La lección de la corrida concurso
Quienes estuvieron el jueves en la corrida- concurso y no son aficionados ni asiduos a los festejos taurinos salían de la plaza asombrados del espectáculo que acababan de ver. Nadie dijo que había sido una mala tarde de toros, ni siquiera una corrida cualquiera, y eso que no hubo faenas medianamente brillantes ni una ramplona vuelta al ruedo siquiera. Por el contrario, la opinión general era que se había visto un gran espectáculo, con pasajes cumbres -durante la lidia del guardiola- que no admiten comparación posible con nada.
Ocurrió que en este festejo se le había dado importancia al toro. El organizador -por cierto, nuestro compañero Vicente Zabala, crítico taurino de Abc- se había preocupado de seleccionar seis ganaderías de características distintas y de que los propietarios de las mismas apartaran para el festejo un ejemplar de trapío y nota. Las reses, en efecto, tenían seriedad, presencia, y su tipo era el modelo característico de su divisa. En el ruedo todo convergía en cuidar la lidia, y en el tendido había expectación y atención constante por el desarrollo de cada uno de los tercios.Si en la corrida todo hubiera transcurrido triunfal y perfecto, sobraría este comentario, pues la excepcionalidad de la tarde no podría marcar, de ninguna manera, la regla de lo que debe y puede ser una corrida de toros. Pero no todo, ni siquiera la mayor parte, transcurrió perfecto, menos aún triunfal, y aun así el público siguió con interés y al por menor el desarrollo de la lidia. Y fue porque la corrida se planteó en términos que eran normales en otros tiempos (y debieran serlo ahora) y porque en el ruedo hubo toros de trapío y casta, que dieron emoción sostenida a la tarde.
Naturalmente que hubo fallos, como queda apuntado; algunos, de bulto. Por ejemplo, varios picadores hicieron la carioca, lo cual, además de estar taxativamente prohibido en cualquier festejo, es un grave dislate en corrida-concurso. Por ejemplo, Gabriel de la Casa, que cantó la medida de su escasa torería y nula afición, al desentenderse de la lidia o practicarla en contra de la exhibición de la bravura del. victorino, en la del cuadri llegó a permitir que uno de sus peones llamara la atención de la res con el capote, insistentemente, cuando se le ponía ante el caballo. Por ejemplo, ni este espada ni José Fuentes se atrevieron a aprovechar las nobles y encastadas embestidas.
Pero con todo, y porque había toros y sentido de la lidia, la tarde fue el espectáculo que siempre debe ser toda corrida. Con lo cual se desmiente aquello de que sólo gustan las faenas de muleta; aquello de que los dos primeros tercios no interesan a nadie; aquello de que el toro debe ser un elemento pasivo, sin agresividad ni fuerza, que colabore en la ejecución de naturales y derechazos. Esa especie de «el toro que sirve», inventada por los taurinos de esta época, es la antítesis de lo que debe ser, auténticamente, el toro de lidia y una aspiración que nada tiene que ver con la tauromaquia verdadera.
Babelia
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