Trebujena, un pueblo comunista
El Ayuntamiento es un edificio de dos plantas, rechoncho y blanqueado. Sobre el rótulo que indica la fecha de su construcción -«casas capitulares, 1862»- hay, como en todos los ayuntamientos, un torpe reloj.Entrando por la puerta principal, al fondo, una estampa enmarcada, grande y vieja, del Sagrado Corazón de Jesús. Al otro lado de la plaza, sobre la torre de la iglesia -el edificio más alto del pueblo- han anidado ya dos cigüeñas.
Trebujena está próximo a la desembocadura del Guadalquivir, cerca ya de donde las viñas dejan paso a la marisma. La mayor parte de sus habitantes son obreros agrícolas. No hay en el pueblo ninguna casa más alta que otra. Los propietarios de las viñas viven lejos. Cuatro meses al año hay trabajo. Entonces, cada amanecer, los hombres de Trebujena agarran sus mobylettes y recorren los veinte o treinta kilómetros que les separan de la tarea.
Los ocho meses restantes se busca el trabajo donde se puede. Unos van a los viñedos o a la remolacha de Francia. Otros pocos marchan a los campos castellanos de Palencia o Valladolid para trabajar en la campaña remolachera. «Allí las condiciones son terribles», dice uno de ellos. «En un cuarto de poco más de ocho metros, la última vez dormíamos seis personas.»
La emigración a Europa fue, en tiempos, una solución provisional. Ahora, de los 6.300 habitantes del pueblo sólo una veintena vive al norte de los Pirineos. Descartada la emigración, sólo queda, los meses de vacas flacas, la salida del empleo comunitario (especial sustituto del seguro de desempleo, que consiste en la realización de trabajos municipales, de utilidad diversa, según, en cada caso, los criterios de los distintos alcaldes).
El trabajo de las viñas del Sur ha generado un tipo especial de hombres. Los viñedos exigen manos hábiles y técnica de siglos. Son los capataces quienes eligen la mano de obra entre los hombres que esperan en las plazas y los bares de los pueblos. Esta técnica de contratación individual obliga a los campesinos a mantener una alta solidaridad que sostenga los salarios a una altura razonable.
Toda la vida del pueblo gira en torno a la época del trabajo en las viñas. También los pequeños comerciantes participan en este ciclo: en los meses buenos cobrarán las mercancías que antes han vendido fiadas.
En todos los lugares de esta zona existe un líder más respetado aún -incluso durante el franquismo- que las tradicionales fuerzas vivas de todo pueblo español: alcalde, cura, médico, farmacéutico. Los líderes campesinos son aquí también oráculos y mediadores, abogados y gestores administrativos.
Cabral, un líder
El líder de Trebujena es Paco Cabral, 58 años, siete hijos vivos, diputado comunista por la provincia de Cádiz. Cabral sigue habitando su vieja casa de una planta. El teléfono es la única novedad en su vivienda desde que ganó un escaño de la carrera de San Jerónimo.
La gente del pueblo recuerda aún con memoria matemática el 8 de enero de 1969, día en que «la Guardia Civil se llevó preso a Paco». El pueblo marchó a las puertas del cuartelillo. Quería saber si habían maltratado a Cabral. Como garantía, el comandante de puesto dejó salir un rato al detenido y entonces éste pronunció una frase mágica, en petición de calma, que parece haber quedado ya en la historia del pueblo: «Compañeros, que no pase na, y si pasa, que pase.»
Junto a Cabral hay otro líder comunista que comparte el fervor de la mayoría del pueblo. Se trata de Miguel Campos, el Maestrito, 45 años, obrero agrícola como Cabral, detenido por primera vez a los quince años, creador del Partido Comunista en el pueblo y antiguo emigrante en Holanda, donde ya organizó una huelga. La presencia de Cabral y Campos explica por qué en las elecciones el Partido Comunista obtiene al menos dos tercios de los votos. «Y eso que hay gente que se equivoca» aclara un militante, «y echa a las urnas cualquier papeleta en la que ve las herramientas (la hoz y el martillo)».
Dinero escaso
Juan Oliver, veintisiete años, obrero agrícola, encabeza la candidatura de trece miembros del Partido Comunista que, seguro, ganará en Trebujena. Todos, excepto uno (un maestro), trabajan en el campo. El último alcalde, José Aguilar González, ha sido un buen administrador, y su sucesor se encontrará con unas arcas municipales pobres, pero saneadas. El último presupuesto fue de 16.600.000 pesetas, de las cuales el 85% procedía de las recaudaciones efectuadas en el mismo pueblo.
«En este pueblo no hay mucha cultura, pero, en cambio, la gente tiene una alta conciencia de sus derechos», dice el maestro. En Trebujena hay una asociación de amas de casa y otra de padres de alumnos «que funciona». Según los futuros administradores municipales, «esto explica que todos los niños (1.150) estén escolarizados en la EGB, que haya sólo treinta alumnos por maestro, una importante guardería preescolar y transporte para aquellos (un 15% de los que acaban la EGB) que continúan el bachillerato en los institutos de Lebrija y Jerez».
Dos médicos se ocupan de la sanidad del pueblo. No hay ambulatorio. En previsión de casos graves, una asamblea de vecinos decidió constituir la sección local de la Cruz Roja y comprar una ambulancia que atienden, por turno, aquellos que tienen carnet de primera clase. Así, el centro de la Seguridad Social jerezana está menos lejos.
Dos problemas relacionados con la higiene son los que preocupan al futuro alcalde. El vertedero está muy cerca del pueblo y hace falta alejarlo. Por tanto, y para evitar más viajes, necesita un camión de basuras más grande («ya veremos de dónde sacamos el dinero»). Por otro lado, el cementerio se ha quedado pequeño («aquí todo el mundo quiere enterrarse en panteones grandes, tendremos que acostumbrarles a los nichos. Eso, más que un cementerio, parece ahora una colonia de chalets»).
No hay rencores
El futuro alcalde comunista no parece demasiado interesado en cambiar los rótulos de las calles: «Me preocupa la fisonomía, no los nombres. La gente sigue llamando a las calles como antiguamente, Larga, del Sol, del Cabildo, y las cartas han seguido llegando.» Incluso un *grupo escolar de construcción reciente, bautizado por un feo azulejo como «grupo escolar Generalísimo Franco», es llamado más simplemente «el grupo de la biblioteca».
El fantasma de la dura represión de la posguerra -140 muertos en un pueblo que entonces tenía 3.000 habitantes- parece olvidado. Como tampoco se da importancia a que el actual comandante de puesto de la Guardia Civil fuese el cabo que, en 1969, detuvo a Paco Cabral («el hombre se limitó a cumplir estrictamente con su deber»).
Sólo ocasionalmente se señala alguna casa del pueblo: «Aquí -se dice como en un suspiro- vivió un asesino. » El bar de la plaza, frente al Ayuntamiento, donde está ahora la sede oficiosa del Partido Comunista, también tiene un pasado. Era donde los falangistas se reunían en los años cuarenta.
La tienda, como en esta región se llama a los viejos bares, tiene detrás de la barra una inmensa bandera roja. Apoyados en el mostrador, una decena de hombres con años de emigración y futuro incierto espera la oportunidad del trabajo. Uno de los más asiduos parroquianos es Antonio el Sibebe, que canta las virtudes del fino libertad, vino hecho por las cepas de este pueblo y popularizado en las dos fiestas comunistas de la Casa de Campo de Madrid. En una de las paredes, el Guernica, de Picasso. Sobre el anaquel, entre las botellas, una estatuilla de Lenin, idéntica a la que hay sobre el televisor que preside la sala de estar del diputado Francisco Cabral. «Nosotros -afirma un militante- seguimos siendo leninistas.»
MAÑANA: Guecho (Vizcaya)
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