Sobre cátedras extraordinarias
En un editorial titulado «La universidad española, una deuda pendiente», publicado el sábado 24 de marzo de 1979, se escribe: «Que ninguna universidad española haya pedido la incorporación de José Ferrater Mora o de Julián Marías, de Manuel García Pelayo o de Julio Caro Baroja como catedráticos extraordinarios dice muy poco en favor de los profesores numerarios que anteponen sus estrechos intereses gremiales y su cerrado espíritu de cuerpo a la apertura y universalidad que, al menos teóricamente, deben caracterizar el mundo de la cultura. »No puedo hablar en nombre de ninguna universidad, pero sí puedo citar una anécdota personal. Yo fui el último decano-comisario de la facultad de Ciencias de la Información de Madrid y también el primer catedrático numerario de esa facultad que ocupó un cargo académico. Una de las primeras cosas que hice fue visitar en su casa a Julián Marías y pedirle que incorporase su magisterio a la nueva facultad. Podía hacerlo porque previamente había recibido «luz verde» del rectorado de la Complutense y de la Dirección General de Universidades. Es cierto que las circunstancias no eran especialmente propicias -fui decano durante los tres últimos meses de la dictadura y durante los tres primeros de la Monarquía-, pero quede el intento como un signo más de que la incorporación de los cerebros exiliados no fue reivindicación exclusiva de quienes no estaban en la universidad.
Ignoro quién escribió el editorial de ese periódico, pero está lleno de frases en las que se nota demasiada amargura: «Respetemos los derechos adquiridos, incluso aunque sus actuales titulares no hicieran más méritos para lograrlos que su servilismo; pero que esa actitud no sirva para negar otros derechos mucho más dignos de amparo y para demorar por más tiempo la cancelación de una deuda pendiente con los marginados por el anterior régimen.»
No creo que el servilismo sea nota característica del gremio de los catedráticos, que, si se distingue por algo, es más bien por su independencia hasta el límite de la insolidaridad, pero me duele mucho, como catedrático de una facultad universitaria en la que se están formando futuros profesionales de los medios de comunicación, que textos como estos puedan confundir a nuestros estudiantes, porque ellos necesitan tener muy clara una distinción fundamental: el resentimiento privado o el ataque personal se expresan en artículos firmados; el editorial tiene otras exigencias. Esto lo sabe inuy bien Juan Luis Cebrián, que cuando tiene que decir algo importante no se escuda en esa responsabilidad subsidiaria que asume, como director, por todos los editoriales. Empieza a decirlo en la primera página y lo termina con su firma. Es una lección que deberían aprender sus colaboradores en la redacción del periódico.
Director del Departamento de Economía de la facultad de Ciencias de la Información
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