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Tribuna
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Cien años después

Javier Solana

Miembro de la ejecutiva del PSOE.Diputado por Madrid

Se cumplieron ayer cien años de que, en una taberna de la calle de Tetuán de Madrid, un grupo de trabajadores manuales e intelectuales, conscientes de que vivían en una sociedad injusta, en la que unos hombres -los más- eran explotados por otros -los menos-, constituyeron el Partido Socialista Obrero Español como instrumento de defensa de los intereses de los trabajadores y de transformación de la sociedad hacia otra distinta, liberadora del individuo a través del esfuerzo solidario.

Desde aquella fecha, la historia de España no puede escribirse sin contar con aquellos hombres o sus seguidores, y se hace difícil encontrar un acontecimiento que suponga un avance hacia el progreso material o cultural, una mejora de los oprimidos, un paso hacia la emancipación del hombre, que no se encuentre entrañablemente unido al PSOE. Los nombres de Iglesias, Caballero, Prieto, Besteiro, De los Ríos, y tantos otros, son hoy patrimonio de todos los españoles de buena voluntad.

En esta marcha del movimiento obrero español hacia su liberación han sido muchos los sufrimientos, los anhelos frustrados, los socialistas que han sufrido persecución y cárcel, los que perdieron su vida, enfrentados a los egoísmos más reaccionarios interesados en abortar el deseo y la capacidad de las mujeres y hombres de nuestro pueblo de avanzar pacíficamente en la conquista de sus derechos.

Un siglo después, animados por el mismo espíritu de antaño, los socialistas de hoy, asumiendo nuestra propia historia, nuestra verdadera identidad, y mostrando nuestra capacidad de renovación, queremos continuar la tarea de recoger las aspiraciones de los que sienten sobre sus espaldas la opresión y la injusticia por razones económicas, sociales, políticas o culturales.

Pocos motivos más hondos de satisfacción que llegar a este momento de nuestro caminar constatando que el socialismo continúa siendo fuerza política indispensable en nuestro país. Sus cinco millones de votantes, que se traducen en 191 diputados y senadores, más de mil alcaldes y más de 10.000 concejales en pueblos y ciudades de España, avalan el apoyo y la confianza que el pueblo nos otorga, con la esperanza de que entre todos podamos liberarnos de la tiranía de las necesidades y allanemos el camino hacia una sociedad más justa e igualitaria.

Coincide este primer centenario con la celebración del XXVIII Congreso del PSOE, lo que hace inmejorable la oportunidad para reflexionar sobre las tareas que los socialistas deben plantearse en este momento de su historia.

Reconquistadas las libertades públicas y abiertos los cauces de representación ciudadana, los socialistas, en el marco de la Constitución, que de forma tan importante han contribuido a elaborar, se enfrentan con responsabilidades profundas, fundamentalmente de dos tipos. Por una parte, conseguir que las instituciones democráticas se autentifiquen y llenen de contenido real y progresivo. De otra, conseguir desde el Parlamento y desde la sociedad una serie de transformaciones sociales que hagan posible una mejora permanente de la condición de vida de los trabajadores y sectores populares de España. Y todo ello, en la perspectiva de avanzar, en este período histórico que ahora se abre, hacia los mismos ideales de emancipación de siempre.

Porque es cierto que en este momento se abren dos opciones para el corto y medio plazo de nuestra sociedad. La primera supone una consolidación estática de la democracia, congelándose el proceso democratizador de manera que la relación de fuerzas entre el bloque dominante y las clases trabajadoras quede cristalizada en la forma en que se produce hoy. Y esa relación de fuerzas se asienta en los privilegios existentes en todas las esferas de la vida social: en la economía, en la cultura, en la distribución del poder. Esta primera opción supone sólo un grado insuficiente de democracia política y apenas ningún avance en la democracia económica y social. Es la opción de la derecha.

La segunda opción supone una consolidación dinámica de la democracia. Lo que significa una profundización del proceso democratizador que supere el desequilibrio presente entre las clases sociales, completando la democracia política y conquistando la democracia económica y social. Se trata de ir introduciendo transformaciones en los aparatos del Estado, en la estructura de la desigualdad, en el reparto del saber, en la organización de la economía, que vayan teniendo carácter acumulativo y consolidado. Esta es la concepción del socialismo como proceso, como transformación ininterrumpida, que tiene como objetivos finales, en el plano político, la libertad, la participación y la responsabilidad; en el económico, el control social de los mecanismos de la economía como vía para realizar el objetivo de optimizar el bienestar colectivo; en el plano ético, una moral de respeto a los demás, de asunción, tanto de los derechos como de las obligaciones, una fraternidad recreada.

Porque en nuestra sociedad, en nuestra época, no se trata solamente de asegurar las condiciones materiales que nos permitan sobrevivir a todos. Se trata de cambiar la vida de cada uno. Pero no cambiarán nuestras vidas si no se cambian antes las estructuras. Esto es lo que los socialistas contestamos a los utópicos. Pero ¿de qué nos sirve cambiar la sociedad, las estructuras, si no es para transformar, para mejorar la vida de cada uno? He aquí lo que los socialistas contestamos a los que idolatran al Estado. Puesto que en última instancia son los cambios introducidos en la vida cotidiana de los hombres con los que deben confrontarse los cambios introducidos en su régimen social.

Pero para hacer realidad este afán es necesario trabajar en el afianzamiento de un nuevo bloque de clases mayoritario, capaz de encauzar y dirigir el proceso de transformaciones que son necesarias. Y ello no sólo por la vía de la aritmética electoral, sino también con el apoyo social suficiente, sólo a partir de lo que son posibles las grandes transformaciones históricas. Un nuevo bloque de clases en el que se integren los trabajadores manuales e intelectuales, los pequeños propietarios de la tierra, del comercio y de los talleres, los artesanos, las fuerzas del ingenio y del arte: todos aquellos que aspiren a, ordenar la sociedad sobre nuevas bases, poniendo fin así a un largo período histórico de dominio tradicional de unas clases reaccionarias, incapaces de hacer avanzar a nuestro país por el camino de un desarrollo económico solidario, de progreso y justicia, en libertad y paz civil.

Para este empeño se hace imprescindible la consolidación de un gran partido socialista, enraizado en la entraña del pueblo, motor de movimientos populares, inmerso en la lucha sindical, presente en nuestros barrios, en los movimientos que luchan por la liberación de la mujer y en defensa de la juventud, animador del cultivo de los valores que encierra la cultura propia de las nacionalidades y regiones de España. Un colectivo abierto, permeable a las demandas de su contexto social, que debe esforzarse por estimular, amparar, encauzar y dar expresión política.

Todo ello constituye un importante reto, pero por aquí pasa la madurez y fortaleza de un partido socialista, democrático, de masas y fundido con las justas reivindicaciones que emanen de la sociedad civil.

Estas son las tareas a las que nos sentimos llamados los socialistas en este momento en que cumplimos los cien primeros años de caminar, codo con codo, con nuestro pueblo.

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