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Cinco horas esperando un festival que nunca existió

El concierto se suspendió sin empezar. Lo que en vallas y paredes se anunciaba como Festival Mundial del Rock, Madrid, 9 de junio, en el campo del Rayo Vallecano se quedó en intentona caótica y con poca suerte. Después de este éxito habrá que ver si se realizan los festivales previstos en Barcelona y Bilbao, porque lo sucedido en la capital fue todo un serial radiofónico, pasado por LSD.

Ya habían comenzado las cosas mal cuando se produjo la inesperada y desagradable defección de uno de los grupos que más interés poseían, de entrada: los Flamin Groovies, sustituidos de prisa y corriendo por Eddle and The Hot Rods. La organización, que ya había protagonizado varios tumultos en sendos conciertos de Camel, Magna Carta o Colosseum, ofreció en esta ocasión un curso completo de cómo se organizan festivales de rock (o una corrida o un circo). Por cuatrocientas pesetas que costaba la entrada no estaba mal, pero el público había acudido allí con otras expectativas.Para empezar, el clima no daba mucho de sí. El día antes del concierto, tras un bochorno notable, descargaron algunas gotas sobre Madrid. Cuando llegaron los grupos ingleses al campo (Stranglers Bishops y Eddie and The Hot Rods) mostraron su desacuerdo con el escenario, que no se ajustaba ni por asomo a las indicaciones del contrato. La cosa estaba clara, o se cambia o no se toca. Escenas de alto nerviosismo y, a trancas y barrancas, el escenario se cambia, pero eso sí, dejando a la intemperie gran parte del equipo, sobre el cual cae a continuación una copiosa lluvia. Un equipo mojado puede electrocutar fácilmente a un músico, por lo cual éstos se niegan a tocar.

A todo esto, el público acudía al campo en pequeños grupos que llegaron a una masa de 5.000, que se extendía por las duras gradas del campo. A éste estaba prohibida la entrada, de tal forma que el escenario, allí lejos, perdido en una portería y rodeado de verde, aparecía desencantadamente vacío y triste, mientras comenzaba el lento transcurso del tiempo.

La gente en las gradas charla con los amigos, casi heroicos, que arrostrando lluvia y mal calor esperan todavía que allí ocurra algo. El humo de los porros se eleva por el aire, del cual cae una fina, pero insistente lluvia de latas de cerveza y de botellas de vino. Francisco Encinas, presidente del Rayo Vallecano, insistía en que nunca más alquilaría el campo, ahora lleno de cascotes de vidrio. «Y bastante paciencia tiene el público». Sí, porque ya eran las cinco y el retraso era en ese momento de tres horas, sin que nadie aclarara nada.

Mientras tanto, el organizador, Mikel Barsa, negocia con los ingleses para conseguir que éstos actúen, pero todo es inútil porque los grupos madrileños Burning y Cráter tampoco parecen estar por la labor en vista de cómo se extendía el caos.

La gente espera viendo algunas curiosidades, algún traje, invadiendo poco a poco el campo e improvisando allí varios partidillos de fútbol con almohadillas. En el círculo central, Teddy Bautista se aburre frente a la mesa de mezclas, tapada con una lona. «Es que montar un tinglado de éstos no es fácil, no es algo que pueda hacer un aficionado.» Poco después afirmaba que el defensor del pueblo debiera actuar también en casos como éste.

Entre tanto, el retraso es ya de cuatro horas, pero sólo cuando se cumplían las cinco, alguien comenzaría a decir por los altavoces del campo que la gente podía pasar a recoger el dinero por taquilla. siempre que hubieran comprado las entradas en ese mismo momento, y que el lunes podría solucionarlo el resto.

El año pasado, en el Festival de Rock de Lorelei (Alemanía Federal), un público mojado y estafado quemó hasta el último trozo combustible que había en el escenario, entre ellos el equipo de Jefferson Starship. El sábado, en Madrid, no se llegó a tanto. El público, por no se sabe qué iluminación, prefirió que todo acabara en paz y salió con más o menos tranquilidad a rumiar sus cinco horas por el cemento, su tarde sabatina frustrada, o los signos de identidad de una estafa.

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