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Tribuna
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Hablemos de otra cosa

Es increíble: los políticos, atentos sólo a su juego, se vuelven totalmente de espaldas al país. Cuando, según se pensaría (ingenuamente), tendrían que estar impresionados por la gravedad de los problemas que pesan sobre él y, de otra parte, por la gran abstención en el referéndum, nos salen con unas nuevas elecciones generales, que no van a cambiar nada o casi nada (salvo en favor de la derecha y, sobre todo, con la abstención creciente, dando testimonio de salirse del juego). Si se sabe por adelantado que ningún partido va a lograr mayoría absoluta; y si sabemos todos que el partido turnante o participante en el Gobierno no va a poder hacer una política realmente diferente de la de UCD, ¿por qué no haber acordado empezar, por fin, a gobernar, ahorrándonos gastos y el desprestigio de una «democracia» que no lleva camino de adentrarse en el corazón de los españoles? La grave realidad está ahí, urgiéndonos. Pero al presidente del Gobierno -y también a la Oposición- lo que le importa es, exclusivamente, la ocupación del Poder. No soy sospechoso: cuando fue puesto Suárez a la cabeza del Gobierno fui uno de los primeros en dar por cierto que no perderíamos mucho con el desplazamiento de las vacas sacralizadas de entonces -Areilza, Fraga, aun cuando para metaforizar a este último sería mejor cambiar de religión y hablar de «toro sagrado»- por el choto añal -aunque nada recental ya de la Paramera. Pero ¿no hemos llegado a un punto en que estamos exagerando la bravura de este novillo de media casta? ¿Es que con estas mismas Cortes, si no él, otro presidente cualquiera no habría podido obtener un mayoritario voto de confianza? (e inmediatamente la televisión habría venido a dotarle de «imagen»).Reiteradas veces he hablado del «juego» de una Constitución textual que sólo por cuanto que ha venido a derogar las llamadas Leyes Fundamentales del franquismo hemos votado muchos de, nosotros. Mas que, apenas terminado ese juego, se nos meta a todos en otro, parece no sólo demasiado juego, sino juego en el que se arriesga la última baza de credibilidad de los políticos en tanto que gobernantes. Las elecciones municipales son necesarias desde hace mucho tiempo. ¿Por qué no haber empezado por ellas y sólo si los resultados lo demandasen ir entonces a unas elecciones generales? También en otras ocasiones he escrito que la política es cosa demasiado importante para ser dejada en manos de los políticos. Pero esto es, justamente, lo que se intenta hacer: que les votemos otra vez, y que ese voto pese decisivamente sobre las elecciones hoy por hoy verdaderamente significativas, y que podrían alumbrar fuerzas nuevas, las municipales. La democracia nominal es la única que parece interesar a la clase política dominante. La real, la que comienza por la base, es la que, en esto como en todo, se rehúye. La política es, ciertamente, importante. Pero hay otras cosas asimismo importantes y, entre ellas, no figura el politicismo. Así, pues, en tanto que la política siga siendo politicista, será preferible hablar de otra cosa.

Por ejemplo, de las fiestas navideñas y de la «feliz salida y entrada de año», como antes se decía. Que la Nochebuena es una fiesta cada vez más secularizada es un tópico no por tal menos verdadero. Pero sigue siendo una fiesta, según los casos más o menos real, más o menos convencional o inercial, de la familia. Se habla mucho, y demasiado fácilmente, de la crisis de la familia. Es otro tópico, el cual sólo algo tiene de verdadero. Lo cierto es que «la familia» subsiste, pero cobrando, cada vez más, una figura nueva, flexible abierta y cambiante. Más pronto o más tarde se establecerá en España el divorcio; Pero por pronto que se establezca, llegará tarde, como toda ley, siempre o casi siempre a remolque de los hechos, para legitimarlos... cuando, ahora, no van a necesitar ya tal legitimación. Las fiestas recién transcurridas han reunido a las familias, algunos de cuyos miembros es frecuente que acudan de lejos para celebrar esta ocasión. Pero estas «familias» empiezan a estar formadas, cada vez con mayor frecuencia también, por jóvenes parejas extraconyugal o posconyugalmente unidas. Y los mayores, casados «como Dios manda», en torno a los cuales tales parejas se reúnen, aceptan la nueva situación surgida en torno suyo, que hace poco tiempo les habría escandalizado y llevado a poner el grito en el cielo, y acogen a los «yernos» y «nueras» del nuevo estilo, igual que a los del estilo tradicional. ¿No es esta realidad, social y no política, mucho más importante que la de la promulgación de la Constitución? De estos cambios en la familia y en la sociedad, en la vida de las fiestas y en la de la cotidianidad, seguiremos hablando en días sucesivos. Hasta que valga la pena volver a la política.

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