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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El socialismo portugués: oposición o pacto

MARIO SOARES ha sido reelegido, como era inevitable, secretario general del Partido Socialista portugués, que ha celebrado su III Congreso. La inevitabilidad puede atribuirse esotéricamente al carisma que le acompañó desde la clandestinidad y el exilio hasta la jefatura del Gobierno, y que no debe haberle abandonado cuando el partido ha sido expulsado del poder; pero la verdad es que el carisma está fabricado por la férrea mano de la directiva y por la impenetrabilidad de los disidentes en la sólida muralla defensiva del aparato de Soares y sus hombres. Los dos documentos principales de la oposición interior, Reflexão Militante y Vida Nova, no han sido leídos en el congreso. Eran duros. Sobre todo este último, acusaba a la dirección de haberse convertido en «agencia de colocaciones» y de haber procedido a un reparto abundante y generoso de cargos para asegurarse una guardia de hierro. La base teórica del congreso ha sido el texto que ha leído Soares, y que ha sido aprobado: Dez anos para salvar Portugal. Sus críticos insisten en que no ofrece ninguna novedad y en que probablemente el PS puede ir mermando en los años ochenta. Sería preciso salvar primero el partido, para que luego el partido pudiera salvar Portugal...El Partido Socialista portugués ha sufrido una de las frecuentes desgracias del socialismo europeo de posguerra: elevado al poder, ha resultado moderado para la izquierda y avanzado para la derecha. La opción socialdemócrata es muy importante en numerosos países pero difícil de aplicar en aquellos cuya economía es precaria y que salen de unos años políticos negros, como fueron los del salazarismo y su continuación en Portugal; menos aún si se consideran herederos de una revolución reciente. Soares tuvo que aguar la revolución, por razones inevitables: el peso de los poderosos aliados internacionales -de Estados Unidos a Alemania Federal- y el de una derecha a la que no supo contener, pero tampoco contentar. El país se ha ido dividiendo, otra vez, entre pobres y ricos. Ricos con un poder extraparlamentario apoyado en estamentos eternos -una Iglesia militante contra la izquierda, un Ejército que ha ido depurando a todos los oficiales revolucionarios de abril, un capital que, pasado el primer susto, está rehaciendo sus viejas premisas- y unos pobres que creyeron en la revolución y se apresuraron a la ocupación de tierras y a la colectivización de empresas: y fue Soares el que tuvo que irlos desalojando.

El texto para el futuro que ha propuesto Mario Soares al Congreso -y ha sido aceptado- ha recibido como crítica principal la de que sirve para «escamotear las dificultades del presente». como «dentro del dominio de las cosas intangibles» o «en el cuadro de la literatura política». No todo es justo en esta crítica, puesto que la elaboración de doctrina y de objetivos debe ser primordial en un partido socialista, sobre todo en un momento universal de crisis de ideologías; a partir de esa definición se puede actuar con más soltura -y más coherencia- en la política diaria. Con respecto a esta política diaria, las críticas se centran en que Soares -y, por tanto, el partido- no varía en su «vocación de gobierno» y trata de mantener el lema de «orgullosamente solos». Se basa para ello en que sigue siendo el partido con más votos del país; pero es indudable que estos votos han ido disminuyendo y deberían impulsarle al camino de las alianzas. Se abren en tres sentidos: hacia una izquierda, con el Partido Comunista -no parece viable-, o hacia un centro, con el PSD. La tercera opción es la de reanudar sus relaciones con el CDS -a la derecha-, lo que le daría una posibilidad matemática mayor de llegar al poder -si el bloqueo de Eanes y Mota Pinto se rompiese-, pero una mayor dificultad doctrinal: el documento de los próximos diez años se vería ya empañado por este arranque contrario a la doctrina. La decisión de las alianzas deberá tomarla, después del congreso, la comisión nacional.

Parece que lo que el III Congreso ha apoyado es el paso a la oposición, el final de la contemporización con el poder actual. No es incompatible la decisión de estar en la oposición con la de vocación de gobierno; antes bien, se supone que todo el que está en la oposición espera gobernar algún día. El temor de los militantes disidentes es el de que Soares cediera a la tentación de gobierno en condiciones pésimas, o en condiciones parecidas a las que se encontraba cuando fue dímitido por Eanes, y no tenga la paciencia necesaria para tejer un programa inmediato y buscar unas alianzas posibles que le mantengan dentro de la izquierda y en la esperanza de que unas elecciones a las que se enfrente con un programa de acción coherente le den una victoria indiscutible.

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