba en el Gran Teatro la resurrección ambulante de sus Cantares. Cultura y contracultura, un trayecto muy breve entre el cielo y la tierra.

El espectáculo veraniego de Lauren Postigo tenía un no sé qué de celebración fúnebre y vengativa a la luz del reciente cese televisivo de don Miguel Martín. En la sala, poblada de amuletos gitanos; nadie anda ya de un lado para otro. Se oye el rumor del bien peinado, un rumor aceitoso de palabras voraces que hablan de lluvia y fuego bajo la moribunda floración de dos cortinas sonrosadas. ¡Qué acierto, qué inmenso acierto!Habrán caído ya las flores del peral cuando Lauren, el impecable, asoma su sonrisa más pura y el verdor de unos labios que desgajan la sal del cante, el musgo inmaculado de tonadas vertidas. Si de ese pico cayera sólo jade, los harnbrientos y morenos no tendrían migas. Pero hay más, mucho más... Señoras y señores, Televisión Española presenta Cantares.

Se rompe la memoria de la enana pantalla. Manolo Alegrías, maduro y rubio, conecta, sin rodeos, con su público, que jalea y aplaude cuanto escucha. Los Africanos, agotada la fuerza del sufrir, introducen al punto lo bailable y relatan la historia de una mora, bautizada en España con el profundo nombre de María, que luego se hará monja dulce y buena. La pareja que canta tiene una hija: Solima. Ahí está, con el azul jaleo de una niña que duda entre el tablao y la discoteca dice buscar a Dios, a un perrro y a un caballo. Sus arrebatos mímicos reciben la propina del auditorio: «¡Guaaapa!» Y, al fin, llega Farina.

El cielirio. Dentadura jocunda, cabellera negrísima y un temple juvenil que todo el mundo alaba. « iFari! i Fari! », gritan aunadamente las familias. Lauren acude de puntillas, a la sombra marina del rey gitano para bordar una parodia con él, de su propio programa. En vivo y en directo. Liberado de la fatiga entrevistadora, Farina canta, como acertado aperitivo, «Mi Salamanca». El delirio, sí. Pero el maestro, desgraciadamente, se adentra ahora por melodías, donde casi reposan las cenizas flexibles de Machín. Bronca. En cambio, el guitarrista japonés Makoto Mitani es aceptado por el público cuando murmura el cantaor: «Es japonés, pero gitano.» Antes, una senora gritaba: «Es más feo que Picio.» Su compañera quiere replicarle: «No seas así, jobar. Todos los japoneses tienen esa pinta.» Farina retorna al cante. Borrachera veloz y colectiva de desamor y vino amargo.

María Vargas se arranca por cantares que hagan honor a su apellido. Enmudecieron ya los estorninos del entreacto. Pepe Soto despierta división de opiniones. Su mano derecha va a refugiarse, con nerviosismo en el bolsillo de la chaqueta. Alguien le grita: «?Pero qué tienes en el bolsillo, tío?» Su hermana, Adelfa, llega a estar aceptable; después, silencio grave ante la puerta grande. Lauren modula su nombre: Juan Valderrama.

¿Qué miembro del simposio burgalés compartiría este éxtasis? Luna llena en el Gran Teatro. Retorno a la parodia involuntaria del entrevistador. El cantaor epiloga: «Libre ya del locutor, que me recuerda la guerra de Vietnam, voy a cantarles ... » Carcajadas. Y viejos éxitos. Juanito Valderrama ya no se atreve con ciertos cantes. Pero con su carita azoriniana nos devuelve aquel tono maravilloso de los antiguos aparatos de radio. Acompañado a la guitarra por Pedrito Sevilla, tiene un éxito conmovedor.

La orquesta de Los Atlánticos ejecuta los últimos compases en el gris escenario del Gran Teatro de Burgos. Imperturbable, la voz de Lauren gotea sobre el vacío triste y aromático de una sala donde yace, olvidado, un abanico amarillento.

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