Terroristas
Y la otra noche agarramos el bocata, o el huevo frito, o la sopita prefabricada de caldo sintético, y nos sentamos ante el televisor para asistir al debate en torno al terrorismo. Martín Ferrand dirigía el encorbatado cotarro con enérgicos meneos de mofletes, tan astuto; Stampa lucía una sobriedad jurídica encomiable; Martín Villa sonreía mansamente y los ojirris se le iban y venían trabados por un tic gubernativo tras los cristales de sus gafas de ver poco y mandar mucho; a Ansón sele intuía sofocado dentro de la armadura de un chaleco impecable que debía apretarle el bazo y tenerle el estómago hecho una breva, y Múgica daba cabezazos a diestro y siniestro con esa testuz que tiene, harto espesa, y que le debe pesar mucho. Hablaban y hablaban los prohombres de la patria, de cuando en cuando ponían filmaciones del Ulster para mayor entendimiento de la cosa, sudaban como condenados en su esfuerzo salvador, y a la audiencia se nos escurría también el sudor sobre la sopa en nuestro afán por entenderles, que el terrorismo es cosa que nos tiene arrebatados y llenos de congoja. «¿Contradice usted a Martín Villa?», preguntó Martín Ferrand en una de ésas, y Múgica contestó: «Le contradizco en algunas cosas», y nos quedamos todos aterrados y en suspenso, «y no le contradizco en otras», concluyó la alternativa de poder, impertérrito e indiferente, dejándonos contradecidísimos y más bien confusos. Antes ya había dicho Múgica en un arrebato partidista: «Cuando estemos en el poder no habrá más terrorismo», que don Enrique tiene tendencia a las afirmaciones tajantemente milagrosas, y entonces Martín le mofleteó con sagacidad que aún no se había abierto la campaña electoral.(Hoy, sí. Hoy, día 7, comienza la campaña y lo hace con mal pie, que esta vez los partidos se dividen en tontos y listos, en ricos y paupérrimos, y a los de arriba se les concede media hora de elucubración televisiva y a los de abajo se les da una patada por decreto, y nosotros, ciudadanos casi inocentes, intuimos que este decreto sobre propaganda no es precisamente constitucional, y el PCE dijo que era justo y razonable, y así, de forma razonada, están con virtiendo nuestra Constitución en supositorios de uso inconfesable, y una, que votó que sí en el referéndum en pleno ataque de pavor galaxial, empieza a pensar que quizá los abstencionistas no fueron tan pasotas como dicen y que posiblemente otearon en el articulado la glicerina del actual supositorio.)
Hora y media. Estuvieron hora y media llenando el aire con palabras, y las chaquetas se les fueron arremangando en el delirio de la noche, y cazamos a Ansón en pleno revoque de su atildado maquillaje, y después Luis María propuso para solucionar el terrorismo que se dejara de hablar de él en los periódicos, y Martín Villa agitó su nariz boluda y penduleante con satisfacción visible y añadió que Conesa era un santo, y Múgica contestó que no, y a propósito de este vital tenia se intercambiaron las más ardientes palabras del programa, y al final, Dios mío, cuando ya estábamos todos mareados por ese vaivén terrorible y terrorista, con el quebranto de las nuevas elecciones en la puerta, al Final, pues, Martín Villa inclinó la testuz y dijo que en lo fundamental no había diferencias entre el PSOE y UCD, y Múgica asintió lamiéndose los gruesos labios diputables. Y ahí fue cuando los de a pie nos preguntamos por qué nos meten de nuevo a la tortura de las urnas si realmente no hay nadie fundamentalmente diferente, y así, con el huevo frito hecho un sinapismo, olvidado en el plato ante el debate, y con la sopa convertida en un bloque de polivinilo, que es lo que suele acontecer con estos caldos plásticos cuando se enfrían, los espectadores empezamos a sentir la mordedura del desencanto y del ardor de estómago, y al verles tan orondos y satisfechos de sí mismos compredimos que sí, que el viejo axioma es cierto, que para terroristas ya se bastan ellos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.