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Amor y Ecología

Manuel Vicent

Una voz femenina, acompañada con música de Vivaldi, susurra melosamente, que te fumigues el sobaco con un desodorante de hondo sabor a pino que te espolvorees los bajos con talco, que te curtas el mentón después del afeitado con un licor de espliego, que te laves el pelo con un champú de raíces nacido de la tierra, que te pongas una margarita en el ombligo, que te limpies los dientes con pasta clorofilada. La chica del anuncio publicitario, musicado por Vivaldi, te está construyendo como un macho ecológico. Y tú te fumigas el sobaco, te espolvoreas, te curtes el mentón y a la caída de la tarde, ya metido en gastos, te acercas a un herbolario y compras germen de trigo duro, levadura de cerveza, galletas con anisetes; cargas con una intendencia de potingues y sopas bendecidas por un lejano y acreditado guru.Cuando ese tendero vegetariano ya te ha convencido de que el cáncer se cura con cebolla y, al ver que tienes el cuello corto, te ha pronosticado un infarto casi inmediato si no tomas una dosis de ajos en el desayuno, llenas el maletero del coche con alimentos terrestres y mordisqueando una brizna de perejil te vas a casa a regar la marihuana de la maceta. Pero enseguida, naturalmente, te pilla el embotellamiento. Y allí atrapa do comienzas a oler el ozono y la clorofila que sale del alcantarillado. No importa. Mientras tocas el pito, piensas en el equipaje de hierbas raras, llenas de prana oriental, pasadas por el vientre de Buda, que te van a poner en forma. De repente, por delante del parabrisas ves cruzar un joven con skijama que se aleja dando zancadas regulares en medio de la ponzoña. Crees al primer golpe que se trata de una provocación, como aquella vez cuando acertaste a vislumbrar la ráfaga blanca de una muchacha desnuda cacareando a modo de pollo pelado que hizo el primer streaking en la calle Fuencarral. Pero no es así, porque ahora ves otros jóvenes con pantalón corto, otras chicas con chandal y el entrecejo empañado por el sudor que corren entre los embotellamientos, por los carriles sólo bus, con la comisura blanqueada por una espuma seca y el resuello pespunteado con cachitos de bofe. Es la moda del footing, aquello que viste en California hace quince años. Envuelto con el marbete de la ecología ahora ha llegado aquí, a este país, que aún conserva la costumbre de comer pajaritos fritos.

Bien, encima de tener que tragar una cebolla contra el cáncer, de tener que convertir tu aliento en un lanzallamas de ajo para no palmar al pie de un escaparate de ante y napa y rumiar hierbas orientales que dan buena honda al cerebro, resulta que ahora hay que hacer footing. Y lo haces, claro está. Te equipas de distinguido sportman, te vas al parque y tu trote majestuoso comienza a levantar mirlos y urracas. Bajo la arboleda hay señores paseando dulcemente que ya les ha dado el infarto. Hay parejas que hacen el amor nadando frenéticamente en seco sobre el césped. Son dos opciones y debes elegir. A cierta edad, si corres mucho, ya no te queda fuelle para cumplir el débito con la legítima o con la mejora. Si no corres, te puedes quedar seco en el segundo rellano y pasar a engrosar la cofradía de dulces paseantes a quienes el médico tiene prohibido votar para que la aorta circule.

Entonces comienzas a pensar que la ecología y la salud son ciencias muy bonitas que se desarrollan en los salones de los hoteles de lujo: una tía buenísima reparte montados de caviar y pinchos de lomo a unos congresistas que hablan de los patos de la Albufera y de los rascabuyes de Doñana, se pasan diapositivas donde se ve a un rey nórdico vacunando unos cerdos contra la tos ferina y una azafata de salón con su nombre y número de teléfono colgados del palpitante seno te acompaña al este del Edén por el pasillo hasta la suite, donde se puede comer de todo, desde langosta radioactiva hasta perdices con detergente. Y tú compones sobre la taza del retrete la figura del pensador de Rodin, meditas un minuto, y dices: «Vale, tía, me quedo aquí.»

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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