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Tribuna
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Madrid: el elevado precio del desarrollo

Hay una frase lapidaria del anterior Jefe del Estado que ha recordado más de una vez el arquitecto y urbanista Miguel Fisac y que define claramente por qué Madrid es hoy un infierno de asfalto y metal con ya muy pocas oportunidades de salvarse. Data la frase de mediados de los años cuarenta. Es ésta (Franco se dirigía a su hermana Pilar): «¿Cómo íbamos a consentir que la capital de España fuera más pequeña y menos potente que Barcelona o Bilbao?»Cuando Franco anunció el fin de la guerra (abril de 1939), Madrid tenía ligeramente menos de un millón de habitantes. Cuando pronunció la frase citada contaba ya con un millón y medio de personas. Hoy tiene tres millones y medio. Según la última corrección del censo dé 1970, hecha en 1975, casi dos millones de habitantes de Madrid no son madrileños.

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Para los amigos de las estadísticas se puede apuntar que en Madrid viven 410.000 inmigrantes de Castilla-La Mancha; 350.000, de Castilla-León; 225.000 andaluces, 220.000 extremeños, 70.000 asturianos, 66.000 gallegos y 60.000 valencianos. Que los distritos madrileños más habitados por inmigrantes son Vallecas (263.000 personas), Arganzuela-Argüelles (250.000), Retiro-Mediodía (250.000), Tetuán (245.000), los dos Carabancheles (226.000) y Ventas (207.000), en tanto que los menos son Centro (101.000) y Chamberí (137.000).Conviene insistir en que todos estos datos son de hace algunos años e incluidos en el censo, por lo que no es difícil aventurar que todos los conceptos hayan engordado ligeramente.

A finales de la guerra, Madrid no tenía industria, ni materia prima, ni mano de obra. Era una simple capital administrativa y de importante valor cultural e histórico-artístico, de lo que cada vez, por desgracia, van quedando menos vestigios. No les importó a quienes hoy debieran sentirse responsables del desorbitado crecimiento de Madrid. Tenían dinero y poder. Se trajeron las industrias por decreto y la materia prima. Y la mano de obra. Madrid fue durante treinta años la cuna de todas las quimeras provincianas. Fue, además, un refugio de ambiciones. Todos los sueños de triunfo se centraron en Madrid.

Se consiguió lo que pretendieron los forjadores del imperio: Madrid está tan poblada como Barcelona y más que el resto de los núcleos industriales. Pero el precio fue muy alto: Madrid es también la cuna del desarraigo. Está en el límite de sus propias posibilidades y tiene problemas muy difíciles de resolver en todos los frentes: delincuencia callejera, transportes, educación, sanidad, medio ambiente, especulación y paro. Amenaza, además, si no se frena el crecimiento de su área metropolitana, en convertirse en veinte años en un monstruo ingobernable de diez millones de personas.

No es el momento de buscar responsables del desastre que es hoy Madrid, ni siquiera es posible derrumbar la ciudad para hacer otra nueva, más a la medida del hombre, pero sí es hora de atacar de frente sus ppoblemas para no tener que cantar sólo dentro de unos años un réquiem por todos nosotros.

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