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El dilema energético

A pesar del tono pesimista que rodeó las deliberaciones de la última reunión de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), celebrada en París los dos primeros días de esta semana, el conjunto de las resoluciones adoptadas evidencia una voluntad mayoritaria de otorgar a la política energética un papel prioritario en el conjunto de actuaciones de los respectivos Gobiernos en materia económica. Voluntad que, en cierto modo, ha sido perceptible en la mayor parte de los países industrializados desde la primera crisis de 1973. Otros, como España, han mantenido una inhibición que, a la larga, puede resultar hasta suicida.Superado el trauma del encarecimiento progresivo, los países industrializados se enfrentan con la evidencia de que la energía puede llegar a ser un bien escaso, hasta el punto de que las disponibilidades sean insuficientes para mantener unos ritmos de crecimiento sostenido de la actividad económica. Quiere ello decir que el dilema ya no se centra en soportar o no las alzas sucesivas del petróleo y los restantes productos energéticos, sino simplemente en disponer o no de energía.

De las resoluciones de la AlE se deduce un sentimiento de aguda impotencia, generado, sobre todo, por la ausencia de planteamientos solidarios entre los países consumidores. Las afirmaciones del presidente de la conferencia insistiendo en que «la situación no escapa al control de la Agencia» no convencen a nadie. Lo cierto es que los países industrializados han adquirido ya la conciencia de que la única alternativa posible es adecuar los modelos de crecimiento económico y hasta los de comportamiento social a una nueva situación.

Una de las resoluciones de la AlE contempla el ambicioso proyecto de desarrollar una vasta campaña de sensibilización social en cada uno de los países miembros. La idea, con ser válida, es contemplada con un cierto escepticismo. Una labor de este tipo debe ser, ineludiblemente, desarrollada desde los poderes gubernamentales, y no parece excesivamente probable que ninguno de los partidos en el poder en los países industrializados -afectados, por lo general, de un alto grado de fragilidad política- asuma el riesgo de impopularidad que necesariamente entrañará una actuación en tal sentido. Lo cierto es que, dejando al margen las complejas responsabilidades que la han generado, existe una absoluta insensibilización social frente al que, sin duda, constituye el mayor problema del último tercio del presente siglo.

La Agencia Internacional de la Energía ha recomendado, con un notable sentido realista, el aprovechamiento intensivo de las posibilidades del carbón, un componente energético abandonado en su día por la acumulación de intereses en su contra. Resulta obvio que las posibilidades de actuación en este campo son muy notables. Es una lástima que ese sentimiento realista no se haya extendido a otros aspectos del dilema energético. Las referencias descafeinadas a los temas nucleares, al comportamiento de las multinacionales petrolíferas y a los mecanismos posibilistas de ahorro energético deben situarse en línea con lo que ha sido habitual en los cinco años de vida de este organismo internacional.

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