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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Eleuterococcus Senticosus Maxim

A Rousseau le hubiera ido mejor como farmacéutico que como contratista social. Efectivamente, todo está en la naturaleza y la vuelta a ella, pero en forma de pastilla. Ahora es el Eleuterococcus Senticosus MaXim.

Máximo, el genial Máximo, acostumbra a enviarme párrafos de las Confesiones de Rousseau, en francés, añadiéndoles glosas personales en castellano. ¿Por qué no haces un libro de tus acotaciones a J & J, Máximo, amor? Sería el momento, porque la humanidad vuelve a esperarlo todo de los limones salvajes del Caribe, y el otro día hablaba yo aquí de la sociedad ereccional, que es la que ya no busca una emoción, una pasión, una ilusión, sino, sencillamente (y poéticamente, al fin y al cabo), una erección.

Allá por los happies and turbulents twenties, cuando yo me pasaba las tardes bailando en el Ritz con las amigas de mi madre, el doctor Voronoff esperanzó a la última Europa decadente y espengleriana con las glándulas de mono, que iban a hacer de cada dama - e incluso de cada caballero- un entrecruce, machiembrado, híbrido o centauro de Mae West y Rudy Valentino, pero perpetuos y marmóreos, sin varices varicosas ni nada.

Desde la antigüedad mítica hasta Ponce de León, pasando por Niní Montián, la humanidad ha querido ser eternamente joven, y todavía un poeta tan puramente lírico y esencial como nuestro Juan Ramón Jiménez tuvo las últimas entrevisiones de belleza sola y desnuda («vino, primero, pura, vestida de inocencia»), gracias a la jalea real. Resulta que la que venía pura, vestida de inocencia, virginal, criatura afortunada, a través de toda su obra impar, era una criatura de farmacia: la jalea real que Juan Ramón hubo de compartir con el nada espintuoso mariscal Tito.

Antes, la angustia existencial nos la curaba Sartre. O Franco, por rechazo. Ahora que uno está muerto y el otro está viejo, yo voy a curarme la náusea sartriana y camp al doctor Alejandro Domingo, que no me receta un libro, sino un prospecto: el del Eleuterococeus Senticosus Maxim. Siempre he dicho que los prospectos en sí ya son curativos. Las medicinas, no tanto.

-¿Y qué pasa con esto, doctor?

-Aumenta la percepción de los colores.

-Yo distingo ya perfectamente todas las ikurriñas de las distintas nacionalidades.

-También afina la agudeza visual.

-La Constitución ya la tengo leída e incluso quizá un poco olvidada.

-Mejora la finura del oído.

-A ver si soy capaz de distinguir lo que dice Abril Martorell de lo que dice Ferrer Salat.

Ya en la calle, me entero de que el Eleuterodín, nombre abreviado de la cosa, es imprescindible para excursionistas, escaladores, espeleólogos y submarinistas. Yo no he vuelto de excursión desde una vez que fuimos de excursión machadiana a Soria y nos dispersaron los grises, cuando Franco.

Yo le dije a mi gris:

-A mí suélteme, que yo soy de Juan Ramón.

Y submarinismo no voy a hacer mucho este verano en Las Rozas, que es puro terruño y secarral. Los submarinismos que a mí me gustan requieren una señorita, y de eso no dice nada el prospecto. También me convierte el Eleuterococcus en navegante por latitudes tropicales, ama de casa atareada (lo soy), minero y fundidor. Esta acumulación de funciones y recios destinos me tonifica y talla en héroe a Verne-Salgari Conrad. La sociedad ereccio nal, los movimientos vecinales y los andarines de Delibes sueñan filtros de eficacia ecuatorial y roussoniana porque les faltan y nos faltan fuerzas para llegar nos hasta La Vaguada, que está aquí mismo, a decir que es nuestra.

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