Iglesia y Estado
Al leer los escritos «La Constitución: si no Dios, ¡al menos la Iglesia!», de González Ruiz, y «La nueva presencia de la Iglesia en el palacio de las Cortes», de Martín(Pasa a página 10)
(Viene de página 9)
Patino, los días 26 y 27, respectivamente, en EL PAÍS, siento como un buen augurio de libertad de expresión y de conciencia dentro de esa monolítica e intransigente confesión católica apostólica romana.
Y no es que esa polémica surja en la «intimidad» de esa Iglesia; ya hace tiempo que está entablada entre los ultraconservadores como monseñores Guerra y Martín y los más liberales monseñores Tarancón e Iniesta. También entre los laicos católicos romanos se levantan voces ecuánimes, sí, pero de firme vocación de liberalización, como los señores Ruiz Giménez o Miret Magdalena.
Nosotros, los protestantes, que, aventajamos con mucho a los católico-romanos en cuanto a la práctica de libertad religiosa, de opinión y de conciencia, no somos monolíticos ni podemos ser intransigentes, pero cuando llega la ocasión de protestar de algo, como ahora de la presencia de la autoridad religiosa en las Cortes, queremos unir nuestra protesta a la levantada en el seno de la Iglesia católica, no tanto por la presencia en sí de la jerarquía en el acto de ratificación real de la Constitución, sino por la forma en que se ha producido.
Porque entiendo que la invitación no ha debido ser hecha «a dedo» a una persona determinada, más o menos afín con la Administración, sino a las Iglesias mismas para que éstas designaran, si así lo hubieran. creído necesario, a la autoridad. más representativa y adecuada. No ha sido así. Por ello, nosotros, los que pertenecemos a una Iglesia ecuménica, la Iglesia evangélica española, denunciamos (por lo menos yo, particularmente) que haya sido designado para tal representación no el presidente de una iglesia, ni siquiera el presidente de la Comisión de Defensa Evangélica, sino el ejecutivo de la misma, que no puede tener más representación de la que las Iglesias le confieran.
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