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En Jamaica, el orden político y el callejero corresponden a dos bandas armadas

Edward Seaga, dirigente del Partido Laborista, es el jefe de la leal oposición de Jamaica y seguro próximo primer ministro si su grupo consigue alzarse con la victoria en las elecciones generales de 1980. Seaga, un economista de origen sirio, formado en Harvard, encarna la feroz lucha política desatada por los poderosos sectores conservadores del país contra los planteamientos «ruinosos y absurdos» de Michael Manley, el actual jefe del ejecutivo.Manley, también economista, aunque de formación británica, confía en mantenerse en el poder hasta el final de su mandato e incluso acaricia la posibilidad de conseguir en los próximos dos años las mejoras en la situación económica necesarias para que su partido, el Nacional del Pueblo, continúe contando con el mayoritario apoyo popular.

El objetivo claro de Seaga parece ser la convocatoria anticipada de elecciones generales que serían el paso natural siguiente a una dimisión del actual Gobierno. Manley repite con insistencia que existe una «conspiración organizada» para derrocarle.

La oposición ha sabido aprovechar los errores y fracasos del Gobierno de Manley para volcar contra él la fuerza de todos sus hierros. Primero fue el escándalo desatado por la aparente incompetencia profesional de unos médicos cubanos enviados por Fidel Castro y responsables, según parece, de la muerte de algunos pacientes. Surgió luego la «matanza de Grean Bay», en la que cinco civiles fueron sumariamente ejecutados por fuerzas de orden. Más tarde fueron las visitas de Castro y de Samora Machel, de Mozambique. Y, ya en estas últimas semanas, el descubierto caso de corrupción de un alto funcionario del Gobierno y la muerte, también con características de ejecución sumaria, de un cabecilla de banda, ligado al Labour Party de Seaga.

En Jamaica todo es very british. No debe olvidarse que este país es una monarquía constitucional, cuyo jefe del Estado nominal es el titular de la Corona británica. Incluso el planteamiento de la lucha política, tal corno viene expresado en los párrafos anteriores, podía resultar calcado, con algunos matices, de las recientes épocas difíciles de Inglaterra.

Lo que es menos british, en lo que a política se refiere, es el apoyo que los dos principales partidos reciben de otras dos bandas armadas que, además controlan buena parte de la delincuencia organizada del país Estos dos grupos rivales cobran sus víctimas recíprocas en cuanta ocasión se presenta. Y muchas muertes anónimas, muchos asesinatos sin explicación tienen el marchamo indudable de la venganza partidista.

En la mayoría de las ocasiones la acción de estos grupos se escapa al control de los dirigentes, a pesar del esfuerzo de las autoridades.

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Pacto de caballeros

El mayor éxito, en este sentido, lo consiguió, a principios de verano de 1978, el ministro de Justicia del Gobierno de Manley, Dudlay Thompson. Convocó a los más importantes jefes de las bandas armadas y les hizo sellar un «pacto de caballeros» para reducir los índices de criminalidad en las zonas urbanas y detener las venganzas políticas. Thompson, abogado de preeminentes hombres africanos como Jomo Kenyata y Julitis Nyerere, supo llegar al pulso patriótico de sus interlocutores y consiguió hacerles entender que el turismo, fuente principal de divisas para el país, dependía de la tranquilidad callejera y de lo que los periódicos norteamericanos pudieran contar sobre la seguridad pública en las zonas de recreo.El pacto, que consiguió incluso un espectacular abrazo público entre los señores Passop y Thompson, dirigentes de las bandas armadas identificadas con los dos principales partidos políticos del país, ha durado menos de un año. A mediados de enero, en ocasión de las protestas populares por el aumento de los precios de la gasolina, aparecieron de nuevo los hombres armados, destrozando las barricadas levantadas por los manifestantes y disparando contra los dirigentes de la protesta. Seaga, el jefe de la oposición, acusó al Gobierno de «utilizar nuevamente a sus pistoleros». Manley se defendió atribuyendo el origen de los desórdenes a «una pandilla indeseable que conspira contra el Gobierno». Thompson arremetió contra todos y prometió «exterminar a todos esos perros rabiosos».

La guerra entre bandas rivales amenaza con extenderse, sobre todo, después de un episodio producido hace tan sólo unos días: Passop, cabecilla de uno de los grupos, identificado ideológicamente con el Partido Laborista, apareció muerto en las afueras de Kingston, con cerca de cuarenta balazos en el cuerpo. Las autoridades temen que los funerales de Passop, previstos para la semana entrante, den origen a sangrientos enfrentamientos.

Más turistas

Los turistas, sin embargo, siguen llegando a la isla y llenando los preciosos hoteles de Montego Bay. Los periódicos norteamericanos ya no recogen apenas las noticias sobre la delincuencia jamaicana o sobre la inseguridad en las calles, sospechosamente abundantes cuando más próxima era la relación entre Michael Manley y la Cuba de Fidel Castro. Los periódicos no han recogido, por ejemplo, la agresión sufrida por el representante en Jamaica del «cuerpo de paz», un negro americano ciego que asistió a la violación de su esposa y de su hija, sordomuda, de once años.Hay estudiosos que aseguran que el origen de la delincuencia y la criminalidad en Jamaica va más allá de los límites de la pobreza, el desempleo o la tensión social. Y buscan sus antecedentes en la historia pirata de la isla, que tuvo en Port Royal, destruida por un terremoto a finales del siglo XVII, el hito más singular del Caribe. A esta posible y lejana influencia, suman los expertos la sensación de aislamiento que produce la vida en una isla y las influencias perturbadoras de los mil vientos que se entrecruzan en esta zona del Caribe. Estos problemas no son capaces de ocultar, empero, las indudables virtudes del pueblo de Jamaica. Los ingleses, justo es reconocerlo, han dejado aquí refinamiento, cultura y, sobre todo, organización, tan difícil de encontrar en esta zona del mundo.

Jamaica, en virtud de esas características, es quizá el país caribeño con más optimista porvenir, si consigue remontar la presente crisis. Los detalles reveladores de la personalidad propia de la isla son muy abundantes. El mismo inglés, idioma oficial, ha sufrido la readaptación de modo tal que no es nada fácil para una persona cuyo idioma no sea el inglés en tender ese slang, ese patois que se habla en Jamaica.

Los jamaicanos, que llevan la música en las venas, han asimilado con gracia singular el fenómeno del rock surgido en la década de los cincuenta y, con el adobo de ingredientes locales, han conseguido el reggae, conocido en todo el mundo. Incluso en el aspecto socio-religioso hay detalles de la singularidad de la isla. Los rastafaris, secta en la que se mezclan la protesta por la injusticia social con el culto al ancestro africano, el hippismo con el vudú, la marihuana (ganja, como aquí la llaman) con el arte de la terracota, tienen en Jamaica sus centros principales. Las calles de Kingston, la capital, están repletas de estos rastas, inconfundibles por su cabellera trenzada en decenas de largas y sucias coletillas, por su hostilidad hacia las cámaras fotográficas y todo lo que no sea de color negro y su evidente dignidad de sacerdotes de oficio. Y lo más resaltante: rinden culto al fallecido emperador de Etiopía, Haile Selassie, dios de dioses

España y Jamaica

De la influencia española en la isla que descubriera Colón en su segundo viaje americano en 1494, apenas queda nada: una ciudad que lleva el nombre de Spanish Town, donde estuvo asentada la primitiva capital, Villa de la Vega, y algunas ruinas al norte.La verdadera vida de Jamaica está ligada a los ingleses, que se hicieron soberanos a partir de 1670, fecha del tratado de Madrid con el que España trató de frenar la piratería en el Caribe.

Esta razón histórica aleja a España de las posibilidades de cooperación que son tan grandes con otros países de este área en los que se habla castellano. Salvo un cocinero vasco y un cubano de padres españoles, no hay más colonia nacional en la isla. Están en marcha algunos proyectos turísticos, posiblemente auspiciados por el Instituto Iberoamericano de Cooperación y apoyados por la recientemente instalada embajada de nuestro país.

En lo comercial, España compra ya bauxita jamaicana y hay mucho interés en las autoridades de este país por los camiones Pegaso y por barcos pesqueros.

Esta escasa relación actual no debe ser motivo para el descuido. Si España, como parece, quiere establecer por fin unas bases realistas de cooperación con América, no puede olvidar la influencia de Jamaica, llave del Caribe de habla inglesa y, sin duda, uno de los países con mejor porvenir de la zona.

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