Blas de Otero
Tendido ahí en el campo, muerto esta madrugada, cuando mal dormíamos, vecino de Majadahonda, siempre sus versos de entonces por el cielo marazulmahón de siempre, un clásico tallado en muerte, Quevedo de izquierdas viviendo en unas casas de Cooperativa, Blas de Otero muerto esta mañana, vivo para mañana, ya otra vez y para siempre, ni muerto ni vivo ahora que escribo, y lo último que me dijo la última vez que le vi:- Yo vivo en una calle con zona verde. ¿Tú tienes zona verde, Umbral?
Poeta de España toda, vizcaíno pedernal, golpazo de luz y patria contra nuestra frente pálida, que por entonces empezaba a pensar.
Me lo decía la otra noche un joven españolista de izquierdas:
-El comunista Otero todavía sabía que era español. Estos de ahora ya ni saben lo que son.
Patriotismo de hierro y puño, el de Blas de Otero, hierro de Vizcaya, largo en hechos, corto en palabras, cuando España era una blasfemia en su boca, un estampido en su verso, una pica en el Flandes franquista de la españolía folklórica y nacionalpietista.
Ruedan los hechos, cambian los tiempos, muda la Historia, y Blas de Otero, uno de los primeros poetas del siglo, como un Quevedo cuyo barroquismo no es de barro, sino de acero, podía levantar en el puño una hoz como la E de España, para asustar a los españoles estampillados por Franco.
Hoy, su dinamita verbal sería pólvora en salvas para quienes hacen, a izquierda y derecha, holocausto constitucional/ anticonstitucional de un pueblo pobre -con leyenda negra. Qué recio Garcilaso en mangas de camisa, Blas de Otero, y cómo removió, al filo de los cuarenta, la tierra de los muertos, la tierra de los clásicos, con sus versos, como Cela con su prosa, para sacar una España enterrada y popular, una lengua secuestrada y antigua, a la luz apaisada de las ruinas.
Llamó a filas a los clásicos, alistó a los barrocos en su bando, trazó una línea recta, enérgica y de continuidad, un solo verso vasco y castellano, entre el Siglo de Oro y este siglo de hoces y Martillos. Les puso a militantes, a los viejos poetas. Lo suyo no fue un plácido releer los clásicos, como Azorín, sino un violento violentar los clásicos, hacerles dar de sí el revés blasfematorio del idioma, llegando a decir sobre el contagio latino y religioso del castellano:
-Unamuno es una carraca.
He hablado aquí ha poco de la pintura que nos salvó, de la abstracción que nos deslumbró con la materia misma de la libertad. Más que una salvación, la obra de Blas de Otero fue una recluta de vivos y muertos, una leva de grandes españoles y pequeños, todo lo que él quería meter en un poema para decirlo en silencio (a veces, se quedaba callado tina hora ante el público, en vez de dar el recital,- o abría todas las ventanas en invierno), para gritarlo desde el blanco de la página a los retóricos verbolíricos del juego floral franquista.
Hoy mismo conmemoramos a Ridruejo, que me hacía un prólogo poco a poco, para un libro mío, cuando murió, y entre estos dos españoles, uno que hacía Sonetos a la piedra y otro que escribía sonetos de piedra, estábamos los niños atónitos, volviendo la cabeza a uno y a otro, las éticas conciliaciones de Ridruejo, las prodigiosas voces de Blas de Otero.
Unico patriota alto y entero, pequeño de estatura (como Dionisio), patriota de los montes y la rocalla, patriota de los hombres y los clásicos, Blas de Otero, en un tiempo en que sólo se podía ser patriota en Alcalá, 44. Ahora, como el tiempo es una deriva, y las procelas, el patriotismo del comunista Blas de Otero, como el del comunista Miguel Hernández, les sonará fascista a los entremedianos e más chicos. Pero dejo la máquina, Blas, y voy a verte, piedra ya y tiempo, honda majada humana en Majadahonda. Angel fieramente hermano.
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