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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El género y el sexo

Con buen tino, porque el tema es más importante de lo que parece, EL PAÍS y sus lectores han abierto polémica sobre la forma de utilizar vocablos atributivos referidos a mujer. Unos prefieren crear la forma femenina (la abogada, la ministra), otros prefieren comunizar la forma hasta ahora masculina (la abogado, la ministro), y ambos grupos aducen razones en favor de sus respectivas tesis.Hasta ahora, los argumentos utilizados pertenecen todos al área de la lingüística. Pero, en este tema, la pureza lingüística juega un papel más que secundario, ya que, Ia lengua la hace el pueblo, que no entiende de gramáticas. Por eso, debemos mirar más hondo si queremos aclarar un poco el asunto.

Cuando un grupo oprimido toma conciencia de su opresión y decide salir de ella, la lucha que organiza está sujeta, consciente o inconscientemente, a una bipolaridad contradictoria: por un lado, la afirmación de su especificidad de grupo, que la diferencia del opresor: por otro lado, la imitación del grupo opresor, ora por contagio admirativo confesado o no, ora por conveniencia. Pues bien, las dos opiniones lingüísticas más arriba reseñadas definen ambos polos, en el caso del grupo oprimido mujer: unas(os) prefieren la forma femenina, como específica de ellas; otras(os) prefieren la común, por más conveniente en su lucha.

¿Por qué es más conveniente la forma común? Veámoslo. En el caso de las situaciones directas, es decir, aquellas en las que se predica algo de una persona cuyo sexo se conoce, el empleo de una u otra forma, femenina o común, es absolutamente equivalente a efectos testimoniales: tan claro queda que se trata de una mujer si se dice «la abogada» como si se dice «la abogado», ya que el testimonio, en este último caso, lo da el artículo. Preferir una u otra forma es, pues, en este caso, una mera cuestión de gusto.

Pero en el caso de las situaciones inversas, es decir,aquellas en las que se predica algo de una persona cuyo sexo se desconoce (o de un grupo de personas de las que no consta pertenezcan todas al mismo sexo), la existencia de la doble forma, masculina y femenina, juega una mala pasada a las mujeres, ya que en este caso, los(as) hablantes están obligados a, emplear el masculino genérico, lo que entraña ocultación de la mujer. Si se identifica abogado con varón y abogada con mujer, frases del tipo debes consultar con un abogado, tienes que ver a un médico, etcétera, discriminarían automáticamente a las profesionales correspondientes, y ello contra la voluntad de quien habla, ya que en ambos casos se quiere aludir a una persona de tal profesión, sin que importe su sexo.

La misma razón explica por qué (para extrañeza de los puristas del lenguaje, vueltos al pasado y ciegos para el futuro) la voz poetisa comienza a perder peso, en favor del común poeta. Si se mantiene poetisa como voz exclusiva de mujer, y poeta como voz exclusiva de varón, la mujer resultará ocultada en las situaciones inversas, como es el caso de la frase España es tierra de poetas.

(Imagínese por un momento que nuestra lengua distinguiera con desinencia diferente las voces relativas a tributos, según que éstos se aplicasen a persona rubia o a persona morena. ¿Cómo funcionaríamos cuando no conociésemos el color del pelo, es decir, en las situaciones inversas? Pues bien, al mismo absuido llegaríamos si se impusiese la tesis de desinencia diferente en función dél sexo, especialmente el día en que la sociedad sea de personas y no de varones y mujeres).

Lo que yo quiero postular aquí es que, consciente o inconscientemente, conocedor o no de las razones profundas que a ello impulsan, el pueblo llano se orientará cada vez más hacia el empleo de términos comunes, lo que es correlativo con la creciente igualdad entre los sexos hacia la que camina toda sociedad civilizada. Por descontado, el que la voz común, según los casos, tenga desinencia en o o en a, como en testigo y periodista, es absolutamente irrelevante.

Iré más lejos. Postulo también que, a medida que pase el tiempo, los conceptos de género gramatical y sexo de las personas se irán separando cada vez más, como es de ley. Si ambas ideas han marchado unidas más tiempo del debido, ello es achacable, como tantos otros rasgos de nuestra cultura, a la prepotencia de que los varones han disfrutado en todos los órdenes, en particular y aquí, en la confección de gramáticas y diccionarios. Pero esa prepotencia, aunque lentamente, va tocando a su fin.

El viejo principio según el cual, cuando existen dos contrarios teóricamente iguales, el menos potente es dueño tan sólo de su parte, y el más potente es dueño, a la vez, de su parte y del todo, se aplica también en lingüística. Por eso día significa, a la vez, la parte (día-noche) y el todo (día-semana); español significa, a la vez, castellano y lengua de España; hombre significa, a la vez, varón y persona. Y por eso el género masculino tiene, a la vez, un carácter específico y un carácter genérico.

Serán necesarios todavía muchos, muchos años para cambiar la situación, pero la trampa está ya descubierta. Cada día más personas luchan por la igualdad entre los sexos. Cada día más personas descubren la vieja vérdad de Humboldt de que la lengua condiciona el pensamiento y, por consiguiente, la forma de aprehender la realidad y, en último término, la conducta. Y así como en el caso de las voces español-castellano hemos visto vencer a la minoria oprimida en la, batalla de la Constitución, así también veremos vencer, o lo verán nuestras(os) hijas(os), a la mujer oprimida en la batalla lingüística.

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