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Reloj de reflexiones

Rosa Montero

Hoy nos toca reflexionar, asfixiados de palabras, fotos y programas, enceguecidos con los colores partidarios y publicitarios. Es día laboral, de modo que la reflexión ha de hacerse en marcha, mientras se sorbe el café a toda prisa o se intenta despegar con agua fría los párpados grapados de legañas. Entre siete y media y ocho y media de la mañana, miles y miles de personas entran o salen de Madrid, agobiadas por atascos, intentando llevar a cabo cada día la mediocre epopeya de llegar a su trabajo a través de un tráfico estancado.Entre siete y media y ocho y media de la mañana, por ejemplo, la carretera de Andalucía se colapsa a la entrada de la ciudad con coches casi vacíos y autobuses repletos, son somnolientos hombres y mujeres que vienen desde sus barrios-dormitorio (Villaverde, las Carolinas, todo eso) hacia esa cita obligada con el reloj empresarial. Entre siete y media y ocho y media, los autobuses y camionetas aprisonados en el tapón abren sus puertas vomitando a todos los ocupantes, y la autopista se convierte en un maratón esforzado de miles de personas entre vehículos parados, porque no hay aceras en la autopista y la gente ha de abrirse paso a través de los automóviles que cubren el horizonte: ahí van, hormigueantes, corriendo por vericuetos de asfalto. A ambos lados de la carretera están los cementerios de automóviles, latas retorcidas que parecen llamar o burlarse de los coches estancados, que a estas horas todo Madrid parece un cementerio de Arrabal, dicho sea con mayúscula o minúscula, y los hombres y mujeres que se apresuran entre los vehículos, apeados de sus autobuses inútiles parecen supervivientes de una catástrofe minúscula y diaria Allá van, afanándose en cubrir a toda velocidad uno o dos kilómetros de tapón urbano, para alcanzar el Metro de Legazpi a pie, y llegar así casi a tiempo al trabajo: es una carrera que hay que emprender cada día, una carrera sin premio ni triunfo. Y hoy han de reflexionar mientras galopan.

El reloj de fábrica o de oficina marca sin parar segundos en contra, en contra de las meditaciones, de la reflexión y de uno mismo. En los doce últimos meses ha aumentado en un cuarto de millón el número de parados, y es el nuestro un galopar tan desquiciado que esas 250.000 personas inactivas se ven obligadas a echar de menos el reloj tirano y las carreras matinales. Hoy toca jornada de reflexión, y los que tienen empleo reflexionan también sobre la sutil campaña antihuelgas que parece haberse emprendido, en esta última semana electoral, los conflictos han disminuido y por los medios de comunicación se nos informa que los huelguistas son perezosos y harto insolidarios, porque hoy toca día de reflexión y todos se afanan en servir bien al reloj, en ser discretos y obedientes. Detrás de las carreras quedan matrimonios en equilibrio precario, relaciones personales envenenadas por las prisas, amistades perdidas porque la ciudad se para y agota a los amigos. Atrás quedan las letras del piso a plazos -parquet en zonas nobles- y quedan los niños jugando entre los coches porque el asfalto se ha comido el último árbol de la temporada y ya no hay zonas verdes; atrás queda el abuelo, que vamos a tener que meterle en un asilo porque se ha olvidado de su nombre y se pierde cada mañana por calles enemigas, la boca un punto babeante y los ojos indefensos, ese abuelo a quien nadie puede cuidar durante el día porque es necesario galopar hacia el trabajo. Atrás queda un amante rutinario y al cual uno no sabe cómo rescatar del tedio, y un embarazo a destiempo, y atrás va quedando, incluso, el autobús que te ha traído de Villaverde, exangüe sobre la carretera, abandonado ,y preso del tapón. El Metro de Legazpi está ya cerca y el reloj te espera para morderte el pico de la tarjeta y la meditación de hoy, que hoy toca reflexionar y habría que preguntarse sobre qué.

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