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Reportaje:

Las "salas altenativas", una nueva forma de ver cine

La crisis del cine español es, en buena medida, una consecuencia de los diversos centralismos que padece la industria. Uno de ellos es el de los exhibidores, que tienen concentrados en pocas manos las posibilidades de programación. En los últimos tiempos han surgido en España, y especialmente en Madrid y Barcelona, una serie de nuevas salas alternativas, cuyo propósito final es el de ofrecer una nueva manera de ver el cine, ampliando las posibilidades que hasta ahora tenía el espectador de acercarse a las obras menos promocionadas de la filmografía internacional. Bel Carrasco ha recorrido en Madrid las salas que tratan de cumplir ese objetivo.

Son casi todos jóvenes. Estudiantes que han pelado la clase con las carpetas bajo el brazo, parejas de progres que no van al cine precisamente a hacer manitas, cinéfilos que presumen de entendidos y no se pierden un clásico recuperado o un marginal inédito. Pero también se encuentran personas de cierta edad que entran despistados a pasar la tarde o aficionados de toda la vida que tienen, por fin, la oportunidad de ver aquella famosa película prohibida sobre la guerra civil.Este es el público típico de las filmotecas o de las salas de arte y ensayo en general. Un público donde predomina el elemento juvenil, estudiantil y profesional, pero cada vez más amplio, heterogéneo y con tendencia a convertirse en popular.

Nueva generación de exhibidores

Pese a la agonizante vida del cine español -según sus productores -, desde el punto de vista del espectador el mundo cinematográfico ha ampliado en los últimos tiempos sus horizontes gracias a la liberalización de la censura y, sobre todo, al funcionamiento de una serie de salas, como las del Círculo, de Barcelona, o las del Alphaville, de Madrid, que siguen criterios de tipo cultural junto a los estrictamente comerciales, a cargo de personas interesadas por el cine y que se plantean sus objetivos a más largo plazo que las salas comerciales, donde se trata de aumentar cuanto antes los beneficios de taquilla.Dentro de esta misma línea, acaba de aparecer o están a punto de hacerlo una nueva serie de salas -una generación de refuerzo- gestionadas por jóvenes amantes del cine y más o menos entendidos en el tema: la Valle-Inclán, en La Coruña; la Van Dyck, en Salamanca; la Clarín, de Oviedo, y la Astoria, de Alicante. En Madrid se abrieron recientemente el Cinematógrafo Lumiere y las dos nuevas salas del Alphaville, que tienen desde 1977 una de las programaciones más válidas y coherentes dentro de la cartelera madrileña, donde es además la única sala que ofrece películas de estreno, porque cuenta con una distribuidora propia, Musidora, que le suministra alrededor del 60% de los títulos que exhibe.

El Cinestudio Griffith, el Covadonga y el recién inaugurado Lumiere tienen una programación bastante seleccionada dentro de un nivel mínimo de calidad, pero con las limitaciones de todo género que supone trabajar en el régimen llamado de repertorio, pues dicho sistema, aunque exige menos inversión, pone a los exhibidores en manos de las distribuidoras.

Un cerco administrativo

Las dificultades que encuentra esta nueva generación de exhibidores para poner en marcha una sala de arte y ensayo son múltiples. Primero, se trata de encontrar el local adecuado. Si no se dispone del capital necesario para hacer la fuerte inversión que supone construir un cine nuevo, hay que buscar uno que reúna las condiciones mínimas, cuyo propietario esté dispuesto a alquilarlo, lo que ocurre normalmente cuando el negocio no funciona. Después está la competencia con las salas comerciales, el regateo con las distribuidoras, que imponen sus reglas de juego a los pequeños exhibidores, y, por último, los rigores de la arbitraria normativa que regula la empresa cinematográfica.«Hay una especie de cerco administrativo que te pone trabas y obstáculos constantemente », comenta Enrique Cazorla, miembro del equipo que lleva la programación del Lumiere. «Un retraso en la proyección, un espectador que fuma, es motivo suficiente para la multa o el cierre del local. Se debe pedir autorización a la policía o al Patronato de Protección de Menores para cualquier cosa, y siempre tienen una razón u otra para que no la concedan si no quieren. Nosotros, por ejemplo, queríamos hacer teatro y dar espectáculos de mimo, pero nos lo han prohibido por no tener camarines ni espacio para construirlos.»

«Otra cuestión», sigue Enrique Cazorla, «es la dificultad de encontrar películas para planificar una programación interesante. De acuerdo con la ley actual de exhibición, el contrato sólo dura cinco años, y pasado ese plazo, si no se renueva, la película sale fuera de circulación y no se puede exhibir. Así ocurre que la oferta es muy limitada y hasta resulta imposible organizar cielos completos o representativos de muchos directores fundamentales en la historia del cine. De Hitchcock, en concreto, sólo se encuentran disponibles sus dos últimas películas».

«Por otra parte, las distribuidoras, además de alquilar en muy mal estado las películas, porque no cuidan nada la conservación de las copias, te hacen pasar por el aro; retienen los títulos más interesantes para ofrecérselos a las salas comerciales, donde piensan obtener mayores beneficios. Esta táctica nos perjudica especialmente en lo que se refiere a películas españolas, ya que por la cuota de pantalla tenemos que dedicarles un cuarto de la programación, y la lamentable situación del cine en nuestro país hace que el catálogo de producción nacional no dé muchas posibilidades a la hora de elegir una buena película.»

Cine de madrugada

La sesión de madrugada que se proyecta a continuación de la de noche en algunas salas de las grandes ciudades europeas y norteamericanas -en Londres, las late nigth movies ocupan toda una sección del time out- sería un buen sistema de revitalizar el cine como espectáculo. En España, por cuestiones de intereses de los grandes exhibidores, de orden público y otras, esta fórmula no se ha autorizado nunca, salvo el caso excepcional del cine Alexis, de Barcelona, que en pleno franquismo disfrutó durante una temporada del permiso para funcionar después de la última sesión.«La sesión de madrugada es la forma de explotación ideal para ciertas películas que en las sesiones normales fracasan», apunta Javier de Garcillán, del equipo Alpha 60, «cerebro» programador del Alphaville. «Películas como Performance o El fantasma del paraíso; que, una vez recuperadas, resultan difíciles de descubrir al público; filmes de terror o musicales cachondos, como The harder they come, que lleva ya seis años en la sala Orson Welles, de Boston, donde se proyecta en la sesión de madrugada.»

«A estas sesiones acude un público muy especial, formado por noctámbulos, insomnes, gente con horarios atípicos, y en ellas se crea un ambiente, un espacio de encuentro y reunión que podría inyectar algo de vida a la noche, cada vez más triste y agonizante, de ciudades como Madrid.»

Otra forma de animar el fenómeno cinematográfico, desde el punto de vista del espectador, que sugiere Javier de Garcillán sería «la municipalización de los cines de barrio, que sus dueños, por no resultar negocios rentables, reconvierten o cierran ».

«Las juntas de distrito podrían comprar o alquilar esas salas y poner una persona competente a su cargo. Muchos barrios tendrían así un cine propio y próximo y, además un lugar de reunión donde los vecinos se encontraran y conocieran.»

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