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Carmen Conde leerá hoy su discurso de ingreso

Esta tarde, en solemne sesión pública de la Real Academia de la Lengua, con posible asistencia de los Reyes de España, leerá su discurso de ingreso como miembro de número de la misma Carmen Conde, poetisa y escritora, sobre el tema «Poesía ante el tiempo y la inmortalidad». Guillermo Díaz Plaja, uno de los tres académicos que defendieron su candidatura, le dará la réplica. Y será, seguramente, un público insólito el que asista a su toma de posesión. Esta, que es la primera mujer que ingresa en la Real de la Lengua por elección, ha asegurado que su papel en ella será «propiciar la entrada de otras más. No me voy a quedar yo aquí de maestra». En el presente reportaje, que firma Rosa María Pereda, se recoge de alguna manera, la vida cotidiana de todos los domingos, como hoy, en casa de la primera mujer académica española.

Alfonso García Valdecasas, Antonio Buero Vallejo y Guillermo Díaz-Plaja presentaron, según el protocolo de la Real Academia de la Lengua, la candidatura de Carmen Conde para ocupar el sillón K, vacante tras la muerte de Mihura. El último de los académicos mencionados le dará la bienvenida esta tarde, contestando a su discurso de entrada, según es preceptivo. Lo que ya no era tan preceptivo es que una mujer ocupe un lugar entre los inmortales ilustrados, pero desde hoy es posible que los insignes profesores se queden embobados mirando a la sabia dama, como profetizara, para muchos años más tarde, don Juan Valera.La dama, Carmen Conde, ha cruzado ya los setenta años, y nadie lo diría. Ha sido y es guapa mujer, desenvuelta y lista. En su casa de Vicente Aleixandre -antes Velintonia- hay algún retrato que comparte el recuerdo con los de Amanda, viuda de Alcázar. «Las dos nos quedamos solas. Las dos enviudamos y se nos hacían grandes nuestras respectivas casas. Así que yo me vine a vivir con ella, aunque conservo mi casa de Ferraz.» Hay, indefectiblemente, un piano, con algunas porcelanas y biscuits de indudable gusto pequeño burgués, con todo lo que de acogedor y hospitalario tiene el buen gusto pequeño burgués. En esa casa, el cuarto que ocupa Carmen Conde tiene algo de habitación de estudiante, provisional y secreta. En una pared, aquella portada con la que el Abc celebraba su elección, el 9 de febrero pasado, para la plaza de la que toma posesión hoy. «Yo no la enmarqué -dice-. Me la regalaron así. Una chica que fue alumna, y amiga y secretaría mía. »

Ahora, entre un mar de cables eléctricos por el suelo, otra chica contesta correspondencia. «Es que se me agolpa. Me están escribiendo de todas partes del mundo, y yo sola no puedo con ello.» «Mira -me dice- los árboles de don Vicente. Tiene un espléndido jardín.» Los árboles de Vicente Aleixandre, efectivamente, dan una curiosa luz a esta tarde, gris, verdosa, en que la poetisa académica conduce la visita guiada a su casa.

Un domingo cualquiera

El de hoy será -dice- «un domingo cualquiera». Con el extraordinario de la sesión académica, claro, que sólo introducirá algunos cambios en la vida dominical de Carmen Conde.

Por ejemplo, hoy no va a misa. «.No, iré de víspera. Lo normal es que vayamos, cuando hace malo, a una capilla aquí al lado, a las 10.30 de la mañana, y cuando hace bueno, a la de mediodía, en los Jerónimos.» Ella conduce su coche, un R-12 especial, «y a veces nos vamos a pasear, un poco fuera de la ciudad». Aunque «vivir en el Parque Metropolitano tiene algo de vivir en el campo». «A esta primera sesión de la Academia no llevaré mi coche. Un amigo se ha ofrecido y vendrá a recogerme antes. Pero desde luego que a las demás iré en el mío, que es lo que me gusta.»

Ni Carmen ni Amanda toman el vermouth. «Pero sí que tomamos una copa de cuando en cuando. A veces recibimos amigas en casa. Y los domingos siempre vienen a comer una hermana de Amanda y otra amiga nuestra, Eulalia Ruiz de Clavijo.» De esta última me dice que no es viuda. Que es una conocida abogada con un bufete abierto, que de sí misma dice que es soltera de vocación. «Así que ese domingo comeremos en familia, como todos los demás.» Antes, después del desayuno, habrá venido el peluquero: «Se ha ofrecido a arreglarme el pelo en casa, para ahorrarme ir y porque el domingo está cerrada su peluquería. Es una atención de agradecer. La verdad es que la gente con la que trato se ha portado muy bien conmigo. A la lectura van a venir las chicas, y mi modista y las oficialas de mi modista".» Porque en casa de Carmen Conde y de Amanda viven dos asistentas. Sus habitaciones están llenas de muñecas y libros. Y para ellas ha cambiado también algo este día un poco emocionante: «Entonces, después de comer, como te digo, en familia, tomamos el café y fumamos un cigarrito. Y ya nos quedamos dialogando (-¿Charlando?. -No, dialogando-) toda la tarde. Como las chicas salen, en el mismo taxi que las trae, se van las visitantes. ». « Hacia las nueve. Yo creo que en toda la tarde ya tienen tiempo de divertirse. No les admitiríamos que llegaran más tarde.» «Pues hablamos de cómo nos ha ido la semana, de cómo nos va la vida, esas cosas.» La comida tiene el domingo, siempre, alguna sorpresa. «De los vinos, como soy cartagenera, prefiero el Jumilla.»

Una universidad a la espalda

En Cartagena, en 1907, de signo Leo, nació Carmen Conde. Por reveses de fortuna, sus padres, de los que es hija única, se trasladan a Melilla todavía en su primera infancia. Muchas veces ha confesado Carmen Conde que su vocación literaria empezó en la temprana lectura, y que su primer artículo lo publicó a los quince años. Desde entonces es colaboradora asidua en El Imparcial aquel, en La Esfera, en Informaciones. Y también ha confesado que esta vocación literaria, aunque compartida con otras mujeres, es difícilmente apreciada y entendida por la sociedad de su momento. Choca con la idea de mujer. «Por eso -dice- mi ingreso en la Academia lo considero una victoria para todas las mujeres, para todas las escritoras. Y me alegro por todas. De mí podrán decir lo que quieran, pero habrán de reconocer que siempre me he ocupado de las mujeres que escriben, he estudiado su obra, he publicado críticas de sus libros. Y considero que mi tarea en la Real Academia es abrir las puertas a más mujeres, que las hay, y buenas. No me voy a quedar yo sola, de muestra.»

Desde 1920, en Cartagena, pues, la escritura. Y el trabajo, para ganarse la vida. El 5 de diciembre. de 1931 se casó con Antonio Oliver Belmás, al que había conocido el año del tricentenario que marcaría a toda la generación del 27. Y para entonces ya había publicado su primer libro, Brocal, de poesía en prosa.

La República permite una experiencia curiosa, que inician Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás: la Universidad Popular de Cartagena, que se intenta recuperar ahora, y que se hizo a imagen y semejanza de la fundada por Machado. Y este es, seguramente, el título académico que más valora Carmen Conde, a la que gusta calificarse como «una autodidacta».

Hoy toma, pues, posesión, después de que su nombre se barajara con el de Rosa Chacel y Carmen Guirado, hace casi un año. Su único antecedente, Isidra de Guzmán, lo fue por decisión del Rey Ilustrado, Carlos III.

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