Propiedad y disparos (a modo de esperanza municipal)
A mis amigos José Luis Alvarez, Ramón Tamames y Enrique Tierno, por riguroso orden alfabético, y a su través, a los casi 200.000 candidatos a los municipios, españoles.
Hechos
Santa Bárbara. California, 1972. Dos hombres pegados al suelo, disparos de rifle o carabina, y entre detonación y detonación, unas estremecedoras explosiones fónicas: «Damned son of a bitch!» «Get off of my property! Get out! out! ...t!». Rastreando, como en un spaghetti-western, pero de verdad y a p¡e del Pacífico doblamos la loma y en una espantada que nos dejó sin resuello llegamos al coche. Todo había comenzado tres horas antes. Era domingo, la tarde estaba bellísima. Raimundo Panikker y yo no dábamos con José Luis Aranguren y decidimos salir a pasear al campo, a las colinas que hay más allá de Montecito. El campo, según dicen, más caro y urbanísticainente civilizado del mundo.
Carcaixent, País Valenciá, 1978. A la salida del pueblo, camino de la Serretella, en el muro de un almacén de confección de naranjas, escrito con pintura negra: «Entre els rics i les monjes ens han deixat sensa montanya.» Llego a la finca -cuatro hectáreas escasas de naranjos y cinco de montaña con pinos y almendros- y oigo ladridos, voces, y, de pronto, un disparo. Sigo a pie, huerto arriba, y aparecen, entre las matas, un niño, un perro y un hombre con una escopeta. Me acerco: «Bon dia», «Bon dia», «Qué, ¿cassant?», «Sí, a veure lo que cau, ;a passetJar un ratet, que diuen qu les bo per a la salut», «Sí, clar, ¿i vosté ve per aquí a sovint?», «Si, casi tots els diumenxes, perque está prop del poble, i algun lloc cal anar...», «Sí, clar», "¿Vosté es del poble, veritat?», «Sí, soc el fill de Vidal Cogollos», «Collons, aleshores vosté es el amo del hort; lo coneixia molt al seu pare», «Ah, molt be», «Be, doncs, fins a l'altra», «Adeu», «Adeu».
París, febrero 1977. Dominique me ha dado un plantón épico porque ha tenido que irse. de reportaje a la Correze, donde en Frontenac, la noche pasada, un granjero mató de varios disparos a su hijo, a quien confundió con un merodeador.
Análisis
Los hechos que anteceden deben ser calificados, en sentido estricto, como sucesos de civilización. Es decir, aquellos comportamientos individuales a los que da sentido, y, en cierta medida, legitimidad la estructura colectiva de representaciones y valores, dominante en un contexto sociohistórico determinado. O sea lo que llaman hoy los políticos ideología, y los sociólogos del conocimiento, imaginario social.
Los resultados de las elecciones de 1979, y los de 1983, 1987, 1991, y así hasta el final; es decir, hasta que la izquierda no recupere sus votos y, sobre todo, su identidad ideológica y su horizonte utópico, sitúan nuestro modelo de sociedad en la perspectiva de la concepción capitalista de la modernización y/o desarrollo. La consolidación de la actual división internacional del trabajo, el consumo y el lucro como motores de la economía y baremos del progreso, y la representación democrática por medio del Parlamento y los partidos, corno paradigma del desarrollo político, son tres de sus principales soportes.
Al curioso y erudito lector le conviene remitirse a Daniel Lerner, Bert Hoselitz, y, de modo particular, por lo que toca a lo político, a las publicaciones del Comité de Política Comparada del Consejo de Investigación en Ciencia Social de EEUU, de la mano de Almond, Verba, Coleman, Pye, etcétera. Al ciudadano moliente y sentado, a los telefilms del mismo origen que nos prodiga TVE. Ahí, y no en los designios del general Franco, sí que está, atado y bien atado, nuestro modelo de sociedad y su futuro político.
El modelo, como todos, tiene aspectos positivos y negativos. A mi modesto, personal y discutible criterio, muchos más de los últimos que de los primeros. Pero lo malo no es eso. Lo malo es que ya no funciona, o, si se prefiere, que la crisis económica, la mundialización de sus objetivos y de su práctica y la radicalización de sus contradicciones lo están deslegitimando a nivel teóricoideológico e invalidando en su ejercicio micro y macro social (y, por favor, que no se me diga, triunfalmente, que el otro modelo todavía es peor, que eso lo damos casi todos por decontado, incluyendo a bastantes eurocomunistas).
Proclamar la igualdad entre los hombres y los pueblos y agravar la desigualdad entre ellos; producir y difundir necesidades individuales y colectivas de cara a la mayoría sabiendo que su satisfacción está reservada a una minoría cada vez más exigua; predicar el desarrollo para todos y perpetuar el subdesarrollo de los más; postular la estabilidad monetaria y exportar sistemáticamente la inflación; convertir el despilfarro del patrimonio natural de todos en supuesto necesario de la conservación de la tasa de beneficios de algunos; institucionalizar la miseria de dos tercios de la Humanidad como garantía del privilegio del resto; sustituir la efectiva participación ciudadana, día a día, por la delegación política cada equis años y conferirle una función simbólico-taumatúrgica; imponer, obstinadamente, unas pautas de consumo que no pueden alcanzarse, y llevar hasta el límite de la exasperación la exigencia de expectativas sociales imposibles, es instalar la ftustración y la violencia en el corazón mismo de la comunidad.
En una sociedad tensa y hosca, en la que han desaparecido, casi por completo, los comportamientos solidarios, donde se vive a la defensiva porque la inseguridad del hoy y el miedo al mañana señorean vidas y destinos, donde entre la amenaza y la impotencia prima lo individual, y cada cual acampa en sí mismo y en lo suyo -sus lujos., sus ideas, sus amigos, sus fincas, sus casas, su familia- como en la última trinchera, es inevitable que el rentista de Santa Bárbara y el agricultor de Frontenac la emprendan a tiros a la menor alerta. Como es inevitable que, mi buen paisano, el Fornadí, sometido al evangelio del aire puro y el ejercicio físico que le dictan la televisión y los médicos, aficionado a la caza y sin monte privado ni público al que echarse, se me venga al Hort del Estret todos los domingos con su nieto, su perro y su escopeta.
«¡Si el seu pare alssara el cap!», me dice el viejo jornalero de la finca. Antes eso no pasaba. Antes teníamos una Guardia Civil que, con su sola existencia, lo evitaba. Porque en eso consiste precisamente la fuerza de la fuerza, en que no necesita intervenir. Pero hoy las cosas han cambiado, y para que los Fornadís de toda España se, queden en casa los domingos, frustrados de campo, tendría la Guardia Civil que disparar bastantes veces, por lo menos, al aire. Y tampoco es eso. Entonces, ¿qué?
Moraleja
Ya que no podemos influir en los criterios teóricos de los «sabios» de Stanford y Princeton, ni en los criterios importadores de Prado del Rey, intentémoslo, al menos, sin acepción de personas ni de ideologías, con los de nuestros próximos munícipes.
Nadie discute que el ámbito local es aquel donde la democracia de participación -que es la única real- puede comenzar a tener existencia. O, en otras palabras, que la indenegable condición de protagonistas de nuestra vida cotidiana -nuestro barrio, nuestro trabajo, nuestro mal llamado ocio, nuestra sanidad, la educación de nuestros hijos, etcétera-, nos convierte en agentes privilegiados e insustituibles de su organización y tutoría.
Nadie discute tampoco que ese caos áspero y desalmado que son las ciudades -grandes y chicas- de este final del siglo XX deriva, más que del previsible crecimiento demográfico, de la ingobernable proliferación de usos y servicios particulares, de la insolidaridad que instauran el lucro y el privilegio.
Frente a la megalopolización inhóspita de los especuladores, la contaminación, los asesinos, la soledad, hay que volver a una vida comunitaria a la medida del hombre. En la que lo colectivo (sin fantasmas) y lo solidario (con realismo) sean las dos dimensiones vertebrales. Más transportes colectivos, más zonas peatonales, más escuelas, jardines, instalaciones deportivas, montes y prados comunales, servicios sanitarios, fiestas populares, entrañamiento comunitario, convivialidad.
El catálogo de nuestras urgencias municipales está ahí y los programas-promesas de los partidos políticos lo reivindican sin desamparar. Ahora, de lo que se trata es de convertirlo, pasadas las elecciones, de recurso filocrático en principio de realidad.
Aunque sólo sea para que el Fornadí y yo (cuando haya ven,dido el huerto para seguir pagando los impuestos de la reforma Paco Fernández Ordóñez) tengamos dónde pasear. Sin disparos.
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