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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Las distorsiones deI Centro

Profesor de Sociología Miembro del PSOECon todo respeto hacia las exigencias de la competición electoral, la utilización de argumentos que distorsionan abusivamentelas posiciones políticas debería ser evitada. Este tipo de argumentos es, sin embargo, frecuente y encuentra reciente expresión en diversos artículos políticos del señor Tusell (por ejemplo, en Informaciones del 29 de enero, en EL PAIS del 27 de enero), que parece olvidar su profesión de historiador de la política y los requisitos de rigor intelectual que tal profesión exige para convertirse en un candidato a diputado por la UCD, que manipula argumentos políticos para utilizarlos como arma arrojadiza. El señor Tusell se dedica en esos artículos a denunciar el socialismo español por sus supuestas ambigüedades y por no alinearse coherentemente en las posiciones de los partidos socialistas europeos. Para llegar a esa conclusión no importa distorsionar las posiciones del PSOE ni las políticas de los otros partidos

De forma cada vez más clara, la idea de las diferencias entre socialdemocracia y socialismo se está convirtiendo en un argumento de la derecha. Se dice así que el programa del XXVII Congreso del PSOE es socialista (y, por tanto, subversivo), mientras que el programa electoral es socialdemócrata (y, por tanto, oportunista). Basándose en tan refinado análisis, Tusell opina que el PSOE es por ahora un partido peligroso y que conviene que no gobierne hasta que se modere. Ese razonamiento es, sin embargo, falaz por cuatro razones: porque engaña sobre las políticas y los programas socialdemócratas, porque ignora el significado del programa del XXVII Congreso del PSOE; porque oculta el contexto social, político y económico del país en las circunstancias presentes y en el futuro previsible; porque menosprecia la legitimidad suficiente del mandato electoral para ocupar el poder.

Si empezamos por la distorsión de los programas socialdemócratas, la derecha y Tusell parecen ignorar el radicalismo reformista de la mayor parte de estos programas. Probablemente, lo ignoran de verdad: no se explicaría si no que sectores de esta derecha se auto-definan como socialdemócratas y, a la vez, traigan a sus congresos a personas tan extremadamente conservadoras como Thatcher o Tindemans (¿o acaso se creen que son líderes socialdemócratas?). La ceremonia de la confusión es patética y alcanza al mismo uso de la etiqueta de «Centro» (el «centro» político es tan sólo eufemismo para «derecha»).

Basta con fijarse en los programas de dos partidos particularmente representativos de la socialdemocracia, el Partido Laborista británico y el Partido Social-Demócrata sueco, para darse cuenta de la distorsión a que se dedica la derecha. En el Programa de 1976, el Labour señala que «las reformas fiscales y el incremento del gasto público, aunque reducen la desigualdad de la sociedad, no son suficientes por ellos mismos para producir la masiva redistribución de la riqueza que pretendemos... Tan sólo el control directo, por medio de la propiedad pública de un sector substancial y vital de la industria, permitirá a un Gobierno laborista alcanzar sus objetivos esenciales. Si queremos lograr un cambio sustancial en la balanza de poder y riqueza, hemos de controlar directamente un porcentaje significativo del producto manufacturado y del empleo ».

Con este fin, desde 1973, los laboristas anuncian su propósito de nacionalizar una de las cuatro o cinco empresas que dominan la mitad superior de la veintena de ramas industriales y de servicios principales. En lo que se refiere al Partido Social-Demócrata sueco, su programa de 1975 anuncia el propósito de «transformar la sociedad de tal forma que el derecho de determinación sobre la producción y sobre la distribución se coloque en las manos de la nación», y de conseguir que «un orden social basado en clases sea reemplazado por una comunidad de personas asociadas sobre la base de la libertad y de la igualdad». Para ello, entre otras medidas, el Partido Social-Demócrata señala que «las varias formas de actividad económica han deser coordinadas bajo la dirección de la sociedad», que «las concentraciones de poder económico han de someterse a un control democrático», que «los recursos naturales, las instituciones y empresas de crédito han de ser transferidos a la propiedad pública o sometidos a control público en toda la medida necesaria para salvaguardar los intereses comunes». ¿Está tan clara la diferencia entre socialdemocracia y socialismo? Lo que sí está claro es que un programa socialdemócrata está lejos de las opiniones de Thatcher, de Tusell, del seudocentro.

Los propósitos de una mayor igualdad en la condición de las personas, de una mayor igualdad de oportunidades, de conseguir para la colectividad medios suficientes para ir alterando la lógica del capital privado por medio de un sector público fuerte (¿cómo cabe comparar el enclenque sector público español con el de los países industriales desarrollados?), informaban el programa del XXVII Congreso del PSOE. Este programa constituye un marco válido de reflexión política para el socialismo y un enunciado de propósitos a medio y largo plazo. Marco que es similar al de otros partidos socialistas europeos, marco de donde sale un programa electoral. Esta es otra distorsión de la derecha y del señor Tusell, tanto más grave porque disfraza que en las fechas del XXVII Congreso, con la misma dirección política del Estado, el PSOE se hallaba en la ilegalidad.

Una tercera distorsión consiste en ocultar los constreñimientos impuestos por la sociedad española actual. Esos constreñimientos imponen la necesidad de minimizar los costes inmediatos de todo programa de reforma radical (o « revolucionaria », a pesar de Tusell), por mucho que los beneficios económicos y sociales a plazo medio y largo fuesen grandes; imponen también la necesidad de unas políticas de empleo, de educación, de salud pública, de vivienda, de relaciones laborales, para remediar tantos años de deficiente Gobierno, para que el país, en general, se recupere. Todo ello puede articularse en una política de reformas sociales enfocada al bienestar colectivo y la igualdad de oportunidades, que no tiene por qué tener solución de continuidad con un programa que -como el del XXVII Congreso- pretenda tanto organizar una economía que no escape a los intereses de la comunidad como maximizar la igualdad de condición y la fraternidad.

Y, finalmente, por mucho que Tusell se empeñe, si el mandato electoral lo impone, los socialistas estarán en el Gobierno. Lo que la derecha piense que es conveniente no tiene relevancia a efectos de quién va a gobernar en una democracia. Que Tusell no distorsione este punto y que no dude que el radicalismo de un partido democrático no afecta a la legitimidad de su mandato. Por lo demás, en este punto final el futuro tiene la respuesta; a Tusell sólo hay que pedirle que deje de utilizar argumentos distorsionadores y que advierta que la derecha no es la socialdemocracia, ni a socialdemocracia la derecha.

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