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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La población mundial

LA OFICINA del Censo de Estados Unidos ha calculado que la población mundial será de 6.350 millones de habitantes hacia el año 2000; es decir, un aumento del 50 % sobre la actual. Más gráficamente: los recursos y el espacio utilizado ahora por cada dos personas habrán de servir para tres. Probablemente, los recursos crecerán, incluso se podrá aumentar también el espacio habitable por la incorporación de tierras nuevas. Sin embargo, parece que este crecimiento seguirá siendo inferior a la velocidad del aumento de la población, según la tendencia actual. El déficit está agravado por los factores de desigualdad en el reparto. Porque en las previsiones se calcula que el aurriento seguirá produciéndose en los países más pobres y restringiéndose, o aun disminuyendo, en los más ricos.La disputa entre el natalismo y el antinatalismo tiene ahora 180 años, desde que Malthus publicó su Ensayo sobre el principio de la población y provocó todas las iras: desde la de Marx, que le llamó -años más tarde- «delincuente común», a la de la Iglesia, pasando por la de los economistas de la sociedad dominante, que consideraban necesaria una mano de obra abundante para el trabajo y para el ejército. Aunque muchas de las razones esgrimidas entonces contra la exposición de Malthus han desaparecido en nuestro tiempo, el impulso natalista sigue relativamente favorecido por algunos de estos estarnentos. Las distintas iglesias no han variado su doctrina acerca de la índole sagrada de la creación de vida. Los rnarxistas siguen creyendo, en líneas generales, que la producción de prole por parte de los desfavorecidos de la Tierra sigue siendo un arma para la lucha final, aunque la Unión Soviética esté entre las naciones que van a descender de población (China ha cambiado un par de veces entre favorecer una política natalista en su país y la opción contraria). Los economistas entienden que la tecnología moderna, en la industria como en el ejército, ha disminuido enormemente la demanda de ciudadanos, pero muchos creen que su abundancia en los países subdesarrollados favorecerá la mano de obra barata y que ésta seguirá siendo convenientemente barata y, por tanto, necesaria, a pesar del maquinismo, y sosferien, al mismo tiempo, que el descenso de natalidad en los países desarrollados está produciendo ya un envejecimiento de la población que consideran grave (menor acometividad, gastos sanitarios crecientes, aumento en las clases pasivas).

Los defensores del descenso general de natalidad siguen siendo heterodoxos, aunque sufran menos ataques que Malthus. Sus profecías son catastrofistas. Hay quien ha Regado a decir que el final de la vida en la Tierra se producirá por exceso de población, incluso por el calor producido por el gran número de cuerpos humanos acumulados. Algunos creen que la situación actual es ya una catástrofe y que basta sencillamente contemplarla sin prejuicios religiosos o políticos para comprenderlo todo: el hacinamiento en las grandes ciudades, los ghettos de Nueva York, las favelas de Río o los «ranchitos» de Caracas son un producto de la superpoblación; la escasez de agua que se advierte periódicamente, la contaminación de la atmósfera, el aumento de enfermedades psiquiátricas lo serían también. Entienden que Marx tenía razón al profetizar que las revoluciones iban a ser obra de los más contra los menos: las guerras y revoluciones actualmente en curso, la fuerza de los países pobres al defender sus materias primas y especialmente la energía, son ya luchas demográficas. Y la primera definición de este género sería la de Hitler al lanzar su guerra por lo que él llamó «espacio vital».

La idea antigua de que el mundo depuraba su población por guerras, epidemias y otras catástrofes ha sido abandonada. Las epidemias y las catástrofes naturales no tienen ya los efectos numéricos que tenían antes. Las guerras no han demostrado su eficacia al respecto: en este siglo, el mundo ha conocido las dos más devastadoras de su historia, más dos revoluciones especialmente sangrientas, sin -que haya disminuido el crecimiento general.

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Por otra parte, son selecciones inversas, puesto que mueren en ellas las generaciones más activas de las sociedades (Gaston Bouthoul define las guerras como «infanticidios diferidos»).

Tampoco han dado resultado antinatalista los anticonceptivos. A pesar de su divulgación en el mundo entero no han pasado de un importante papel de apoyo de una revolución sexual y de costumbres; pero se ha demostrado que el espíritu de maternidad, y el de paternidad, se sobrepone a la libertad sexual.

También en este punto hay disputas acerca de si se debe a un instinto o si es simplemente una predisposición cultural, como consecuencia de una política de propaganda natalista que empezó probablemente en la horda y en la tribu y que prácticamente no ha cesado todavia. Lo más probable es que las dos cosas sean ciertas, pues no son antitéticas. Algunos sociólogos consideran que la natalidad se detiene mecánicamente al llegar a un cierto nivel. Aluden a ejemplos animales, de ciertas especies sociales que, cuando el número de sus miembros sobrepasa las posibilidades de su habitat, cesan de procrearotros creen que, incluso, hay una inversión hacia la homosexualidad y lo ponen como ejemplo de que el instinto sexual no se detiene, aunque se detenga el de la procreación. Hay economistas, como Lester Brown -del Worldwatch Institute, también de Estados Unidos-, que consideran que hay mecanismos automáticos: la inflación y la escasez de viviendas detendrán por sí mismos la superpoblación y serán «una poderosa fuerza contraceptiva en el futuro».

Frente a milenios de natalismo, los 180 años de brotes esporádicos de antinatalismo tienen todavía escasa fuerza. No pareceque la vayan a,tener en el futuro, pues la idea de la superpoblación como tragedia mundial está lejos de asentarse. Comparaciones como la de que en los últimos veinticinco años del milenio la población mundial va a crecer tanto como creció desde que nació Jesucristo hasta 1950 son, sin duda, impresionantes, pero no penetran en lo que Jung llamó «el inconsciente colectivo» y algunos creen que es simplemente la fuerza de la propaganda natalista.

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