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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las trampas de la provocación

LA ACTITUD de un grupo de oficiales del Ejército ayer, con ocasión del funeral y posterior sepelio del gobernador militar de Madrid, no puede ni debe ser pasada por alto en el más somero de los análisis de la situación. Aun con toda la comprensión hacia los sentimientos de dolor e indignación que entre sus compañeros de armas ha producido el execrable asesinato del general Ortín, el gesto protagonizado ayer por un puñado de hombres de uniforme, coreados en la calle por alborotadores fascistas, y la rentabilización política por la extrema derecha del propio acto del sepelio, merecen una respuesta por parte de la autoridad militar y de la política.De forma inevitable, este suceso nos retrotrae a lo acaecido con ocasión del sepelio del policía de tráfico asesinado el mes pasado en Madrid. La no adopción de medidas disciplinarias ante un hecho como éste, y la afirmación posterior del alcalde de que nadie lograría enfrentarle con la Policía Municipal, cuando ésta se había enfrentado días antes abiertamente con él, con las órdenes recibidas y con el orden callejero, eran y son un mal precedente para lo que ayer pasó. Ayer, un grupo de jefes y oficiales del Ejército se comportó de manera tumultuaria en el patio del Cuartel -General del mismo, solicitando a gritos la dimisión del Gobierno legítimo al que todo militar debe respeto y obediencia, politizaron unilateralmente un acto castrense y realizaron- una manifestación no autorizada. La calificación de estos hechos no ha de hacerla la prensa, pero alguien ha de hacerla.

El comportamiento de las Fuerzas Armadas durante el proceso constitucional trata ahora de ser quebrado por las provocaciones de ETA, estúpida o culpablemente seguidas por los agitadores de la extrema -derecha. A éstos habría que recordarles que al menos la mitad de la inteligencia consiste en no desdeñar la inteligencia de los demás. Y si a los analistas de la adrenalina se les hace difícil comprender la parcela de inteligencia que pueda tener el Gobierno en su actitud ante el terrorismo, deberían al menos asumir la que pueda tener el enemigo: en este caso la propia ETA. La estrategia actual de la organización terrorista, por aberrante que parezca, no parece una simple pataleta. Ayer hablábamos de un proceso «ulsterización» consciente. Hoy habrá que recordar además las tesis, crueles y absurdas, que llevaron a realizar la actividad guerrillera en Uruguay o Argentina resultados de la contestación militar a esa radicalización. El mejor regalo que se podía hacer a los asesinos del general Ortín fue lo acaecido ayer en su sepelio. El otro gran regalo habían sido las declaraciones del ministro del Interior en Televisión al asegurar que «o ETA acaba con nosotros o nosotros con ETA», como si esto fuera una película del oeste o como si hubiera que admitir, sin más, que una banda de unos pocos cientos de hombres es capaz de acabar con el Estado. ETA no podrá acabar nunca con «nosotros», como dice el señor Martín Villa, pero s los resultados de las reacciones insensatas ante su provocación. «Nosotros», el Estado, en cambio podemos y deseamos acabar con ETA, pero no como si fuéramos los hombres de Harrelson.

La lucha contra ETA pasa por varios frentes: el diplomático (hacia Francia), el político (el pleno funcionamiento del Gobierno autonómico vasco) y el policial (habrá que resignarse a que el comisario Conesa curripla la edad reglamentaria y alguien verdaderamente eficaz ponga en funcionamiento una auténtica brigada antiterrorista). Pero ETA continuará matando, por cuanto ni este Gobierno ni ningún utópico Gobierno «de autofidad» acabará con este problema en forma milagrosa y repentina. ETA no es el pueblo vasco, ni se alimenta con la democracia o del progresismo político. Si el Gobierno y las fuerzas políticas, si las instituciones del Estado no aprenden la perseverancia en la lucha contra el terrorismo, si a cada golpe asesino pierden los nervios quienes más deberían mantenerlos, las perspectivas de éxito a corto plazo se desvanecen.

Por eso, sin duda alguna, otro de los frentes de la lucha contra el terrorismo, pasa por el mantenimiento a ultranza de la disciplina en los cuerpos armados. Prirnero por un elemental principio castrense y en segundo lugar porque esa indisciplina es objetivo táctico y básico del terrorismo. Por lo demás no vamos a decir que no comprendemos la situación de acoso en que las fuerzas de orden público se desenvuelven en el País Vasco y,la indignación, que compartimos, de los sectores militares por los atentados y asesinatos. Conocemos también que lo sucedido ayer no responde al sentir general de los oficiales y que es el propio espíritu del Ejército el más dañado ante sí mismo por hechos como el que comentamos. Pero el Gobierno no debe despreciar, una vez más, estos signos preocupantes de focos de insubordinación y el mIdo militar debe actuar en consecuencia.

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