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Entrevista:

"El aumento de la productividad es la única alternativa a la inflación"

Pregunta. Su permanencia en la Administración norteamericana, durante el mandato presidencial de Rihard Nixon, estuvo centrada en el control de los precios, hasta el punto de que se le atribuye uno de los esquemas itervencionistas más perfectos que se conocen. Sin embargo, es hoy usted el más notorio detractor de este tipo de prácticas. ¿Cómo y por qué se ha producido su evolución hasta tal convencimiento?Respuesta. Efectivamente, yo fui encargado por la Administración Nixon para desarrollar un sistema de control de precios lo más eficaz posible, como medio de combatir por esa vía el crecimiento de la inflación. Pero yo nunca creí en el método y así lo dije entonces. Aquella experiencia me demostró que no estaba equivocado y que el establecimiento de rígidos controles de precios provoca, antes o después, un recrudecimiento de las tensiones inflacionistas. La opción elegida por Nixon fue prácticamente desesperada, intentando aplicar en Estados Unidos soluciones que ya habían sido experimentadas en otros países, -aunque sin demasiado éxito.

P. ¿Cómo debe actuarse, pues, para controlar la inflación?

R. Mi experiencia me ha demostrado que las economías tienen un mayor margen de adaptación cuanto más libre es su funcionamiento. El exceso de intervencionismos y cortapisas yugula notablemente la capacidad de reacción y adaptación de un sistema ante un cambio de circunstancias. Tenemos el ejemplo de la crisis energética, a la que todos los países deberán adaptarse necesariamente. Aquellos que funcionen en un mayor grado de libertad tendrán mayor capacidad de hacerlo. Para combatir la inflación, yo entiendo que hay que tener en cuenta una fórmula perfectamente demostrada, según la cual el incremento de los costes menos el avance del índice de productividad es igual al aumento de los precios. Lógicamente, dado que los costes aumentan progresivamente y es previsible que continúen avanzando en los próximos años (salarios y materias primas, sobre todo), las medidas deberán ir encaminadas al incremento de la productividad, de tal modo que compense las alzas de los costes básicos y la repercusión en los precios sea menor.

P. ¿El aumento de la productividad es, entonces, un medio eficaz de combatir la inflación?

R. Efectivamente. Pero yo quisiera matizar qué es lo que entiendo por incremento de la productividad. No quiere decir, como algunos piensan, que los trabajadores deban trabajar más a cambio de menos y que el empresario deba incrementar su beneficio. Nuestra concepción del incremento de la productividad se refiere a que cada individuo produzca al máximo nivel de eficacia, probablemente trabajando menos y percibiendo un salario más elevado. Claro que alcanzar esto no resulta así de simple, sino que es necesario aplicar una serie de medidas de política económica, diseñar determinados modos de producción y, en definitiva, transformar toda una filosofía de la producción. Entre las medidas a aplicar, ocupan un importante lugar las de tipo fiscal, cuya efectividad resulta realmente sorprendente por las experiencias ya conocidas.

P. La duda ante todo esto estriba en que, aun admitiendo que su concepción. sea válida para Estados Unidos y para aquellos países con un mayor grado de efectividad económica, pueda funcionar en países de tipo medio que, como España, padecen importantes defectos e insuficiencias estructurales. Curiosamente, son estos países los más afectados por el fenómeno inflacionario.

R. Efectivamente, son muchos los países en los que la inflación tiene un origen eminentemente estructural. No cabe duda que en ellos será necesario actuar a esos niveles. Pero las estructuras no se cambian o sustituyen así como así, ello requiere un período razonable de tiempo, durante el cual no puede interrumpirse la lucha contra la inflación, por lo que sería conveniente aplicar medidas en el campo de la productividad. De lo que no cabe duda es de que incluso en esos países, la aplicación de controles sobre los precios es absolutamente contraproducente. Los ejemplos más claros para apoyar lo que digo son Japón y la República Federal de Alemania. En esos dos países se decidió sustituir los esquemas intervencionistas de la posguerra por un marco eminentemente liberalizado. con especial cuidado de potenciar el crecimiento de la productividad, con los resultados perfectamente conocidos.

P. Evidentemente, el alza en los costes de las materias primas, en especial de los productos energéticos. no presenta ningún indicio de remitir. ¿La actuación en materia de productividad podrá compensar los desajustes que ello producirá en las economías occidentales, especialmente en materia de inflación?

R. Debo remitirme nuevamente a la fórmula que anteriormente le señalaba. En ella se aprecia perfectamente que cualquier incremento en los costes productivos -y la energía es uno de los fundamentales- repercute directamente en el alza de los precios, a menos que sea compensada mediante incrementos paralelos de la productividad del sistema. Realmente, lo que las economías occidentales se plantean a corto plazo es la necesidad de un cambio de Comportamiento, dado que las condiciones objetivas -la energía ya nunca más será ni barata ni abundante como antaño- han variado sustancialmente y es previsible que varíen todavía en mayor medida. Ya le señalaba antes mi convencimiento de que una economía fuertemente intervenida presenta una menor capacidad de adaptación que aquella que se rige por unos criterios de mayor libertad.

P. Adentrándonos en el terreno de las hipótesis, si todos los países actúan sobre la productividad y ésta crece en términos generales, ¿qué tipo de problemas de mercado pueden plantearse, teniendo sobre todo en cuanta la posibilidad de que a nivel mundial la crisis se agudice progresivamente? No hay que olvidar que Japón, cuya productividad avanza a ritmos espectaculares, ya se está encontrando con problemas de ese tipo.

R. Es evidente que un planteamiento de crisis económica a nivel global repercutirá necesariamente en todo el modelo productivo mundial. Es precisamente en orden a esta nueva situación que los países integrados en el sistema deberán reconvertir sus esquemas productivos, buscando el óptimo de la relación capital-trabajo. Los países en vías de desarrollo, y aquellos que poseen un mayor grado de dependencia energética, deberán ser especialmente cuidadosos en el diseño de nuevos esquemas productivos, buscando su emplazamiento adecuado dentro del contexto mundial.

P. Y un país que, como España, mantiene su capacidad productiva en un grado considerable de infrautilización, ¿qué debe hacer?

R. Yo creo que en el caso español conviene actuar en diversos planos. En primer lugar, recomendaría la confección de unas estadísticas ortodoxas de productividad, de las que ustedes carecen y que son básicas para cualquier actuación. En segundo término, se hace necesario elaborar un Plan Nacional de Productividad, en el que se implique el propio Gobierno y muy especialmente el sector público. También sería conveniente reformar en cierta medida el actual esquema impositivo, de modo que las normas fiscales incentiven la inversión, componente esencial de la productividad. Por otra parte, sería necesario que el Gobierno destinara anualmente una partida presupuestaria considerable al desarrollo de programas de recapacitación, destinados a los trabajadores afectados por la reconversión de los esquemas productivos. Ni que decir tiene que todo ello debería acometerse una vez levantados los actuales controles sobre precios y salarios y que en el proyecto debería implicarse a los empresarios y a las centrales sindicales. Hay que decir, finalmente, que no se trata de perfilar grandes planes a nivel nacional, sino de aplicar esos criterios de incremento de la productividad a nivel de todas las unidades productivas.

P. Los planes económicos de los Gobiernos marchan, sin embargo, por sendas bien distintas...

R. Efectivamente. La mayor parte de los Gobiernos occidentales pretenden ajustar la realidad de sus economías en orden a unas variables incluidas en unos denominados cuadros macroeconómicos, cuya característica más señalada es la permanente necesidad de revisarlos. En cualquier caso, soy consciente de los temores que invaden a los Gobiernos cuando se trata de aplicar este tipo de medidas. Por lo general, se piensa que un aligeramiento de la presión fiscal reduce los ingresos presupuestarios, olvidando que si éste comporta un relanzamiento de la actividad, los ingresos crecen paralelamente. Esta es la tesis que parece va a manejar el nuevo Gobierno conservador británico. Por otra parte, también se considera que un levantamiento de los controles de precios y salarios propicia un recrudecimiento de las tensiones inflacionistas, por vía del crecimiento inmediato de los precios, pero ello sólo es cierto a corto plazo, ya que posteriormente el propio sistema regula convenientemente el comportamiento del mercado. La realidad es que los cuadros macroeconómicos, estructurados a partir de un determinado dato, sólo logran constreñir el comportamiento del sistema, yugulando su capacidad de adaptación a los cambios de coyuntura.

P. Finalmente, quisiera conocer su opinión sobre la incidencia que puede tener en el proceso productivo un cambio en el concepto de calidad de vida, como el que seespecula va a ser inevitable a raíz de la crisis energética.

R. Obviamente, el concepto de calidad de vida será revisado a corlo plazo porque, como ya señalaba antes, la energía ya no es ni abundante ni barata, ni existen perspectivas de que vuelva a serlo. Hemos entrado en la curiosa realidad de que la OPEP esté aplicando impuestos progresivos a los países desarrollados y subdesarrollados. Esta es una realidad evidente. Y entonces hay que volver al principio de nuestra conversación: la transformación que se hace necesaria a nivel general en los modelos productivos de cada uno de los países será tanto más viable cuanto menor sea el grado de intervención del sistema económico. Aquellos países con mayor estructura intervencionista poseen una capacidad de maniobra más reducida y reaccionarán peor frente al reto que supone la nueva situación.

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