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El Ejército volvió a disparar ayer contra las multitudes que esperaban a Jomeini en Teherán

«Dígalo, dígalo en su país: ¡aquí la sangre corre como el agua! ¡Aquí la sangre corre como el agua!» Eran las cuatro menos cuarto de la tarde de de ayer (una y cuarto de la tarde en España). En la esquina de la calle Fajre Razi con la avenida Shareza, de Teherán, otro hombre joven acaba de morir. Su cadáver ha desaparecido rápidamente en una ambulancia. En la acera una gran mancha de sangre se desliza cuesta abajo.

De pronto, un joven sale del grupo que rodea el lugar donde cayó su correligionario. Sostiene un cartel escrito en farsi (persa), al pie del cual ha impreso las huellas rojas de su mano, mojadas en el charco de sangre. Detrás de sus gafas de miope, los ojos parecen sanámbulos. Después de seis meses de violencia, no se han acostumbrado aún a tanta muerte.La gente se acerca al charco y va dejando flores. Luego, de uno en uno, y como en una extraña ceremonia, van empapando sus manos en el líquido rojo, mientras gritan desesperados. Después, estampan las huellas en muros, vallas y señales de tráfico. Uno de ellos se acerca al Periodista, le pone las manos a pocos centímetros de los ojos y, cuando ya la sangre comienza a gotear sobre su chaqueta, imprime la huella roja de un pulgar sobre su block de notas. Unos metros más allá un hombre moja una caja de cerillas en el charco y la guarda como si fuese una reliquia. Al fondo suenan las ráfagas que proceden de la siguiente calle.

Los disparos habían empezado muy pronto, por la mañana. A las diez y media, unas 500 personas (en su mayoría estudiantes) se habían reunido a las puertas de la Universidad de Teherán, que se encontraba cerrada. Pocos días después de la marcha del sha -y aunque la televisión sigue cerrando sus emisiones con su imagen-, casi todo el mundo se ha olvidado de él. El eslogan que gritaban los manifestantes iba dirigido exclusivamente al primer ministro: «Morraj Bajtiar» (muera Bajtiar). Igualmente, llegaron varios camiones del Ejército llenos de soldados que dispararon sobre los jóvenes. Tres cayeron muertos al suelo y varios más resultaron heridos.

Ayer era viernes (el domingo musulmán) y no había periódicos ni agencias de prensa. Sin embargo, la noticia se extendió en pocos segundos por toda la ciudad. En todo el centro (en las calles que rodean la avenida Shareza, donde se encuentra la Universidad) aparecieron las hogueras en homenaje a los muertos. En los muros, grupos de voluntarios pegaban hojas fotocopiadas con las últimas noticias. Los parabrisas de algunos automóvilés, con rudimentarios carteles, informaban sobre los incidentes.

Las tropas toman el Bazar

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Las calles del centro y el Bazar estaban tomadas por el Ejército. Los tanques guardaban los edificios vitales de la ciudad. Pronto empezaron a formarse las manifestaciones. En primera línea, al lado de la avenida de Shareza, los más valerosos se reunían hasta formar grupos de varios miles. Sólo muy de cuando en cuando volaba una piedra. Excepcionalmente, ardía algún automóvil. Todavía no parece haberse inventado en Irán el cóctel molotov. El arma de los manifestantes es aquí la resistencia pasiva: algo que valió para la hambrienta India de Gandhi y que, curiosamente, parece estar sirviendo también en el Irán del petróleo.

Mientras se forman las manifestaciones, algunos jóvenes, corren frente al Ejército y se ríen. Otros gritan sin ira, como aconsejando: «Soldados, volved a casa.» Inmediatamente, empiezan los tiros. Primero, de uno en uno. Luego, en ráfagas. En principio, al aire. Más tarde, al cuerpo de los más osados.

Estas escenas se repitieron ayer varios cientos de veces en las calles de Teherán. El número de muertos, al final de la jornada, se podía calcular entre veinte y treinta.

Las sirenas de las ambulancias y el ruido de los disparos han continuado hasta bien entra da la noche. A veces, un automóvil se detenía en alguna esquina y alguien, desde dentro, preguntaba: «¿Quién tiene sangre O RH?» Ocasionalmente, algunos soldados enviados para disolver una manifestación aceptaban el regalo de los claveles rojos, los fijaban sobre las bocachas de sus fusiles y se dejaban abrazar por la multitud, que les llamaba «hermanos».

Estupefacción al descubrir que Jomeini no llegó

En medio del tiroteo, impasibles, los voluntarios (partidarios de Jomeini) que vienen haciendo de agentes de tráfico continuaban en su tarea. Por su parte, los despista dos persas de provincias se apoyaban en el primer muro que encontraban para intentar salir de su asombro. No parecían darle mucha importancia a las ráfagas de metralleta. La causa de su estupefacción era que, a pesar de lo que les habían dicho, Jomeini no llegó ayer.

Distinguir estos días a un iraní recién llegado a la capital es bastante fácil: siempre llevan junto a ellos varios corderos que piensan ofrecer a su líder. A las cinco de la mañana de ayer, justo a la hora en que acaba el toque de queda, unos 400.000 iraníes se encontraban en la plaza de Shayad para ir a recibir a Jomeini. La mayor parte desconocía la noticia del cierre del aeropuerto o, en cualquier caso, creían que, sobre todas las dificultades, Jomeini lograría entrar en Teherán. Poseídos de una confianza loca en su líder (la misma que les hizo ver su imagen proyectada en la última luna llena), casi nadie pensaba lo contrario.

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